En la Casa Rosada, con un acto realmente rimbombante, la Presidente Cristina Kirchner había anunciado, meses atrás, que BlackBerry fabricará sus teléfonos en Argentina, lo cual – fuerza es aclararlo – resumió en otra de las desgraciadas “imprecisiones” a las que este gobierno nos tiene acostumbrados. Muy distinto a fabricar un celular es “ensamblarlo”, como de hecho lo hacen prácticamente todas las empresas electrónicas radicadas en la mentada Tierra del Fuego. He ponderado las notables diferencias entre “fabricar” y “ensamblar” en el artículo “Nosotros, ¿fabricamos… o ensamblamos?”.
Y resulta que ahora me entero que la renombrada firma norteamericana “Apple” fabricará sus teléfonos y tabletas en Brasil (confieso que me remuerdo de la envidia). Y leyeron bien: puse “fabricará”, que no “ensamblará”. Quisiera decir, pues, que entre Brasil y Argentina hay la misma distancia que entre un iPhone y un BlackBerry, pero créanme que así y todo estaría siendo infamemente generoso con mi país. Consigna el portal web Infobae: «La planta localizada en el pueblo de Itu, a 100 kilómetros de la capital paulista, tendrá cinco sitios de producción y dará empleo a 10.000 personas».
En rigor, el fabricante taiwanés Foxconn, quien abastece de componentes electrónicos nada menos que a Apple, Sony, Cisco o Nokia, llegó a un acuerdo con el gobierno de Dilma Russeff para producir los teléfonos y las tabletas de la famosa manzanita, convirtiendo a Brasil en el segundo país del mundo en hacerlo, detrás de China.
Pero esto no es todo: Foxconn contará con una reducción impositiva, hasta el 2014, del 95 %, teniendo que invertir el 4 % de su facturación líquida en investigación y desarrollo. «Además de generar empleos e inversiones, la fabricación de tabletas en Brasil abaratará el precio del producto», señaló el ministro de Desarrollo carioca, Fernando Pimentel. La firma se comprometió a invertir alrededor de 12 mil millones de dólares, y además de sus ya cuatro fábricas en Brasil planea la construcción de una planta específica para el iPhone y el iPad, y otra más exclusivamente para la fabricación de pantallas táctiles.
Y no se puede evitar la siguiente equivalencia: mientras que en Argentina los iPhones siguen atascados en la aduana, tornando tortuosa la tarea de adquirir uno, en Brasil no sólo que les abren las puertas a la manzanita, sino que además se las han ingeniado para que allí mismo se fabriquen. Mientras que en Argentina, en caso de ingresar un iPhone, su precio se ve seriamente engordado por los impuestos, dentro de seis meses Brasil los producirá casi sin tener que pagar gravámenes, por lo que su valor final contará con un 30 % de descuento. En fin, dejemos de darle más vueltas: mientras que acá los celulares se ensamblan (con piezas que vienen de China [a Buenos Aires, y de Buenos Aires a Ushuaia, y de Ushuaia otra vez a Buenos Aires]), en Brasil los celulares directamente se fabrican (con componentes también fabricados allá).
Ensamblar un BlackBerry en Argentina (es decir, pagarles a cuatro personas para que armen un teléfono que curiosamente entra desarmado a nuestro país) fue anunciado como un acto triunfal que definitivamente nos pone a la vanguardia de la tecnología, el progreso social, la lucha de clases, el imperialismo aplastado como una cucaracha y la reivindicación de un millón de derechos soberanos, diplomáticos y todo aquello que signifique la figuración de una nación portentosa elevándose sobre otros paisuchos que nos miran recelosos y arrepentidos. Fabricar un iPhone o un iPad en Brasil es, pues, tan aburrido y humillante como un país industrializado que recibe una inyección de 12 mil millones de dólares para construir dos fábricas más y para producir a escala global con precios altamente competitivos (considerando, por si fuera poco, el pesado compromiso de obligar a los pelmazos brasileros a invertir en investigación y desarrollo).
¡Ay, Dios…!