Escribe: Enrique Stell
Coronel VGM (R) y Preso Político Argentino.

Describir la persona del entonces Mayor Aldo Rico es muy simple, pero resulta necesario aclarar que me circunscribo al ámbito espacio – temporal de la guerra por la Recuperación de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. Las facetas posteriores de su persona en su calidad de Creador del MODIN (Movimiento por la Dignidad y la Independencia), Intendente de San Miguel o como político argentino, no son parte de esta exposición. Esos hechos de los cuales él fue protagonista, los juzgará la historia o serán motivo de estudio y análisis  de otras personas. Yo no los conozco ni los he investigado.

Rico era un militar ejemplar, siempre estaba al frente de cada actividad, evidenciaba un coraje a toda prueba, adquiriendo conductas temerarias difíciles de imitar. Tenía un físico privilegiado y dormía poco. Jamás abandonó a sus camaradas, siempre estuvo al lado y combatió hasta el último minuto.

Reconozco que tenía un carácter arrollador y esporádicamente contradictorio. De vez en cuando imponía situaciones y era muy difícil o imposible hacerle cambiar de idea. A veces, evidenciaba algunos comportamientos tercos y paralelamente nos daba total libertad de acción para decidir.


Este artículo viene de:

¿Qué países (y cómo) ayudaron a la Argentina durante la Guerra de Malvinas?


Tenía una claridad intelectual destacable, era práctico y expeditivo, aunque un poco ansioso.

Sus actitudes en la guerra siempre lo llevaban a buscar el combate con el enemigo inglés. Podría haberse quedado quieto como hicieron otros, para evitar bajas en su personal y subsidiariamente preservarse a sí mismo. Sin embargo, prefirió el riesgo, la muerte en combate antes que la tranquilidad de la Base de Patrullas acompañada de un buen mate.

Recuerdo cierto día en que se quebró la unidad de la Agrupación de Comandos. Los comandos de la Fuerza Aérea y la Marina volvieron a sus fuerzas. También la Compañía de Comandos 601 quedó a las órdenes de su jefe. Nosotros permanecimos solos con Gendarmería, a órdenes de Rico y combatimos por las nuestras. Los oficiales ya lo veíamos venir y lo comentábamos por lo bajo. Nos dábamos cuenta de que los jefes, en las distintas estructuras, tenían actitudes diferentes frente a la misma situación, por lo que la fractura iba a producirse en algún momento.

Un día Rico ordenó una formación en la Base de Patrullas dentro del gimnasio y pronunció una muy breve pero durísima arenga. Se lo notaba enojado. Dijo varias cosas,  pero recuerdo esta frase: “Vamos a combatir hasta la muerte, pero no nos vamos a quedar aquí quietos esperando la rendición”. Y eso fue lo que hizo.

Los oficiales de la Plana Mayor sabíamos por qué razón dijo esas palabras. Estaba dejando al descubierto sus diferencias con otros oficiales Jefes que también eran sobresalientes oficiales pero que apreciaban la situación con criterios más moderados.

A los integrantes de la Compañía 602 nos impactaron sus palabras. Comprendimos que había que prepararse para días muy duros y entender que tal vez no volveríamos. Dentro del marco de una situación general desfavorable y con un jefe combativo, el resultado era claro: le causaríamos varios problemas y bajas al enemigo inglés y seguiríamos combatiendo con orgullo y valor hasta las últimas consecuencias.

Vamos a combatir hasta la muerte, pero no nos vamos a quedar aquí quietos esperando la rendición”.

Si bien Rico nunca se mostró muy afecto a las prácticas religiosas de naturaleza pública, sé que las cultivaba y practicaba, como buen cristiano, en silencio y soledad sin que su mano izquierda supiera lo que hacía su mano derecha.

En mi vida profesional he conocido brillantes oficiales y algunos desastrosos. Entre los brillantes, los he tenido de distintos tipos y acomodados a las circunstancias. Para el caso de los oficiales con los que elegiría ir a una guerra, Rico es sin duda uno de ellos. Por supuesto que ya estamos viejos para esos menesteres pero la expresión habla por sí sola.

Aprecio haberlo conocido bastante porque en la guerra, además de desempeñarme como Oficial de Comunicaciones, en alguna medida fui su Oficial de Órdenes (*), viví casi toda la guerra un metro atrás de Rico y ello me permitió conocer muchos detalles de su vida,  sentimientos e intimidad. Cuando alguien lo buscaba a Rico me preguntaban a mí, como si yo tuviese la obligación de saberlo, por lo que poco a poco me fui acostumbrando a cumplir también el rol militar de Ayudante (**).

(*) El Oficial de Órdenes es aquel que hace cumplir las órdenes que el Jefe imparte en combate.
(**) La figura del Ayudante tiene su origen en las Fuerzas Armadas Francesas, donde las funciones son las de establecer las coordinaciones entre el Jefe y sus elementos dependientes.

Sin dudas que Rico era una persona muy particular. Recuerdo que en uno de los últimos días de la guerra, la artillería inglesa efectuaba fuego en los alrededores de Puerto Argentino. Los proyectiles impactaban a escasos metros de La Halconera, no más de 20 metros sobre el agua. Ésta absorbía los proyectiles pero al impactar salpicaba para todos lados. Estábamos en alerta gris y todos nos fuimos rápidamente al refugio pero el único que faltaba era el Mayor Aldo Rico. Cuando me di cuenta, salí a buscarlo y lo encontré recostado sobre una mesa de madera que usaba de cama, vestido con una camiseta verde de verano. Tenía las manos en señal de descanso detrás de la nuca.

Me preguntó, con tono desganado:

«¿Qué querés, Stel?».

Le digo:

«Mi mayor, los proyectiles de artillería están cayendo a escasos metros suyos. Para que se dé una idea, el agua le salpica la ventana de esta habitación». Y agrego: «¿Quiere morirse?».

Me respondió:

«Stel, si vos querés ir al refugio, andá, yo me quedo acá».

Y no vino conmigo, se quedó descansando sobre las tablas. Alguien me preguntó: «¿Y Rico?», a lo que respondí:

«Dijo que no va a venir, se quedó recostado sobre la mesa».

Un oficial expresó:

«¿Pero qué le pasa, está loco?».

Nadie entendió las razones, pero yo sí. Rico era así; Rico era Rico.

Tras los pasos de Enrique Stel

Hoy, con 36 años de servicio y 9 de experiencia como Jefe de una Unidad Militar, haciendo uso de la sabiduría de los tiempos posteriores, analizo en retrospectiva esta situación. A veces parecía que uno trataba con un chico caprichoso. Otras, era innecesariamente rebelde, porque todos dependíamos de él y cuando uno es jefe está obligado a hacer lo que “debe” por sobre lo que “quiere”, porque las consecuencias de lo que el Jefe hace, repercute sobre todos los subordinados.

Sin embargo y siendo justo en el juicio de valor, con un jefe temerario, uno se siente seguro y sabe que cuando llega el momento del combate el jefe hará todo lo que sea necesario para ayudarlo, independientemente de los riesgos que se corran. Ésta es la actitud completamente opuesta a la de la cobardía, es la que todos queríamos y en la que descansaba nuestra confianza en el superior, por eso lo seguíamos.

Continuará…