¿Qué esconde Chile en su éxito con la erradicación de la pobreza?

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Detrás de la Cordillera han asumido la necesidad de comprender integralmente el fenómeno de la pobreza para poder abordar las políticas acertadas. Vislumbraron el talón de Aquiles de la problemática, focalizándose en la vulnerabilidad de las familias


 

Por Yamila Feccia (*)

Actualmente en América latina son visibles dos formas antagónicas de erradicar la pobreza. Una de ellas basada en un Estado de bienestar, fundado en una política redistributiva llevada a cabo mediante una transferencia de ingresos, juntamente con una serie de requisitos a cumplimentar como carnet de vacunas completas, certificado de escolaridad, etc. Tal es el caso de Argentina, que se convirtió en el país con mayor índice de cobertura social de América Latina, con el 94,3%.

Por otro lado, existe la novedosa política chilena donde no hay trasferencia de ingresos sino de oportunidades en recompensa con un futuro ampliado para sus beneficiarios. Su política está dirigida a la mujer, conciliando acceso a la educación y al mercado laboral en conjunto con la contención institucional requerida. Entre éstas puede hallarse el sistema de cuidado de niños compatibilizado con los horarios de trabajo de sus madres, acceso a la capacitación con el objetivo de integrarse al mundo laboral, otorgamiento de créditos en conjunto con asesoría y acompañamiento, etc.

Lo cierto es que en la primera, el Estado de Bienestar, como producto de su esfuerzo por respetar y proteger los derechos ciudadanos, para salir de la pobreza ha conducido a bloquear la capacidad y el ingenio, como asimismo los medios e incentivos. De esta manera, sobreprotegiendo a los ciudadanos se manifiesta la subestimación de sus capacidades para crecer de forma autodidacta, proceso en que se repiten comportamientos y en que queda en jaque el rol de la libertad en las elecciones individuales.

La ineficiencia de este programa se corrobora con los datos alarmantes que reveló a fines de 2012 el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, donde la pobreza afecta al 38,8% (4,8 millones) de los que tienen menos de 18 años, entre los cuáles 800.000 (el 9,5%) están en la indigencia. Esto no es todo: el informe señala que si el Estado no pagara la Asignación Universal por Hijo (AUH) ni la pensión prevista para madres de siete o más hijos, la pobreza y la indigencia entre los menores llegarían a 42,9 y a 15,9%, respectivamente.

Es evidente que los programas de transferencias de ingresos no son la salida para la problemática social debido a que no abarcan las cuestiones estructurales que condicionan el desarrollo de las personas, y que conllevan el riesgo de que se genere una dependencia transmisible entre generaciones, sobre todo si no son acompañados por otras medidas.

Es en este tipo de países donde la luz de la razón titila débilmente y donde, como sostenía Juan B. Alberdi, “la pobreza se vende y la ignorancia se equivoca” , los principios de las políticas son confusos y no se satisface adecuadamente las necesidades sociales que pretenden subsanar,  generándose, pues, problemas de déficit público debido al crecimiento desmesurado de la burocracia.

En contraste, del otro lado de la cordillera, han asumido la necesidad de comprender integralmente el fenómeno de la pobreza para poder abordar las políticas acertadas. Vislumbraron el talón de Aquiles de la problemática, focalizándose en la vulnerabilidad de las familias.

Estos hogares, comprendidos por mujeres como jefas de hogar en su mayoría, enfrentan simultáneamente una doble carga de trabajo en el hogar y fuera del mismo. Y, en consecuencia, están expuestas a agudas situaciones de tensión emocional al enfrentar solas la responsabilidad de sus hijos. Por lo mismo, esta problemática es más susceptible de trasladarse transgeneracionalmente.

Debido a estas razones, para mejorar la situación de las familias, fue fundamental encontrar el modo para que las mujeres puedan integrarse al mundo del trabajo y generar ingresos. Esto sólo fue posible gracias a que estuvieron presentes todos los dispositivos y las redes de apoyo para abordar el asunto, haciendo especial hincapié en la educación y la imprescindible contención institucional.

Como dijo Mahia Saracostti, Directora de Trabajo Social en la Universidad Autónoma de Chile,  “La respuesta no es simple, supone una serie de iniciativas que articuladamente apunten, en el corto plazo, a mejorar las condiciones de empleabilidad de las mujeres pobres. Y, en el largo plazo, apunten al desarrollo integral de la infancia para aumentar las posibilidades de la transición a una vida adulta saludable”.

Por estos motivos,  Chile cuenta hoy con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más alto de Latinoamérica (0.819). Además, los resultados de la medición aplicada en 2011 revelaron que la pobreza bajó del 15,1% al 14,1%, mientras que la pobreza extrema, bajo del 3,7% al 2,8% con respecto a 2009.

Mi opinión

A modo de conclusión, es importante comprender la diferencia entre una ayuda para salir de la pobreza que anula, en el largo plazo, la capacidad y los incentivos, y que genera la dependencia que nos lleva a entenderla como la “ayuda que esclaviza”; y por otro lado, el programa que permite desplegar las potencialidades de sus afectados y que logra igualar oportunidades, lo que nos lleva a asumirla como la “ayuda que libera”.

De acuerdo con la Dra. Elena Scherb, directora de la Licenciatura en Psicología de la UADE, es importante entender que “obtener grados de libertad es valioso siempre y cuando se vincule con mayor responsabilidad. No hay libertad sin responsabilidad, y no hay responsabilidad si no se asumen las consecuencias de nuestras elecciones”, lo cual sólo es posible si el Estado brinda la oportunidad de comprender esa responsabilidad internalizándola a través de un mecanismo que aliente las capacidades individuales y que entienda la educación no sólo a través de un esquema educativo sino de un proyecto de sociedad.

(*) Estudiante Avanzada de Economía de la Universidad Nacional de Rosario