Por David Rey
Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia… en fin, por más maquillaje que se pongan y por más cotorreo con que diviertan a la prensa de todas partes, no pueden menos que agachar la cabeza y remorderse de envidia porque, en realidad, la “vedette” del continente es Chile, el país “más largo” de la Tierra y el único de habla hispana a poco de atravesar el umbral que lo separa del Primer Mundo.
Mientras que los presidentes de las naciones enroladas en el mentado “socialismo del siglo XXI” pronuncian a diario fogosos discursos donde prometen poner de rodillas a los bancos, al imperialismo y a quien diablos “se meta” con ellos, el presidente chileno, Sebastián Piñera, no sólo que destaca por lo bajo de su perfil sino que además dejará prontamente su cargo con un índice de popularidad de sólo el 30 por ciento.
No obstante, mientras que la pobreza, la desinversión, el fracaso educativo, la inseguridad, el narcotráfico y cuanto flagelo exista se incrementaron notablemente en aquellos países regidos por presuntuosos héroes o adalides, el discreto gobierno de Piñera hizo lo propio para dejarse de chácharas y ponerse a trabajar de verdad en la solución de los principales problemas latinoamericanos. De ahí que hoy muchos analistas coincidan en llamar “milagro” el éxito de las políticas chilenas en materia social y económica.
<<En Chile no ha ocurrido ningún milagro>>, sin embargo, señaló con firmeza Ángel Soto, director de programas de Fundación para el Progreso del vecino país, en una conferencia que dio en la Fundación Libertad de Rosario. Me diría más adelante al ser consultado: <<Los milagros no tienen explicación. Lo ocurrido en Chile se dio gracias a una idea, la idea de una sociedad libre y responsable que se puso en marcha en 1975 cuando se aplicó el plan de recuperación económica. Es el fruto de 38 años de políticas que pusieron énfasis en el individuo y no en el Estado como motor de la economía>>.
En efecto, según el Índice de Libertad Económica 2013 de The Heritage Foundation, Chile no sólo que es el país mejor clasificado del continente, sino que además ocupa el nada despreciable puesto 7 (apenas detrás de Canadá) al respecto de todo el mundo. Muy lejos, en los puestos 36 y 37, lo siguen Uruguay y Colombia respectivamente. Por su parte, Bolivia (152), Ecuador (159), Argentina (160), Venezuela (174) y Cuba (176) completan la última columnita de dicho ranking, sobre 177 países consignados.
Asimismo, según Naciones Unidas, Chile es el país con mayor índice de desarrollo humano de América latina (0,819), ubicándose en el puesto cuarenta a nivel mundial. La economista Yamila Feccia supo ilustrarnos sobre el tema, en este mismo medio: <<Los resultados de la medición aplicada en 2011 revelaron que la pobreza bajó del 15,1% al 14,1%, mientras que la pobreza extrema, bajo del 3,7% al 2,8% con respecto a 2009>>.
Pero no deben desesperar los países del “socialismo del siglo XXI” ya que no todos los rankings los dan como perdedores. La encuesta del Barómetro de las Américas, realizada por la Universidad de Vanderbilt, ubica a Chile en el último puesto – para alegría de sus vecinos – aunque en un estudio sobre los países… más corruptos del continente, en que Haití, Ecuador y Bolivia lideran la tabla cómodamente.
Le pregunté a Soto cómo y cuándo comenzó Chile a desandar este camino de progreso sostenido. Me dijo que <<el primer hito es el convenio entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica en los 50. Comienza en Chile una verdadera revolución en la enseñanza de la economía, pero que al mismo tiempo se pudo difundir gracias al papel de la prensa. Los Chicago Boys sabían que las políticas de Allende harían colapsar al país y comenzaron a escribir un plan alternativo para cuando se necesitara. Es el plan que comienza a aplicarse a partir de 1975. Finalmente, ya en los 90 viene la convivencia entre el mercado y la democracia, cuyos resultados convierten al país en un referente de progreso>>.
¡Zaz!, pensé, mientras escuchaba al director de programas de Fundación para el Progreso, ¡la educación tenía que estar detrás de todo! Todo, pues, comienza con un “gesto”, un acercamiento, una inquietud: tan simple como un convenio entre universidades. Soto diría que lo que se dio en Chile fue “el poder de una idea”, pues tanto es así que – a diferencia de los “idealistas” gobiernos vecinos –, esa idea supo sobrevivir a distintos gobiernos por más de treinta años. <<Hay en Chile un sector del socialismo que cree en el mercado, que respeta las elecciones, que no es violento>>, me diría al respecto.
Por otra parte, le pregunté a Soto por qué la imagen del presidente Piñera, “el mejor presidente chileno de los últimos tiempos”, ha decaído al 30 % en las encuestas. Me dijo: <<No estoy tan de acuerdo que sea el «mejor» presidente, pese a que las cifras se le han dado bien. Evaluar un gobierno por los éxitos económicos no es suficiente. Y la popularidad así lo refleja. El de Bachelet, en cifras, fue un gobierno más bien mediocre y terminó con una gran popularidad. Piñera no cumplió todas las expectativas. Le faltó dar el salto para llevar a Chile hacia un país moderno. Le faltó relato. Le faltó emoción, algo de corazón; la pura técnica y la eficiencia no sirven. Le faltó épica>>.
Pues bien… los argentinos podríamos decirle a Soto que no se preocupe demasiado por eso de que a Piñera “le faltó relato, emoción o épica”; acá, es lo que sobra, y así estamos, todavía sin saber para qué lado arrancar. En rigor, Soto tiene razón al decir que “en Chile no hubo ningún milagro” toda vez que la explicación se encuentra en el hecho de haber conservado un espíritu de pragmatismo por sobre las coyunturas “emocionales” de las distintas gestiones.
Lo cierto es que acostumbramos en América latina ponderar a nuestros presidentes no tanto como a “líderes” sino más bien como a estrellas cine, mientras que por otra parte cada uno de “los elegidos” termina por asumir su papel de “salvador”, “héroe” o “justiciero”. Por su parte, la prensa, en vez de abocarse a cuestiones de suyo relevantes (como el atraso educativo, por ejemplo), escoge opciones eventualmente más “taquilleras”, que luego se las lleva el viento.
Así y todo, la “vedette” del continente es Chile. Por su parte, el presidente Piñera no es un presidente “impopular”, sino uno que se arremangó las mangas de la camisa y dejó para su intimidad aquel complejo de heroicidad que tanto nos embriaga a los latinos. Para sacar un país adelante no hace falta ser un héroe, hace falta ser presidente. Para sacar un país adelante no hace falta destruir todo lo que se hizo anteriormente, sino encausar lo mismo para nuevos desafíos, como el que enfrenta “ahorita” mismo Chile, pronto a integrarse al club de los países del Primer Mundo.
Por más maquillaje y por más griterío que empleen los gobiernos de Cristina, Maduro, Correa y Morales… no tardarán en llegar los achaques propios de un devenir turbulento. Chile es, pues, una mujer discreta; no alardea con atributos que valen lo que el tiempo quiera. En la belleza interior está la clave de la verdadera juventud. Saben los chilenos que no habrá viento ni marea que consiga torcer ese destino que, desde el sur, los conmina a ser el norte de todo un continente.