Carlos Viana: «¿Dónde está la democracia en Argentina?»

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Hay periodistas que pretenden quedar bien con todo el mundo. Son mediadores.

Pero hay una muy selecta clase de profesionales a los que sencillamente no les importa quedar bien ni con Dios ni con el diablo. Son, pues, periodistas.

Carlos Viana es un legendario periodista rosarino que forma parte de esta última clase en extinción, y yo tuve el placer de poder conversar con él

Hablamos sobre el Socialismo del Siglo XXI. Los invito a que participen de la charla.



Argentina: ¿Dónde está la democracia?
(*)

Por Carlos Viana (**)

“Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre” (Aixa a su hijo, el Rey Boabdil) 

Compartí un almuerzo en Rosario con Gregorio Badeni, quien dio una ilustrativa y como siempre brillante conferencia sobre la democracia. El Dr. Badeni distinguió entre lo que él llama las democracias constitucionales y las que denominó democracias populistas. A estas últimas las definió como un modelo nuevo, y puso como ejemplo el gobierno de Chávez en Venezuela, el de Correa en Perú, Ortega en Nicaragua y Cristina Kirchner en la Argentina.

Por su parte, Guillermo O’Donell, sobresaliente politólogo argentino de renombre mundial y recientemente fallecido, distinguió la democracia representativa de la que él denominó democracia delegativa. A esta última la definió así: “Las democracias delegativas se basan en la premisa de que quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado”, es decir, sin respetar la Constitución, salvaguarda de las libertades y derechos de los ciudadanos.

Tácitamente, muchos políticos de la llamada oposición, la mayoría de los periodistas y en general la opinión publica parece que comparten esta posición, hablando de la democracia recuperada en 1983 sin reparar en algunos rasgos distintivos esenciales de la democracia.

De la Teoría a nuestra Realidad

Del ejemplo que estamos viviendo, deducimos que se caracterizarían, estas democracias populistas o delegativas, por una dosis de anarquía, donde predomina la fuerza de cualquier grupo piquetero, y que le permite al gobierno usar a grupos extremistas en contra de los opositores, como son Quebracho, la organización tupacamurista de Milagros Salas y La Cámpora, entre otras. A su vez, el gobierno utiliza a jueces oficialistas, la AFIP y una mayoría en el Congreso para aprobar leyes inconstitucionales, como las de poderes extraordinarios, la ley de prensa, las leyes que terminan con la independencia del Poder Judicial y otras.

En otras palabras, el populismo se caracteriza por una mezcla de anarquía y de autoritarismo cada vez menos encubierto, atacando por dos flancos las libertades de los ciudadanos.

El gran interrogante es si hay libertad. Porque según Heródoto, Pericles, Platón, Aristóteles, Montesquieu, Rousseau, Sieyes, Madison, Alberdi y la mayoría de los filósofos políticos, la democracia se caracteriza esencialmente por la libertad, que es la libertad individual, y la expresión política de esta libertad es la democracia.  El populismo es una transición hacia una dictadura disfrazada de democracia.

La segunda pregunta: ¿por qué regalarles a estos populistas autoritarios, disfrazados de demócratas, el uso de ese glorioso término de la cultura occidental y cristiana?

Regalarle el nombre de democracia a un fenómeno que no expresa la libertad nos lleva a ciertas paradojas insostenibles.

La mayoría es un procedimiento; el valor es que ciudadanos educados y tolerantes y el gobierno respeten la libertad. Le estamos cediendo un nombre valorizado en una forma de gobierno, que es la expresión de la libertad, a quienes atentan contra ella.

Si la democracia es solo el gobierno de la mayoría sin libertad, ya Aristóteles decía que se degeneraba en demagogia, y Platón, que este último estado derivaba en la tiranía.

Consecuentemente con esta postura, Hitler habría sido un gobernante democrático, porque tuvo las mayorías más grandes de la historia europea. Claro, habría que preguntarles a los judíos, gitanos y opositores de este tirano asesino, si Hitler fue un gobernante democrático. Siguiendo con este razonamiento, también la mayoría popular que dictaminó que Cristo debía ser crucificado fue democrática.

Es más, Hitler surgió como líder cuando Alemania estaba en medio de una anarquía populista. En definitiva, que un régimen político sea popular no quiere decir que sea democrático y menos justo.

Este es el camino que inició Chávez, hasta con similitudes semánticas: del nacionalsocialismo, él pasó al socialismo del siglo XXI, con el fatídico ejemplo de Cuba y, en la Argentina, de los Montoneros, con su distintivo de la “Patria Socialista”; también, el socialismo de Correa en Ecuador.

Continuando con este uso de amplitud casi infinita del término democracia, el general Franco, al final de su mandato, sostuvo que sus referéndums sobre la base del voto del jefe de familia eran una democracia orgánica. Por su parte Erick Hoernecker, uno de los constructores del Muro de Berlín, fue el führer de la llamada República Democrática Alemana. Uno de los ideólogos más admirados de este dictador, Lenín, acuño el término “democracia centralizada”, que sería en su etapa socialista dirigida por una dictadura del proletariado, encabezada por una elite intelectual comunista y que culminó, como el caso de Hoernecker, en un estado totalitario. Kadhafi sostuvo hasta su reciente muerte que él había inaugurado la “democracia verde”.

Hay una gran mayoría que sostenemos que los Estados Unidos son una democracia, pero otros lo niegan acusándolos de ser una plutocracia imperialista. En la actualidad se habla de democracia liberal, de democracia social, de democracia corporativa, etc. Hay quienes ponen énfasis en la libertad, otros en la igualdad y también quienes sostienen, como único requisito, la mayoría. Como vemos, con la palabra “democracia” se abarcan fenómenos políticos muy diferentes y hasta opuestos.

Es que lo que se está valorizando es el término democracia y no el fenómeno, no un régimen político concreto. Debido a este valor que ha tomado el vocablo democracia, más que un tipo de régimen político ha reemplazado el significado de “bien” o “bueno”. Pero también el término “bien” ha sufrido su desgaste; en consecuencia, se lo ha reemplazado, en buena medida, por el término democracia.

Hagamos una mostración histórica y ontológica de lo que se consideró como democracia, buscando su esencia, desde la antigüedad.

Precisando el concepto del fenómeno de la libertad,  ¿cómo consideraba Platón, uno de sus enemigos, a la democracia?

Dejemos que él nos conteste. “En una ciudad gobernada democráticamente, oirás que la libertad es el más precioso de todos los bienes, y que por ello solo en esa ciudad puede vivir dignamente el hombre que sea libre por naturaleza” (La República).

En cuanto a Aristóteles, ¿que consideraba él una democracia? “Es un error grave, aunque muy común, hacer descansar exclusivamente la democracia en la soberanía del número” (La Política ). Párrafos más adelante, continúa el estagirita, “no hay verdadera democracia sino allí donde los hombres son libres y conforman la mayoría, aunque sean pobres” (La Política).

No deberían quedarnos dudas: siempre se consideró a la democracia como la expresión política de la libertad.

La eliminación por ley de la independencia del poder judicial debería despertar la alarma en quienes solo atinan a decir que no se cumple la Constitución, mientras siguen avalando este populismo llamándolo democracia. A la libertad hay que defenderla con coraje todos los días, contra las fuerzas diabólicas de los que intentan destruirla.

Cuentan que allá lejos, por 1492, en las alturas de una colina de Granada, el Rey vencido Boabdil el Chico miró las redes doradas que caían al atardecer sobre su perdida Granada y se puso a llorar. Su madre, la princesa Aixa, le dijo entonces: “Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.

(*) Editorial originalmente publicada en HACER.ORG.
(**) Carlos E. Viana es profesor de teoría política y autor del libro “El escenario político sobreiluminado”.