9 días y 9 años

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alberto-mansuetiEscribe: Alberto Mansueti

“9 días que cambiaron el mundo” se titula un magnífico documental sobre el histórico viaje de Papa Juan Pablo II, en 1979, recién elegido, a su Polonia natal. Está en Internet, producido y narrado por Newt Gingrich, quien fue Presidente de la Cámara de Diputados de EE.UU.

El Obispo de Cracovia, y luego Cardenal Karol Woytila, era un firme anticomunista. Pero cuando ya como Papa, llegó a su país en 1979, aún se recordaban los trágicos días de octubre de 1956, cuando los social-demócratas hicieron violentas revueltas populares, ahogadas en sangre por el Ejército en Polonia, al igual que pasó en Hungría en noviembre de 1956, y antes, en Alemania oriental, en 1953.

El mundo no cambió en esos 9 días; pero el cambio comenzó. ¿Cuál fue el mensaje del nuevo Papa a su pueblo? Simple: “No tengan miedo; pero no lo intenten por la violencia”. O sea: la salida del comunismo es por la puerta de la democracia y los partidos políticos.

Pero desde los ’60 y ‘70 ya había “disidentes”, y sindicatos, círculos intelectuales y estudiantiles, con sus periódicos clandestinos. Todos proscritos por el régimen de Edward Gierek.

En la película, Lech Walesa, líder de “Solidaridad”, el más famoso de esos sindicatos, cuenta cómo se hizo la diferencia. Antes del viaje del Papa, la oposición era sólo “disidencia”, socialista democrática, que cuestionaba a las personas de turno en el gobierno, pero nunca al sistema. No era una verdadera “oposición” frontal contra el comunismo. Su modelo todavía era la “Primavera de Praga” del año 1968 en Checoslovaquia, aunque fue derrotada, y por la misma razón: no se exigió el cambio de rumbo hacia el capitalismo, sino apenas un “socialismo con rostro humano”, el del Sr. Alexander Dubcek, que quería comunismo con libertades democráticas y elecciones libres.

Pero eso cambió en Polonia desde la visita papal de 1979, que se repitió en 1983 y 1987. Los líderes liberales se hicieron visibles, y comenzaron a exigir no sólo multipartidismo como en Occidente, sino que conectaron con la gente de a pie, que quería salchichas, pollo y mantequilla como en Occidente, y aparatos electrodomésticos también, teléfonos, y bienestar. Pero todos esos artículos y productos eran resultado de economías capitalistas. Así comenzaron a oírse las voces p. ej. de Adam Michnik, fundador en 1962 del famoso “Club de Cazadores de Contradicciones y Falacias”, disparando dos armas letales contra la izquierda: la lógica y el humor.

En 1982 se creó Solidarnosci Walczaca («Luchando por Solidaridad») un grupo político de apoyo a Walesa y sus amigos, católicos y no católicos. Era un partido liberal en estado embrionario, con bases locales en todas las ciudades. Pero sin antipolíticos o partidofóbicos, sin enemigos de la democracia, ni anarquistas de ninguna especie. Había profesores cultos y eruditos, pero no adversaban el accionar partidista, en el que participaban activamente, pese a la represión del General Wojciech Jaruzelski, entronizado en 1981. Hubo presos y torturas, persecuciones y exilios, asesinatos como el del joven Padre Jerzy Popiełuszko en 1984, descrito en el filme “La Libertad está en nosotros”.

Pero los políticos liberales se sentaban a negociar a veces, para liberación de presos, entre otros objetivos. Claros tenían varios puntos, y entre otros, estos tres: (1) negociaban desde una posición ideológica antisistema y contra la izquierda; (2) por eso hay principios innegociables, y hay tópicos concretos que pueden negociarse, y debe saberse la diferencia entre unos y otros; (3) hay que ceder algo a cambio de algo, por eso es vital la delicada evaluación de los costos y precios políticos de cada cesión, y de las capacidades de presión de cada una de las partes.

Se requiere inteligencia y sentido común; nada de ingenuidad. Y nada de “radicalismo” verbal, infantil y estéril, de “no se negocia con tiranos”. En política se presiona y se negocia con tiranos, sí, para salir de la tiranía, pues por la violencia es imposible. Lo dijo Juan Pablo II: por la violencia ganan ellos.

Hubo muchas tentativas y frustraciones. Por fin en 1988, a nueve años del primer viaje papal, se abrió la vía a las primeras elecciones más o menos libres en Polonia. El 27 de enero de 1989, Lech Wałęsa se reunió con el Ministro del Interior Czesław Kiszczak, en Varsovia, sin la payasada de irse al exterior. Se acordaron en una lista de negociadores, y en una fecha para el diálogo: el 6 de febrero se pautó para comenzar las célebres “Negociaciones de la Mesa Redonda”, en Varsovia por supuesto, a la vista de todo el mundo.

En abril de 1989 Solidaridad fue legalizado, y el “Comité de Ciudadanos” pudo postular candidatos a las elecciones de junio, sólo para el 35 % de los curules en Diputados, pero sin restricciones para el Senado. Con pocos recursos, el Partido opositor hizo campaña. Y pese a que las encuestas anticiparon una victoria comunista, la oposición ganó 160 de los 161 asientos disponibles en la Cámara Baja, y 92 de los 100 en el Senado. Tras inevitables corridas y apurones, el Parlamento invistió como Premier a Tadeusz Mazowiecki, de la derecha, por primera vez en un país comunista. En su discurso inaugural prometió una “Gruba Kreska”, la «línea gruesa», para separar al país de su negro y oprobioso pasado antiliberal y colectivista.

En esos años ’80 había cundido el ejemplo polaco en Europa del Este; y por eso en 1989 se acabó el comunismo, al menos en su versión soviética, en todos y cada uno de los países del “Bloque Socialista”.

Porque ningún idiota salió a decir “Eso en mi país no se puede hacer, porque mi país es muy especial, y distinto a los demás”. No: la izquierda es igual en todas partes, el mismo mal, e igual es el remedio: la derecha. Lo veremos en mi próximo artículo, si Dios quiere: “El Otoño de las Naciones”.

En Cuba la oposición de derecha fue aplastada desde temprano, en los años ‘60, y para nunca más volver. En 1989, en La Habana, los Castro fusilaron a cuatro líderes opositores que no eran liberales, según cuenta el periodista español de izquierda José Manuel Martín Medem, en su libro “El secreto mejor guardado de Fidel: los fusilamientos del narcotráfico”. El Gral. Ochoa y sus amigos “disidentes” sólo querían reformas en el sistema, pero no un cambio de sistema.

¿Y en Venezuela? En 1989 hubo una revuelta comunista en Caracas, en 27 y 28 de febrero, contra el Presidente Carlos Andrés Pérez, porque su Gobierno decretó unas reformas “Neo-liberales”, no muy “gruesas”. La izquierda le dio un par de golpes de estado en 1992, ambos frustrados, pero logró por fin su destitución por la Corte Suprema en 1993. Por fin en 1998 el socialismo puro, de la izquierda dura, ganó las elecciones, con Chávez. La izquierda blanda pasó a la “disidencia”, hasta hoy.

¿Oposición liberal? Eso no existe en Venezuela. O mejor dicho: sí existimos, y aquí estamos, tanto en el exterior como en el país; pero no nos dejan salir de las catacumbas. ¡Ellos saben lo que hacen!