¿Cuál es la diferencia entre «dictadura» y «tiranía»?

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Escribe: David Rey

TIRANÍA Y DICTADURA son sinónimas. Pero como bien se ha dicho alguna vez, por más parecidos que sean dos vocablos en su significación, siempre habrá un fino contraste que distinga una cosa de otra. En su rigor técnico, “tiranía” – por ejemplo – siempre ha de constar un mismo significado; no obstante, el contexto en que se aplique o valore el término determinará la dimensión subjetiva del mismo, que es – en definitiva – la que en verdad importa. De esta suerte que yo pueda decir que si bien hoy “tiranía”, más allá de su acepción inmediata, connota con cuestiones completamente negativas, aunque mucho tiempo atrás, en la misma Grecia en que se originó la palabra (por más difuso que sea su origen etimológico), implicó plenas valoraciones positivas. Más claro: en la misma Grecia el “tirano” era bien visto.

Podríamos decir que la labor abusiva del tirano fue la responsable de “ensuciar” al término en sí y, por ende, de endilgarle las connotaciones que hoy son su esencia semántica. Aristóteles llegó a señalar: “El tirano sale del pueblo y de la masa contra los notables, para que el pueblo no sufra ninguna injusticia por parte de aquellos. Se ve claro por los hechos: casi la mayoría de los tiranos, por así decir, han surgido de demagogos que se han ganado la confianza calumniando a los notables”.

Por lo general, entonces, una tiranía resume en una forma de gobierno substancialmente erigida en la demagogia y el populismo, es decir, de ese esfuerzo deliberado por demonizar a unos y santificar o victimizar a otros. Es de especial relevancia considerar que una tiranía, las más de las veces, cuenta con el apoyo de la masa popular e incluso esta misma la institucionaliza mediante el voto y demás concesiones por el estilo.

Una dictadura, en cambio, de ninguna forma ha sido advenida del voto popular. No obstante, en la medida en que el dictador se mantenga en el poder, incluso en base a concesiones “democráticas” (gracias a referéndums, verbigracia, Pinochet fue presidente durante 17 años) notamos la conversión del dictador en tirano. La etimología del término “dictadura” es de más asequible apreciación, por lo que vemos su origen en Roma y no en Grecia. Se trataría de un “gobierno extraordinario”, instituido por el derecho romano, conferido por los representantes del pueblo (que no por el voto del mismo) a una persona en particular. Tiempos de convulsión, períodos de guerra, hambrunas, desorganización, corrupción, ingobernabilidad y otros tantos flagelos auspician naturalmente la llegada inminente y salvadora del “dictador”.

Las dictaduras latinoamericanas que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo pasado ilustran a las claras las razones intestinas que las ciñeron en el poder. Más allá de las diversas teorías “conspirativas” que enuncian a los Estados Unidos como promotor exclusivo de las mismas (específicamente documentado sólo en Chile), harto sabido es que los países en cuestión eran epicentros de distintos focos subversivos y terroristas promovidos y solventados comprobadamente tanto por URSS como por Cuba. Ante el deliberado intento desestabilizador de facciones subversivas, los golpes militares se sucedieron uno tras otro (con fuerte respaldo “tácito” de la ciudadanía, entre entidades políticas y sociales) llevados de la irrefrenable misión de interrumpir el avasallamiento marxista en la región. Se trató de dictaduras comisionadas para impedir el establecimiento de otras dictaduras, las que se ideaban desde Cuba precisamente.

Son muchas y discutibles las formas de dictaduras que existen o existieron, mas como rasgo distintivo de todas ellas podemos enunciar que irrumpen sin la medianía del sufragio (en tiempos de violencia y convulsión pensar en ello sería infantil; de hecho lo ha sido), tienen por objeto el aplacamiento del enemigo invasor, el restablecimiento del orden y la seguridad públicos, no alientan – por lo general – ningún discurso populista y en el más honesto de los casos abdican apenas se cumple la misión original. En mi opinión personal (en el caso singular de Argentina), estimo que si el General Jorge Rafael Videla, luego de exterminar a los ejércitos terroristas en el año 79 (cumpliendo con el dictado constitucional emanado durante el gobierno legítimo de Isabel Perón), hubiera llamado a elecciones y así restaurado por gracia de su esfuerzo el ritmo democrático libre de amenazas foráneas, no me cabe la menor duda de que hoy su recuerdo estaría a la altura del General San Martín, estadios de fútbol llevarían su nombre, no habría ningún pueblo sin alguna plaza que no llevara su busto y la leyenda de su heroicidad serviría para enseñar a los niños en las escuelas sobre patriotismo, lucha y sacrificio.

Pero las dictaduras, justamente a falta del oxígeno que sólo provee una sincera vida democrática, también degeneran, y muchas veces, degeneran nada menos que en tiranías. A fin de ahorrar delicadísimas deducciones, podemos afirmar que una dictadura degenera en tiranía por las mismas razones por las que lo hace un gobierno constitucional o erigido por el voto popular: la eternización en el poder de una facción política (un militar deviene en político lo mismo que un dictador degenera en tirano).

Los casos muy ilustrativos de Cuba y Venezuela

Las tiranías son, pues, ingenuas. Lo son en el sentido de que sorprendentemente están signadas a repetir (al pie de la letra) el mismo desarrollo de siempre. Cualquier comportamiento tirano es un síntoma inexorable de que un país va camino a la tiranía. El presidente venezolano Hugo Chávez es, pues, el ejemplo más ilustrativo de tirano; su fallido golpe militar, su ascenso al poder, su eternización en el mismo, la supresión sistemática de las libertades individuales, la militarización estratosférica de la república como así mismo de gran parte de la ciudadanía, su payasesca grandilocuencia, la demonización del resto del mundo e incluso sus miras imperialistas… son (hasta en orden cronológico) calcadas del nazismo.

Venezuela es, pues, una tiranía en la más plena acepción de la palabra, mas no una dictadura (por ahora). ¿Cuándo se completará la metamorfosis? ¡Claramente! Cuando a los venezolanos les sea suprimida la posibilidad de sufragar. Hete aquí, sin embargo, que no estaremos frente de una dictadura “advenida” de la convulsión y violencia social, sino “devenida” del pobre entramado institucional que hoy permite la reelección indefinida de Chávez y los constantes atropellos a la propiedad privada. No será Venezuela una dictadura misionada para revertir el desorden y la injusticia; se valdrá, empero, de la “legitimidad” de una dictadura para ahondarlos hasta el completo desastre, es decir, hasta terminar como Cuba.

La gente de izquierda, y sobre todo los “enamorados” del modelo cubano, suelen renegar ruidosamente cada vez que se enuncia a Cuba como “dictadura”, acaso porque han henchido con odio “anti-dictador” su inflada proclama de campaña. Pero les guste o no, la gente – en Cuba – no vota. Pretender, entonces, que la isla no es una dictadura es insultar soberanamente la inteligencia del interlocutor. Cuba se adscribiría, entonces, como una tiranía institucionalizada, es decir, un régimen dictatorial de marcado tinte militar. Tan cobarde y acomodaticia ha sido su subscripción al comunismo (“dictadura del proletariado”, nada menos) que jamás ha logrado desvestirse del ropaje que sigue instituyendo a Cuba más como tiranía que como dictadura, de ahí quizás la confusión de sus cándidos seguidores.

Así como Venezuela es una tiranía “ingenua”, Cuba es una dictadura “cobarde”, en tanto que por un lado reniega de dicha intitulación (no se hace cargo, en fin) y por el otro arbitra métodos y retóricas propios del más desenfadado modelo tiránico. Cuáles son, pues, esos métodos y retóricas, es algo que veremos subyeciendo el siguiente subtítulo.

¿Y por casa cómo andamos?

Otra cosa que diferencia mucho una dictadura de una tiranía es el discurso, llano en la primera, y efusivo, cáustico y demencial en la segunda. Si nos remitimos al hecho simple y concreto de que una tiranía está comandada por un tirano, naturalmente arribaremos a la idea de que el discurso de este último es rico en resentimiento, odio, tergiversación, cinismo, victimización y vago ensalzamiento. Argentina preocupa, nos guste o no, por los indiscutibles y variados síntomas de tiranía que ilustra a la clase dirigente.

La más ilustrativa medida de un tirano tipo es la de “legitimar lo ilegitimable”. Como carece de la poca legitimidad del dictador (porque no viene a restaurar ningún orden social o constitucional, ni batir a ningún invasor, ni tiene por planes erradicar el hambre y la corrupción), recurrirá a toda clase de métodos para justificar su “modelo”. Escarbar en el pasado, deformar la historia, santificar villanos y NEGAR LA REALIDAD serán la flema subrepticia que encenderán los motores de la “memoria”, “la justicia histórica”, “la reparación de las víctimas” y la “consolidación del modelo”. En todas y cada una de las consignas tiránicas siempre hay una sucia mentira que sólo persigue burlar el juicio de las masas.

Es que, precisamente, allí mismo radica la “legitimidad” de una tiranía: en la blanda y maleable consciencia de las masas. Con esta sola razón, podemos concluir que una tiranía tiene por base la “infantilización” del pueblo, la sumisión completa no al Estado sino al gobierno, la doctrina por sobre el deber, el partido antes que la constitución. Así como un niño necesita que le digan cómo tiene que comer, vestirse, bañarse, comportarse en fin, en una tiranía el pueblo se somete cual cándido infante al universo de emocionales directivas que parten de un gobierno falaz e irresponsable que sólo persigue eternizarse en el poder.

El desprecio a las instituciones (partiendo de la misma familia) no debiera sorprendernos, toda vez que se explica en la perspectiva tiránica de menoscabar todo indicio de cultura civil pertinente a incrementar el grado de infantilización de la masa popular. Un país sin instituciones fuertes es un país sin defensas orgánicas; es un país cuyos habitantes desaprendieron el ejercicio de la responsabilidad social hasta para consigo mismo (no quieren ser mejores, ni sabrían cómo); es un país donde manda uno solo y manda por todos los otros, que, como niños tristes, ven… pasar la vida.