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Escribe: Gustavo Adolfo Alsina (*)

1973 – 18 de febrero – 2019

A mediados de enero de 1973, un joven Subteniente, recientemente egresado del Colegio Militar de la Nación, llegaba a la Ciudad de Córdoba para iniciar su carrera militar en el que sería su primer destino el Batallón de Comunicaciones de Comando 141, ubicado en Parque Sarmiento muy cercano al centro de la Capital cordobesa.

Lo hacía con una enorme expectativa propia de la nueva situación que vivía, al igual que tantos camaradas enviados a servir a todos los rincones del país.

Sus pensamientos corrían velozmente imaginando el devenir de sus nuevas responsabilidades como oficial del Ejército Argentino, enmarcado en su pequeña fracción debería contribuir con su mayor esfuerzo para lograr un óptimo nivel de preparación de los efectivos y medios que pusieran a su mando. De tal forma que el Ejército continuara siendo garante de paz para todos los argentinos, resultante de la disuasión originada en una eficiente aptitud para el combate.

Sus cinco años de formación en el Colegio Militar de la Nación le habían proporcionado las herramientas necesarias para cumplir con su misión, conocimientos sobre técnicas y procedimientos de combate aplicativos a la guerra clásica; se sentía seguro de las enseñanzas recibidas. Aunque, entonces, en el país habían sucedido hechos graves y atípicos que nada tenían que ver con la normal educación e instrucción de los cadetes.

Tras una inolvidable recepción a su llegada, antigua tradición llena de chanzas y bromas, el novel Subteniente se sumó a la Unidad en la preparación de todo lo necesario para el desarrollo del Subperíodo Básico, tiempo en que se impartían los primeros y rudimentarios conocimientos militares a los ciudadanos recientemente incorporados y que debían cumplir con la ley del servicio militar obligatorio. Las actividades se desarrollarían en el predio del Grupo de Artillería 141 en la localidad de José de la Quintana, distante unos 60 km de la Ciudad de Córdoba.

En esa preparación no se podía olvidar detalle alguno ya que se alejaban del cuartel por unos cuarenta días, con oficiales y suboficiales que integraban las cuatro subunidades del Batallón y quinientos reclutas incorporados.

En los cuarteles de Parque Sarmiento quedaba un pequeño destacamento de vigilancia  compuesto por personal del cuerpo profesional y unos pocos soldados de la clase “vieja”.

Ya en José de la Quintana desde los primeros días de febrero se iniciaron las tareas diarias,  las cuales se desarrollaron normalmente hasta el sábado 17.

El domingo 18 de febrero, día de descanso, el Subteniente se despertó tarde para lo que significa la rutina militar, alrededor de las ocho de la mañana encendió la radio para escuchar un poco de música, se sobresaltó al escuchar al locutor que informaba: ¡ATACARON EL BATALLON DE COMUNICACIONES 141!

El Subteniente salió de su carpa, rápidamente fueron agrupándose todos los oficiales que, asombrados e incrédulos, comentaban la noticia que sin pausa transmitían todas las emisoras de Córdoba. Se ordenó que cinco oficiales y unos veinte suboficiales partieran inmediatamente al cuartel del B Com Cdo 141, entre ellos fue el Subteniente.

La llegada fue tardía, infructuosa y traumática. Traumática al observar el resultado del paso de los delincuentes terroristas por la Unidad, el frente de la misma ubicada sobre la transitada Av. Ricchieri, tenía sus más de quinientos metros de paredes blancas pintadas con consignas de color rojo llamando a la guerra entre hermanos y en contra de una convivencia democrática, habían pintado innumerables estrellas de cinco puntas identificadoras del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El sentimiento de los recién llegados era de tremenda impotencia por el resultado final y porque los terroristas ya no estaban en el lugar.

La Compañía Decididos de Córdoba del ERP, integrada por los comandos “29 de mayo”, “Che Guevara”, “Lezcano-Poli-Taborda”, “Jorge Luis Sbedico”, “Ramiro Leguizamón” y “Ferreyra-Martinez”, con un efectivo total de setenta y dos hombres al mando de Juan Eliseo Ledesma alias “Comandante Pedro”, ingresaron por los fondos del Batallón alrededor de la 1.30 h del 18 de febrero, con la ayuda del conscripto Félix Giménez quien cumplía tareas auxiliares en la Mayoría de la Unidad.

Éste, aprovechándose del conocimiento y la confianza de sus compañeros de servicio militar, pudo aproximarse desde los fondos del cuartel a cada soldado centinela y junto a los demás terroristas ponerlos fuera de combate uno a uno, para llegar luego todos juntos y en perfecta formación militar a la Guardia Central sin despertar sospecha.

Años más tarde, Juan Eliseo Ledesma es designado Jefe del Estado Mayor del Ejército Revolucionario del Pueblo por su reconocida capacidad militar. En 1975 planificó junto a los máximos responsables de esa organización terrorista el ataque al Batallón de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno” de Monte Chingolo, siendo elegido Comandante para esa operación militar por el Comité Central del ERP.

Los terroristas se llevaron del asalto al Batallón de Comunicaciones de Comando 141 una importante cantidad de armas que utilizaron en sus múltiples y posteriores atentados sangrientos; en pos de la toma del poder para prescindir del sistema Republicano, la Constitución Nacional, las leyes de la Nación y las costumbres, tradiciones y bandera de los argentinos.

El éxito de la operación militar terrorista, primer ataque a un cuartel del Ejército, se debió más que a la capacidad del enemigo a los errores cometidos por la propia tropa, particularmente en los máximos niveles de la Fuerza, quienes en conocimiento de la grave situación política del país no adoptaron las medidas necesarias para impedir hechos inéditos como el relatado. Como tantas veces en la Institución y en el país lo reglamentado se ejecutó tardíamente, dando por terminada la laxitud con que se desenvolvían muchos de los sistemas de seguridad de los Elementos de la Fuerza.

El copamiento del cuartel y muchísimos episodios terroristas que regaron de sangre a la Nación, hicieron que el General Perón, en ejercicio de la Presidencia de la Republica, impartiera una durísima orden a las fuerzas legales: “… harán que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República”. Poco tiempo después, el 06 de octubre de 1975, por decretos Nro. 2770, 2771 y 2772, María Estela Martínez de Perón, quien sucediera al General en la primera magistratura, ordenó la aniquilación de la subversión.

El Subteniente comprendió que su obligación como soldado e instructor no pasaba solamente por prepararse para una guerra clásica, pues en carne propia y todavía casi cadete había sufrido un ataque artero por parte de otros argentinos en el marco de una guerra interna.

Cuarenta y seis años después el enemigo violento de aquellos tiempos niega la condición de guerra que sufrimos en el país, lo hace oculto tras una imagen democrática que no siente ni practica, lo hace aunque con otros métodos persiguiendo objetivos de una ideología fracasada en el mundo, lo hizo desde el gobierno por sus intereses egoístas y miserables que mediante la corrupción postraron a los argentinos como nunca y lamentablemente lo puede hacer porque gran parte de la sociedad argentina, con ingratitud e ingenuidad, tolera y permite que se esconda la verdad.

Héctor Leis, filósofo, quien fuera integrante de la organización terrorista Montoneros, desgraciadamente fallecido, hace pocos años dijo: “De todas las memorias posibles, la actual es la mejor para ocultar la verdad, ya que la culpa es únicamente de los militares. Para que la Argentina supere las divisiones y enfrentamientos que hoy la aquejan es forzoso hacer la catarsis de los 70, si continúa la exclusión de unos u otros, los resentimientos del pasado continuarán alimentando el presente, generando nuevas listas de muertos en el futuro, tal como están hoy las cosas la guerra civil no es manifiesta, pero los instintos y odios que la alimentan continúan latentes”.

El Subteniente de esta historia, apenas uno más de tantos, y una enorme cantidad de sus camaradas del Ejército y otras Fuerzas, siendo muy jóvenes lucharon en el contexto de un terrible drama humano e internacional; lo hicieron aun con errores pero con absoluta honestidad y convicción.

Hoy cargan con responsabilidades, de los más altos niveles políticos civiles y militares, que no han sido las suyas.

Hoy mueren en prisión o la sufren, ante una conducción política que sabe de su ilegalidad pero mira a otro lado.

(*) Un simple soldado que luchó por la Patria.


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