La «familia» que abraza el papa Francisco

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Escribe: David Rey

El papa Francisco sigue dando de qué hablar. Y sigue tirando la cuerda de esa Fe que él mismo supo generar en todos los argentinos, aunque – a decir verdad – en muchos casos se haya cortado de modo irreversible.

“Nuestro” Papa acaba de recibir ni más ni menos que a la familia de Santiago Maldonado, el hippie “anarquista” que se había adherido a la falsaria “causa mapuche” que pretende para sí una parte de nuestro país. Que no se consideran ni chilenos ni argentinos sino algo que no son ni que tampoco existe: “mapuches” (pues, dado el caso, serían araucanos, y sus absurdas pretensiones territoriales se circunscribirían solamente a cierta porción de Chile).

Santiago Maldonado fue, en realidad, una persona sin familia (no obstante, la misma que Bergoglio – con excelente cara de situación – recibió en el Vaticano). En rigor, Santiago provino de un núcleo familiar exánime que ni siquiera le enseñó a nadar, motivo por el cual falleció ahogado en momentos que escapaba de la (por él mismo apedreada) Gendarmería Nacional Argentina, al mismo tiempo en que cobardemente fue también abandonado por sus “amigos”, es decir, sus compañeros de “causa”. Ni a ellos le importó dónde quedó Santiago, tampoco a su familia (abocada más en donde «estaría» que en donde estaba justamente).

Santiago Maldonado no tuvo familia sino una fuente inagotable de aquel desprecio hacia lo que a él le faltó, hacia lo que a él le había sido negado: una familia, precisamente. Todo aquello, entonces, que remitiera a una vida sana, familiar, respetuosa de las leyes y con asidero en los valores y la educación… naturalmente, para Santiago, fue motivo de encono, frustración, envidia, odio, recelo.

De ahí esa mirada desafiante que los sectores progresistas (y sus cómplices de todos los arcos políticos) difundieron al punto de pretender sacralizar. De ahí ese aspecto deleznable y esa conducta destructiva, despechada. La mirada de Santiago es, pues, una llaga fulminante de odio hacia la persona de bien. Y esa mirada, empero, tiene un dejo de alegría, el mismo que provoca la maldad satisfecha, el mismo que nace del cinismo más repugnante, el mismo que sólo puede explicarse en la insolencia propia de aquel no tiene talento para ser insolente.

A Santiago la prensa intentó disfrazarlo con toda clase de barniz romántico: joven mochilero, comprometido con las “causas de los pueblos”, artesano, soñador, trotamundos. Pero ni toda la parafernalia del mundo ha logrado, en fin, desdibujar lo que fue, lo que era: un pobre diablo sin familia que ni siquiera aprendió a nadar. Un pobre infeliz que odiaba – con vivo resentimiento – aquello que a él mismo le había sido negado: una familia. Un adefesio andante que se adhería a cualquier “causa” donde pudiera canalizar el propio desprecio por la vida, por la familia y por este país, el mismo que le negó una familia.

Y también por la Iglesia (no podía faltar). En rigor, para completar esa aura soporífera de desprecio que acompañaba su estampa horripilante, Santiago “componía canciones” de hip-hop. Además de constituirse en un insulto al buen gusto (mire desde donde se lo mire), las letras de Santiago tenían un blanco en particular: Bergoglio y el mismo Vaticano. Con vulgares expresiones sinceramente irreproducibles, el “artesano cantante” se hacía un pic-nic despreciando la Fe de miles de millones de personas. Hoy el papa Francisco recibe a la familia que le enseñó a odiarlo, y a odiarnos.

Podrá, pues, pensar el desprevenido: ¡qué gesto más grandioso del Papa! De hecho, el mismo Jesucristo nos conminó a amar incluso al que nos odia.

Pero Francisco, en realidad, no hace más que lo mismo que hicieron aquellos que sacralizaron a Santiago: legitimar el odio, amenazar nuestra paz, cobijar la profunda ignorancia en que está sumido este país y respaldar los espurios intereses que lo mismo patrocina.

Captura de portada de Infobae.

El Papa, nuestro Papa, hace lo mismo que aquellos que pretendieron hacernos creer que vivimos en una dictadura que “desaparece” gente; el Papa, nuestro Papa, hace lo mismo que aquellos que durante meses nos insinuaron ser cómplices de un “genocida” que utiliza “el aparato” del Estado para “causar sufrimiento y muerte”. Nuestro Papa hace lo mismo que hizo la expresidente Fernández de Kirchner, al posar con la desafiante – sabemos ya en que consiste ese desafío – foto de Maldonado.

En Bergoglio no está Jesucristo sino Judas. Porque Jesucristo se enfrentó a lo peor del mundo y dio su vida, mientras que el Papa claramente se alía hoy con lo peor de lo peor – para lo peor de lo peor – en procura del vago crédito que pueda legarle una sociedad sumida en la ignorancia, la indiferencia y la corrupción, es decir, el mundo. Jesús no necesitó de los tibios y pusilánimes que escupe el averno, a diferencia de su Representante en la Tierra. A Jesús lo mataron por las 30 monedas de oro que los Maldonado llevaron al Vaticano.

Santiago Maldonado

Santiago Maldonado fue un notable joven argentino que no tuvo la dicha de nacer en un hogar donde prime el amor y la educación. En Santiago, sin embargo, latió un corazón valiente e incondicional, pero este país le privó de los valores que se necesitan para vencer la soledad y no decaer en el resentimiento. Nunca le importó ser lindo y aplicado como los galanes de la televisión, pero careció de esa autenticidad propia de quienes no precisan ser mejores que un espejismo, que un sofisma. Santiago fue simpático, amigable, seguramente cordial y compinche con los suyos, aunque los suyos fueron el resabio pestilente de una sociedad en decadencia. Santiago Maldonado fue un ser de luz, ¡claro que sí!, pero esa luz era de un fuego que nacía de la resina del odio, el desprecio, la inferioridad.

Santiago Maldonado fue otro joven argentino con un corazón de oro, con una convicción inapelable y un empuje celestial; se enfrentaba contra lo que sea, se animaba a todo y se arriesgó en algo que pocos harían. Incluso… se enfrentó a la ley. Le tiró piedras, la insultó, la subestimó, la “forreó”. Santiago Maldonado se animó a enfrentar el sistema, sí señores. Bien que lo enfrentó. Santiago hizo lo que hay que hacer, carajo: enfrentar este sistema hipócrita, cobarde y pendenciero. Él lo hizo. Lo enfrentó, pero no pudo. El sistema resulta que tenía un mejor sistema defensivo. El sistema no cuenta con servidores encapuchados, sino con armas y escudos. Y Santiago supo que no podía, en fin, contra el sistema. Y corrió, se escapó e intentó por última vez volver a burlar al sistema que odiaba, que aprendió a odiar. Santiago Maldonado fue un joven valeroso que se tiró al río para burlar al sistema… pero resulta que su familia, su propia familia, no le había enseñado a nadar.

Así recibió el Papa a Cristina, y así a Macri

El papa Francisco hoy recibió a los Maldonado en el Vaticano. Su rostro es el mismo que ponían los farsantes por televisión («¿Dónde está Santiago?»). Su rostro, el del Papa, nos invita a creer que en Argentina hay una “dictadura” homicida que “desaparece” gente, y que todos aquellos que apostamos por este nuevo gobierno (en su gran mayoría para desembarazarnos de Cristina) somos “cómplices” silentes de lo mismo.

Su Santidad, perdone una aclaración: nosotros no somos lo que su rostro pretende que somos. Pero Ud. sí es lo que su propia mirada nos dice que es. Dios lo perdone.

El papa Francisco apoya a quienes pretenden la desintegración de nuestro país “encapuchados” en falsas motivaciones “ancestrales”. El papa Francisco no está con aquellos que amamos este país, a pesar de todo. Nuestro Papa está con los que lo odian. ¿Queda alguna duda?

Santiago Maldonado estuvo más de sesenta días sumergido en el agua, mientras la izquierda (y sus afines) formulaba una nueva épica subversiva. Santiago tenía ambición y tuvo sueños, pero nació en un seno familiar que no le enseñó a soñar (ni a nadar) sino a tomar un atajo oscuro, vacío y abismal. El mismo que tomó su familia, lógicamente, camino al Vaticano.

Santiago quiso ser “él mismo”, pero no fue auténtico. Tenía pasta para ser un Rólex, pero terminó siendo un Okusai. Lo usó absolutamente todo el mundo.

Y el Papa… también. No se lo iba a perder.


(*) Expresión puramente argentina. Refiere al ser tonto, irresponsable, banal y abocado a cuestiones sin razón ni sentido.