Escribe: Enrique Stell
Coronel VGM (R) y Preso Político Argentino.

En primer lugar hay que hacer algunas aclaraciones doctrinarias. Los comandos desarrollan operaciones de infiltración, golpe de mano, emboscada y reinfiltración.

La “Infiltración” consiste en penetrar sigilosamente en el interior del dispositivo enemigo donde absolutamente todo es adverso. Una vez allí, se lo ataca mientras se desplaza, lo cual constituye una “Emboscada”, o en el lugar fijo en que se encuentra, que significa realizar un “Golpe de Mano”.

Esta es la secuencia genérica normal de procedimiento de las operaciones comando, la que requiere la selección de un objetivo previamente valorizado, contar con la información necesaria para planificarla y ejecutarla. Lo más fácil es ejecutarla, lo difícil es poder llegar a ese momento en la situación correcta, lo cual normalmente no ocurre porque surgen los imponderables.


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Tras los pasos de Enrique Stel


El 07 de junio nos encontrábamos en la Halconera planeando una emboscada en un lugar denominado Cola de Dragón, el cual estaba delante de la primera línea del Regimiento de Infantería 4.  

La operación era simple pero requería de una coordinación de detalle para que la ejecución fuese exitosa. Consistía en aprovechar los desniveles del terreno y las rocas existentes, ejecutar una temeraria operación de repliegue donde la artillería debía conformar un cerco con sus fuegos para batir al enemigo e impedir que se repliegue y, luego, desplazarlos “a orden” hacia la retaguardia de nuestras posiciones, batiendo la zona con artillería propia, momentos después de que las abandonáramos. Un error de coordinación y nosotros mismos nos eliminábamos.

«Un error de coordinación y nosotros mismos nos eliminábamos».

Inicialmente la operación fue concebida para ser desarrollada en dos escalones, uno al mando del Mayor Aldo Rico y el otro del Capitán Eduardo Villarruel, los que debían partir en escalones separados para reunirse en el cerro Two Sisters y avanzar hasta la zona pedregosa de Cola de Dragón.

Por la tarde del 07 de junio fui a coordinar con el Jefe del Grupo de Artillería 3 (G A 3), el Teniente Coronel Martín Balza. Hablé con él personalmente en su Puesto de Comando instalado en unos galpones tubulares de chapa galvanizada, emplazados en la retaguardia donde estaba el Centro de Dirección de Tiro de artillería.

Le entregué en mano un HT y le dije que por ese medio le iba a solicitar el apoyo de fuego de artillería. Le insistí para que no tuviese dudas, que yo mismo le transmitiría las órdenes de ejecución del fuego cuando fuese el momento oportuno y convinimos en señalizar la zona de nuestra operación militar con números encerrados en círculos, los que apoyados sobre la carta marcaban con exactitud el lugar donde se ejecutarían los fuegos de artillería.

Balza solicitó que se lo explicara nuevamente, pensando que yo estaba equivocado. Cuando notó que le dije exactamente lo mismo que antes, se alarmó y decidió hablar con Rico para ratificar una vez más.

Lo acordado era una operación que jamás la artillería había planeado ni siquiera en un juego de guerra en un aula sobre la carta, era sumamente riesgosa y Balza solo accedió porque sabía de nuestra profesionalidad. Nunca antes había ejecutado fuego de artillería sobre las posiciones amigas, pocos minutos después de haberse replegado los efectivos emplazados.  

«Lo acordado era una operación que jamás la artillería había planeado ni siquiera en un juego de guerra en un aula sobre la carta».

El día 08 de junio amanecimos en la Halconera. Era un día gris, nublado y con tenues lloviznas. Conforme a lo planeado, terminamos de preparar el equipo y nos alistamos para iniciar la marcha. Partimos con el primer escalón a órdenes de Rico. Los vehículos nos dejaron en la ladera sur del Monte Harriet y volvieron para buscar al segundo escalón al mando de Villarruel, el cual permanecía esperando en la Base de Patrullas.

Estaba oscureciendo cuando hicimos contacto con el 4 de infantería. Coordinamos y comenzamos a avanzar hacia el cerro Two Sisters. Había mucha neblina y no se veía ni siquiera a 10 metros. Avanzábamos en columna. Yo iba a la cabeza porque había encontrado por pura casualidad un cable de campaña WD1TT que unía los dos montes y que seguramente nos llevaría al PC del 2do Jefe del Regimiento 4 desplegado en el Two Sisters.

Todos me seguían detrás, en columna de uno. Luego de una marcha de poco más de 40 minutos llegamos a un descampado muy pequeño, rodeado de rocas de distinto tamaño y forma, donde hicimos contacto con la sección del Subteniente Llambías.

Rico ordenó conformar un círculo y establecer una defensa perimétrica en los 360 grados, a la espera del segundo escalón. Habiendo transcurrido tiempo suficiente y tomando conciencia de que ya no vendrían, se decidió aprovechar la oportunidad. Rico se fue con algunos comandos a realizar una exploración mientras que yo fui a hablar con el Subteniente Llambías para obtener información de detalle de lo que él había reportado, estableciéndose previamente con Rico una hora de regreso y un punto de reunión.  

Con Llambías nos conocíamos del Colegio Militar de la Nación por cuanto él era cadete en 1982, estaba en IVto Año de Infantería y yo era Oficial Instructor en el mencionado instituto.

Me relató cómo fue el combate de encuentro en el que rechazó la patrulla enemiga, fuimos hasta el lugar, vimos la sangre en las rocas, esas piedras agudas con ángulos muertos que parecen paredes que crecen hacia el cielo. Era un lugar muy bueno para infiltrarse. Luego me exhibió una boina que el enemigo dejó abandonada al replegarse, parecía ser de los Royal Marines; él la mostraba con orgullo, no era para menos.

Era un excelente oficial dispuesto a ofrecer su vida en combate si fuera necesario. No vi muchas actitudes como estas dentro del contexto de las personas con las que he conversado en las islas.

«Me exhibió una boina que el enemigo dejó abandonada al replegarse, parecía ser de los Royal Marines; él la mostraba con orgullo, no era para menos».

Volvimos al punto de reunión acordado. Al no llegar Villaruel, Rico decidió replegarse a Puerto Argentino en línea recta desde el Two Sisters. Caminando por las laderas y cumbres de los cerros llegamos al Puesto de Comando del Mayor Ricardo Cordón. Era un lugar elevadísimo, ubicado sobre un filo tan angosto que solo cabía la carpita de dos paños de lona impermeable, a derecha e izquierda estaba el precipicio y solo se podía llegar por un sendero muy estrecho.

Ya de madrugada comenzamos a transitar el día 09 junio caminando en dirección a la Base de Patrullas. A 14 kilómetros estaba nuestra querida Halconera. Estábamos muy cansados. Rico se encontró con Villarruel y dijo: “Al atardecer salimos todos juntos”. Era obvio que no deseaba que se repitiera el desencuentro del día anterior.

Por cuestiones climatológicas, el Capitán Villarruel no pudo arribar al encuentro en tiempo y forma (Nota del editor). 

En horas del mediodía del 09 de junio le expuse a Rico cómo había planeado las comunicaciones para la operación Cola de Dragón y le manifesté que debía irme a ocupar una posición en la cima del Monte Harriet desde el cual pudiera comunicarme con él durante la emboscada y con el Grupo de Artillería que nos proporcionaría apoyo de fuego.

A primera hora de la tarde del 09 de junio, le pedí al Capitán de la Serna, Oficial Logístico, que acercara a la zona seleccionada al Cabo Luis Tossi y a mí. Él nos llevó en un Land Rover por el camino lateral que conduce a Fitz Roy. A medida que nos acercábamos, comenzaron los estampidos de boca de los cañones de los buques ingleses y los sórdidos ruidos que producían los proyectiles de artillería al enterrarse en la turba; sintéticamente, el cañoneo de las fragatas era infernal. Luego de pasar el puente, de la Serna se detuvo a la altura de la parte trasera del Monte Harriet diciendo: “Hasta aquí llegamos”. Le pedimos que nos acerque un poco más pero no quiso. Tenía razón.

Tossi y yo  bajamos y comenzamos a desplazarnos. En el medio del camino de ripio vimos una mina antitanque enterrada. En ese momento pensé: “Seguramente que Eito [*] la instaló allí” (El Teniente 1ro. Roberto Eito era del arma de ingenieros y puso muchas minas en Malvinas. Él era compañero de promoción de egreso del Colegio Militar de la Nación y lo conocía bastante). Caminamos un poco y doblamos al oblicuo derecho en dirección al centro del Monte Harriet atacando la cumbre desde atrás y a la izquierda.

[*] El Teniente 1ro Roberto Eito era del arma de ingenieros y puso muchas minas en Malvinas. Él era compañero de promoción de egreso del Colegio Militar de la Nación y lo conocía bastante.

Era un día precioso, el cielo estaba totalmente despejado, el sol aún brillaba en las alturas. A pesar de que no había ni una sola nube, el Harriet poco a poco, impacto tras impacto, fue rodeado de un sombrero de polvo producido por los proyectiles de la artillería enemiga que se estrellaban contra las rocas.

Estábamos solos en la ladera y lejos de las unidades emplazadas en la media pendiente. Sabíamos que podíamos morir en cualquier momento destrozados por una esquirla de un proyectil de 114 mm. El cañoneo no paraba, duró horas y teníamos que contabilizar la cantidad de disparos de cada serie porque no siempre eran iguales. Contábamos los 6 u 8 cañonazos y sabíamos que luego venía la pausa de fuego, nos parábamos y corríamos rápidamente hacia la nueva cubierta completa, nos tirábamos al piso. Contábamos 15 segundos porque enseguida comenzaban a impactar los otros 6 u 8 cañonazos de la serie siguiente.

«Cuando el proyectil inglés impactaba sobre las rocas estallaba y generaba esquirlas en los 360 grados, pero cuando impactaba en la turba, ésta absorbía todo».

En algún momento se planteó la duda de continuar avanzando. Los ruidos eran ensordecedores, pegados al piso en posición de cuerpo a tierra, a veces sentíamos que las esquirlas pasaban arriba de nuestras cabezas. Cuando el proyectil inglés impactaba sobre las rocas estallaba y generaba esquirlas en los 360 grados, pero cuando impactaba en la turba, ésta absorbía todo, estampido, esquirlas y el radio de acción se circunscribía al lugar del impacto, pero la onda expansiva hacía vibrar todo el cuerpo aunque estuviésemos cuerpo a tierra.  

Entre las pausas de fuego, llegamos a la parte trasera del Harriet con los nervios crispados y agotados físicamente. De casualidad y sin buscarlo, llegamos justo a la carpa individual del Jefe de Regimiento de Infantería 4, el Teniente Coronel Diego Alejandro Soria, el cual estaba con mi compañero y amigo el Teniente 1ro. Francisco Pablo D’aloia, alias “El Tano”.

Conversamos sobre temas varios, le expresé al Teniente Coronel lo que íbamos a hacer y nos deseó suerte. Nos preguntó qué camino habíamos utilizado para llegar allí y con el brazo extendido le indiqué la zona. El nos miró moviendo la cabeza y simplemente dijo: “Han tenido mucha suerte, atravesaron un campo minado”. Nos dimos un abrazo con  D’aloia y nos despedimos. No lo volví a ver hasta el año 1987 en que cursamos la Escuela Superior de Guerra.

El cañoneo de las fragatas cesó y con Tossi llegamos a la cumbre del Harriet. Era un lugar hermoso, el polvo provocado por los impactos había sido desplazado por los vientos, la noche era despejada, el cielo espectacular. La cumbre del Harriet se caracterizaba  por tener una pequeña planicie, un poco más grande que una cancha de fútbol 5. Mirando hacia el Wall, Challenguer y Kent, había dos piedras enormes verticales que protegían nuestros dos flancos, el derecho y el izquierdo, de cara al frente de combate. Nos quedamos allí un momento, contemplando el paisaje en silencio. Nos debíamos un descanso. No había nadie en ese lugar, lo cual es lógico porque las cumbres no son aptas para el combate, las tropas siempre se instalan en la media pendiente.

«Solo nos mantenía nuestra fe religiosa, nuestro alto espíritu de cuerpo y la inquebrantable voluntad de vencer».

Hablamos con Tossi sobre la protección de Dios, la que nos guió al atravesar el campo minado; no dejábamos de sorprendernos. Nos distendimos un poco, admiramos el entorno. Solo nos mantenía nuestra fe religiosa, nuestro alto espíritu de cuerpo y la inquebrantable voluntad de vencer. Más allá de la circunstancia de la guerra, era un lugar hermoso.

Se veía todo el frente de combate, como si estuviéramos en el palco oficial mirando el escenario en el Teatro Colón. Inmediatamente me di cuenta de que ése era el lugar ideal para instalar un Puesto de Observación Adelantado de Artillería, razón por la cual me propuse alertar al Teniente Coronel Balza sobre esta posibilidad, al regreso del cumplimiento de nuestra misión.

Desplegué la carta topográfica sobre la turba y tracé las líneas que unían mi posición con la Compañía de Comandos y con el Grupo de Artillería. Como solo emplearía equipos de VHF, necesitaba una línea recta sin interrupciones y ese punto del terreno no ofrecía esa posibilidad, razón por la cual le dije a Tossi que nos íbamos. Elegí un lugar bien alto pero que me permitía concretar los enlaces que necesitábamos. Si bien había analizado esta situación antes, las cartas sobre detalles dicen poco, las piedras no están reflejadas y los ajustes hay que hacerlos en el terreno.

Partimos nuevamente en dirección al frente, hasta llegar al lugar indicado, el cual coincidía con el que tenía el Teniente 1ro. Jorge Alejandro Echeverría. Conversamos con él, le expliqué cuál era mi misión y le advertí de los riesgos, los cuales aceptó sin más remedio. Quedó claramente establecido que cuando comenzaran las transmisiones, la artillería enemiga haría fuego sobre nuestras posiciones. Prometí alejarme un poco.

«Quedó claramente establecido que cuando comenzaran las transmisiones, la artillería enemiga haría fuego sobre nuestras posiciones. Prometí alejarme un poco».

Comprobé los enlaces con el Grupo de Artillería 3 y con la Ca Cdos 602. Todos contestaron. Eso me tranquilizó y quedamos en escucha. Rico me dijo que estaba llegando al Two Sister y que pronto estaría desplegado en Cola de Dragón.

El tiempo transcurría, ya era 10 de junio y no sabíamos cuándo iba a comenzar el combate, sólo debíamos estar alerta. Finalizada la aproximación lejana y la cercana, la Ca Cdos 602 adoptó el dispositivo para realizar la emboscada. Teníamos que esperar la oportunidad.

Todos habíamos combatido en los días anteriores razón por la cual los estampidos de boca, los cañonazos de los buques o los proyectiles trazantes luminosos surcando el cielo, no nos quitaban el sueño.

Repentinamente comenzó el combate, eran alrededor de las 02:00 horas del 10 de junio. Yo escuchaba los mensajes de todos. Desde donde estaba, arriba de la zona donde se montó la emboscada, veía el combate como si estuviese en un palco. Los proyectiles durante la noche surcaban el cielo en todas direcciones, no solamente hacían fuego los comandos, también los elementos de infantería que teníamos en primera línea y por supuesto el enemigo inglés.

La artillería enemiga comenzó a batir la zona donde estábamos nosotros. Temblaba el aire y la tierra, la onda expansiva se proyectaba por todos lados. Sentí el impulso de abrir fuego con mi FAL pero me contuve, sabía que si lo hacía, pondría en riesgo a todos los que me rodeaban y había prometido ser prudente. No solo se combate abriendo fuego, también se combate no haciéndolo para no delatar la posición y evitar que el enemigo nos detecte con precisión.

«No solo se combate abriendo fuego, también se combate no haciéndolo para no delatar la posición y evitar que el enemigo nos detecte con precisión».

El combate fue durísimo, nadie aflojaba, era notorio que los efectivos ingleses no eran soldados comunes. Los que estaban frente a nosotros seguían combatiendo aferrados al terreno y no se replegaban. Calculo que transcurrieron 30 minutos de intenso fuego. No hubo combate cuerpo a cuerpo. Por momentos, el cielo de la zona donde estábamos emplazados se aclaraba como si fuese de día por el uso de bengalas de iluminación con paracaídas las que descendían lentamente sobre nuestras posiciones. Había que quedarse quieto, no disparar, esperar a que el fuego las consumiera y volviera la cobertura contra las vistas que proporcionaba la noche, pero no siempre se podía.

En determinado momento Rico me llamó y me dijo que hablara con Balza y le ordenara abrir fuego sobre la línea 1 compuesta por varios puntos denominados “Charli más un número”. A continuación, transcribo las comunicaciones:

Yo: “Flaco aquí Oreja”.

Balza:  “Aquí flaco”.

Yo:  “Ejecute fuego en línea 1 puntos charli…”.

Balza:  “Recibido”.

A los  5 minutos:

Rico: “Oreja aquí ñato, decile al flaco que ejecute línea 2”.

Eso hice, repitiéndose un diálogo similar al anterior sobre otros puntos “Charli y otros números”.

El combate continuaba, nadie se replegaba, nadie cedía, todo tipo de fuegos se divisaban y se escuchaban los estruendos en la oscuridad de la noche. Se observaba que personal de primera línea propio, alejado de la zona de emboscada, abría fuego contra la oscuridad por precaución.

Este combate fue una muestra de osadía, valor y determinación digna de elogio para todos, ingleses y argentinos.

La operación montada era muy simple pero extremadamente riesgosa, porque las secciones estaban enfrentadas y abrían fuego en direcciones opuestas; la diferencia estaba dada porque las dos secciones ocupaban terrenos inferiores en altura a las que tenía la hilera rocosa de Cola de Dragón, razón por la cual hacían fuego con un ángulo de tiro de 40 grados hacia arriba, siendo esta la razón por la que no se abatían unos a otros.

Los grupos apoyos tenían bien en claro cuál era la zona de muerte de la emboscada con límites derecho e izquierdo claramente definidos, porque un error significaba batir a las secciones emplazadas a ambos lados de Cola de Dragón.

En el fragor del combate, el pelotón comando también decidió abrir fuego, lo cual fue un error, porque los ingleses divisaron el lugar donde estaba Rico y casi lo matan de un disparo de lanzacohetes, el que pasó por el costado de su cabeza. Casi nos quedamos sin Jefe y eso es gravísimo para cualquier unidad militar en guerra. El propio Rico reconoció que el jefe, en un sentido genérico, debe evitar empeñarse decisivamente en combate y preservarse para continuar conduciendo.

«El pelotón comando también decidió abrir fuego, lo cual fue un error, porque los ingleses divisaron el lugar donde estaba Rico y casi lo matan de un disparo de lanzacohetes, el que pasó por el costado de su cabeza».

De repente, todo comenzó a mermar, el fuego de la artillería enemiga disminuyó y el nuestro también, se escucharon menos estampidos de boca de las armas portátiles, no había más bengalas que iluminaran el campo de combate. Escuché que Rico ordenó el repliegue de las secciones adelantadas y me expresó que me prepare para ordenar el fuego de artillería sobre la línea 3.

Cuando el repliegue se concretó, le transmití la orden a Balza para que ejecutara el fuego sobre la línea 3 donde estaba el Charli 101. Balza, que atendía personalmente el enlace conmigo, me ordenó que colacione, es decir que repita la orden para asegurarse, porque sabía perfectamente que batiría las posiciones donde nosotros habíamos estado. Esperé 30 segundos y le ratifiqué la orden, con la absoluta seguridad que mis camaradas se habían retirado y se ejecutó el fuego de artillería sobre las propias posiciones.  

Llamé a Rico por radio y le pregunté cómo quedamos. Me dijo: “Murió el perro Cisneros y el Gendarme Acosta; Vizoso y el Gendarme Parada están heridos y los estamos llevando al hospital. Llamá y deciles que nos manden una ambulancia”. Yo solamente atiné a decirle, lacónicamente: “Recibido, inicio el repliegue”.

Si bien no fue inmediato, un vehículo acudió al encuentro para transportar los heridos al hospital de Puerto Argentino. A Vizoso lo operaron apenas llegó, mientras el Capellán Natalio Astolfo, que se había enterado de la situación y lo conocía de años anteriores, le tomó la mano y le dijo: “¡Manuel, Dios está contigo! ¡La Virgen te ama mucho!”.

Martínez Torrens, Vicente. Dios en las trincheras. Página 157. Ediciones Argentinidad. Colección Malvinas. Argentina. 2012

Llegamos muy tristes a la Halconera. Cisneros era una persona muy querida por nosotros, excelente profesional y camarada. Al gendarme Acosta lo tratamos pocos días, pero también supo ganarse nuestro aprecio por su predisposición al combate.

Estábamos haciendo el duelo en La Halconera, pocos hablaban. Ensimismados, nos quedamos dormidos.

Continuará…