¿Es posible el Nacionalismo en Argentina?

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Escribe: David Rey

(Hace algún tiempo… un conocido me preguntó si yo era nacionalista. Y, con gran pavor, yo le dije que no. Que podría ser nacionalista en cualquier país del mundo menos en Argentina. Me miró muy extrañado, y me preguntó por qué no podría ser nacionalista en Argentina. Le dije que tiene sentido serlo en un país de lobos, pero no en un país de ovejas. Ahora… que hice algo de tiempo, me explayo un poco más. 

El siguiente texto NO ES APTO para espíritus fácilmente excitables).

La verdad, me encantaría ser nacionalista. En realidad, ciertamente lo soy. Qué bandera hermosa que tenemos, qué historia tan exhaustiva, cuántos héroes maravillosos atesoran nuestros libros y qué tan enorme cultura – la nuestra – que ha logrado hacer hablar al mundo entero.

Qué pueblo tan virtuoso, tan elevado, tan luchador… podríamos ser.

Yo, más que nadie, desearía poder gritar a los cuatro vientos: ¡SOY NACIONALISTA!

Pero, amigos… tengo algo que decirles. Hoy, mi pueblo, profundamente «mediocrizado», no me inspira el más mínimo orgullo ni contento. Al contrario, más de una vez deseo que nos invada una cuadrilla de extraterrestres y nos mande a realizar trabajo forzado a la cordillera (picar piedra…).

Sin cultura, sin convicciones, sin valentía y sin buen gusto (las cuatro cosas que más escasean HOY en nuestro «gen» nacional) toda forma de nacionalismo no termina siendo otra cosa que un empaque patriotero, incivil y ostensiblemente subdesarrollado.

Tenemos que aspirar al refinamiento, mas no a la petulancia. No se es «mejor» que el otro porque «somos más rudos» o «más bravos»; en realidad, se es igual al otro porque se ha logrado estar a su misma altura, al mismo nivel que aquello que verdaderamente merece emularse.

El progreso de una Nación, amigos, no se da en función de aquello que queremos superar sino en virtud de eso mismo que queremos alcanzar.

Necesitamos un nacionalismo que tenga la culpa de que querramos ser mejores, ¡pero no mejores que el vecino sino mejores que nosotros mismos!

Como en el fútbol, un partido se puede ganar de carambola. Pero un campeonato se gana con esfuerzo, con dedicación, con constancia, con refinamiento. Caer, se cae siempre… la cuestión pasa por si hemos aprendido a levantarnos.

Y a mí me parece que en este país… más bien hemos aprendido a caernos sin rompernos los huesos. Pero todavía no sabemos cómo diablos hacer para volvernos a levantar, y seguimos arrastrándonos lastimosamente echándole la culpa de nuestras desgracias al pitufo Enrique.

No sirve un nacionalismo que viva «echando la culpa». Necesitamos un nacionalismo culpable. Culpable de nuestra cultura, de nuestra educación, de nuestra pertinacia, de nuestro progreso y fundamentalmente de nuestras metas. Necesitamos un nacionalismo que tenga la culpa de que querramos ser mejores, ¡pero no mejores que el vecino sino mejores que nosotros mismos!

Necesitamos un nacionalismo que seduzca con éxitos, ¡y no con lamentos! Un nacionalismo que hable en inglés, portugués, francés o chino; un nacionalismo que mire a futuro y que esté a la altura de cualquier interlocutor.

Necesitamos un nacionalismo que quiera ser, pero que sepa qué diablos quiere ser. Necesitamos un nacionalismo que pueda explicarse en dos palabras, y no con abstrusas ensoñaciones que no convencen a nadie.

Hoy, grosso modo, estamos muy lejos de algo así. Somos muy pobres, muy vulgares, muy psiquiátricamente afectados.

Y no es algo que afecte solamente al nacionalismo. A todos les afecta por igual. Los zurdos, usan tarjeta de crédito; los liberales, hablan como los zurdos; los peronistas, ya no saben cómo pintarlo a Perón; los radicales, las mismas putas baratas de siempre; los socialistas, pobrecitos, cada día cavándose un poco más la tumba; y los nacionalistas… peleando todavía contra molinos de viento.

Estamos todos en la misma ensalada. Lo único que, a grandes rasgos, podría hacer la diferencia… es tener un sueño grande, una convicción que esté por sobre todas las cosas, una educación que refleje competencia y un discurso sencillo, sincero, fácilmente ilustrado con la acción, con el ejemplo.

Nuestro país ha tenido infinidad de luchas. Unitarios, federales; peronistas, antiperonistas; militares, montoneros. ¿Y qué hemos logrado? NADA. En casi cuarenta años de democracia lo único que ha crecido es el narcotráfico y la extensión geográfica de nuestras villas miserias.

¿No será hora que aprendamos de nuestras discordias… en vez de continuarlas?

No hace falta un nacionalismo “aglutinador” de distintas expresiones políticas o ideológicas (receta para el fracaso si la hay). Hace falta uno que consiga elevarse de entre el denso derrotero de vulgares banderías propias de cualquier nación subdesarrollada y se postule claramente como una opción moderna, superadora y pragmática.

El peronismo intentó darle la bienvenida a la izquierda y a la derecha; miren en qué quedó el peronismo. El radicalismo, gran genuflexo, vivió olfateando los calcetines de zurdos, derechosos e incluso militares (sus favoritos): ¿existe alguien sensato, hoy en día, que pueda depositar confianza en el radicalismo? Los liberales, nunca existieron. Y los socialistas, como decía Perón, solamente hay que dejarlos gobernar para saber quiénes son en realidad.

Necesitamos un nacionalismo que ame. Pero que también desprecie. El amor nos une. El odio nos identifica.

Yo, hoy, propongo un nacionalismo cuyo propósito sea la educación, la “performance” nacional y el refinamiento de nuestra cultura (dejemos de ser indios alguna vez en nuestra vida). Un nacionalismo que parafrasee a Borges y lo repita a Alberdi; un nacionalismo que lo traiga a recuento a Sarmiento y que postule las más enérgicas máximas de José Ingenieros. Un nacionalismo que aprenda del “enemigo”, y que use sus armas.

Un nacionalismo que ame. Pero que también desprecie. Porque un ideal sólo es posible si en nuestro corazón existe amor. Pero en la vida se avanza si de veras nos calienta el fuego del odio. No se trata de disfrazarnos de humanos; se trata de ser seres humanos, y de hacerlo valer. Amiguémosnos con el pasado, que enseña mejor que nadie; declaremos la guerra al presente, donde hay tanto imbécil suelto.

Un nacionalismo que ame lo bueno. Uno que odie lo malo. El amor nos define. El odio nos moviliza. El amor nos muestra; el odio nos demuestra. El amor nos une; el odio nos identifica. El amor nos hace fuertes; el odio nos hace firmes.

¡Somos seres humanos, no santos…! La santidad… que la busquen los curas. Nosotros tenemos que armar este país de una buena vez.

Necesitamos un nacionalismo que seduzca con aquella cosa que nos hace ser seres humanos: el deseo de crecer en la vida. Y necesitamos un nacionalismo que atraiga con su sola idea: EL DESPRECIO TOTAL Y ABSOLUTO a todo aquello que retrasó el gran destino que aguarda a esta maravillosa NACIÓN. Si alguien asume el coraje, si alguien tiene el fuego de ser sinceramente nacionalista… es porque ha decidido que cualquier otra bandería es sinónimo de atraso, vergüenza y desprecio, por más que nuestra propia sangre se vea ensuciada. Nuestro deber será limpiarla, duela a quien le duela, y nos duela todo lo que duela.

Nunca las masas marcharon hacia el frío. Siempre anduvieron en procura del fuego… a veces, incluso, prendiendo fuego.

Ellos quieren manejar el futuro cambiando el pasado. Nosotros queremos ser el futuro cambiando el presente. SÓLO ESTO… ES NACIONALISMO.

Nosotros somos el presente.