A 167 años del fallecimiento del General José Francisco de San Martín

"La imparcial administración de justicia es el cumplimiento de los principales pactos que los hombres forman al entrar en sociedad".

572


Escribe: Tcnel. José T. L. Bettolli
Veterano Guerra de Malvinas – Veterano Guerra Contra Terrorista – Preso Político Argentino (*)

El 17 de agosto de 1850 se extinguía la vida del General José Francisco de San Martín en Boulogne Sur Mer (Francia), lugar donde pasó sus últimos años, aquejado de graves dolencias y casi ciego, meditando sobre  la marcha de la política europea y  la evolución de la situación en América del Sur, particularmente la de su Patria. Había nacido el 25 de febrero de 1778 en lo que fuera una de las misiones jesuíticas denominada “Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú” (hoy provincia de Corrientes), para luego vivir en Buenos Aires con su familia, desde donde viajó España, lugar donde comenzó su carrera militar, hasta que decidió volver a su Patria para luchar por su independencia y contribuir a la causa de la libertad de América.

Genio Militar y Estadista ejemplar dejó su impronta en la organización y capacitación de una unidad como el Regimiento de Granaderos a Caballo  con el que se cubrió de gloria en San Lorenzo; organizó el Ejército de Los Andes, colocándolo bajo la protección de la Virgen del Carmen de Cuyo, con el que puso en ejecución su Plan Continental para dar la libertad a Chile Perú; en Guayaquil entregó el mando de sus fuerzas a Simón Bolívar en un renunciamiento motivado por su firmeza de convicciones, en cuanto a que la causa de América estaba por encima de las apetencias personales, gesto que su par militar no supo interpretar en su verdadera dimensión. Fue un Libertador y no un conquistador.

No era un Jefe apasionado o vanidoso sino un maestro, un conductor, un verdadero líder. Tenía clara conciencia que el fin de la política era la búsqueda y el logro del bien común. Así lo confirmaba personalmente cuando hablaba de la libertad, luego de ser nombrado “Protector del Perú, cargo que asumió no como producto de una ambición personal, sino como consecuencia de la situación que se vivía, ya que el Virrey y el ejército realista ocupaban todavía una parte del interior de dicho país: «(…) Yo no estoy en contra de nadie que no sea hostil a la causa de la independencia. Todo mi deseo es que este país se maneje por sí mismo. En cuanto a la manera que ha de gobernarse, no me concierne en absoluto. Me propongo únicamente dar al pueblo los medios de declararse independiente, estableciendo una forma de gobierno adecuada; y verificado esto, consideraré haber hecho bastante y me alejaré” (1). En este mismo orden, el 28 de julio de 1821, en la Plaza Mayor de Lima se realizó la Jura de la Independencia, el General San Martín con la Bandera del Perú y ante una multitud, proclamó: “Desde este momento el Perú es libre e Independiente por voluntad del pueblo y por la justicia de la causa que Dios defiende” (2).

Finalmente, se aprecia conveniente destacar su accionar respecto a la justicia, cuando con claridad meridiana respecto a la necesidad de asegurar el correcto funcionamiento de esta y los tribunales, el Grl. San Martín en agosto de 1820 mediante un documento estableció la “Alta Corte de Justicia” del Perú con atribuciones similares a las de la “Real Audiencia Hispana”.

El Doctor Miguel Ángel De Marco, miembro de la Academia Nacional de la Historia (Argentina), Institución de la que fuera su Presidente durante varios períodos, destaca que nuestro Libertador, el Gral. San Martín, en el Reglamento de los Tribunales, dejó establecido en forma categórica su concepto sobre la Justicia y sus firmes convicciones ante tan importante cuestión: “La imparcial administración de justicia es el cumplimiento de los principales pactos que los hombres forman al entrar en sociedad. Ella es la vida del cuerpo político, que desfallece apenas asume el síntoma de alguna pasión, y queda exánime luego que, en vez de aplicar los jueces la ley y hablar como sacerdotes de ella, la invocan para prostituir impunemente su carácter. El que la dicta y el que la ejecuta pueden ciertamente hacer grandes abusos, mas ninguno de los tres poderes que presiden la organización social es capaz de causar el número de miserias con que los encargados de la autoridad judicial afligen a los pueblos cuando frustran el objeto de su institución“ (3).

Como queda demostrado, el Gral. San Martín tenía una especial preocupación por la independencia de la justicia, cuya aplicación tergiversada o mal administrada constituía el mayor daño a la República y a sus ciudadanos, a los que dejaba indefensos ante los abusos de los otros dos poderes. Así lo demuestra en Perú, cuando al hacerse cargo en circunstancias de extrema gravedad para la libertad – por las razones expresadas anteriormente y en forma provisional – de las responsabilidades ejecutivas y legislativas, sus convicciones lo llevaron a abstenerse de mezclarse en cuestiones judiciales, expresando tal voluntad en el Estatuto Provisional del 8 de octubre:  «(…) Jamás en el solemne ejercicio de las funciones judiciales porque su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo; y nada importa que se ostenten máximas exquisitamente filantrópicas, cuando el que hace la ley o el que la ejecuta es también el que la aplica” (4).  

Estas contundentes definiciones retoman en la actualidad su valor intrínseco y sirven para encuadrar el deber ser de los jueces en nuestra sufrida Argentina, que por distintos motivos actúan alejados de la esencia y el espíritu de lo concebido por nuestro Padre de la Patria. De la misma manera, alcanza a los gobernantes y legisladores, cuando los primeros avanzan sobre los otros asumiendo de hecho la suma del poder y los segundos lo permiten, transformándose en representantes de aquellos y no de los ciudadanos que los votaron para tal fin, como está constitucionalmente establecido.

Que en este nuevo aniversario de su paso a la inmortalidad, todos los ciudadanos tomemos su ejemplo y sus enseñanzas con vocación de servicio y sin intereses personales y sin declamaciones altisonantes -vacías de un verdadero respeto a la memoria del prócer y amor a la Patria- para que se restablezca la justicia, la paz y la concordia y seamos dignos herederos del Libertador Gral. José de San Martín, terminando con esta persecución penal injusta e ilegal a la que somos sometidos quienes vivimos como integrantes de las distintas Fuerzas y civiles, los enfrentamientos y consecuencias de la guerra revolucionaria de los 70.


NOTAS

(1) Ricardo Rojas, “El Santo de la Espada”, Ed. Campano, Bs. As., 1970, Pag. 265
(2) Ibídem, Pág. 271
(3) Miguel Ángel De Marco, “San Martín. General Victorioso. Padre de Naciones”, Emecé, Buenos Aires, 2013, Pág. 264
(4) Ibídem, Pág. 264
(*)Vicepresidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Formosa  2000/2008