Cuando el delincuente se convierte en un mártir

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Escribe: Giovanni Naldi

En 1986 se publicó una gran película llamada “La hoguera de las vanidades”.

El argumento era simple: un joven, ambicioso y pedante empresario (Mr. Sherman) sale de juerga con su amante y acaban equivocando la calle y dando a parar en un barrio del Bronx. Allí son asaltados a punta de pistola por un delincuente adolescente e intentando escapar lo atropellan y matan. Ante un testigo que anota la matrícula de su auto.

A partir de allí todo se conjuga contra el desventurado Mr. Sherman: un líder barrial con deleznables intereses personales convierte al delincuente muerto en un “joven pobre asesinado a sangre fría” por un blanco adinerado. Un inescrupuloso fiscal de distrito, en plena época electoral, acuerda con éste procesar como sea al acusado a cambio de los votos de los vecinos. El asistente del fiscal obligado y apretado por su jefe para procesar al culpable por homicidio calificado, aunque él sabia que esto no era verdad. Los vecinos arriados por el líder barrial van a «apoyar la causa”. La madre del delincuente (al principio una desgreñada marginal) victimizándose ante la prensa, cada día más empilchada, maquillada y enjoyada. Y la prensa dispuesta a venderle a la sociedad la historia del pobre joven víctima de la injusticia de la sociedad burguesa, alegorizada en su “asesino”, sobre quien cae todo el peso de la ley en el marco de una causa política y armada y un circo mediático.

Una brillante comedia negra que lamentablemente en la Argentina se repite a diario.

Terroristas convertidos en “jóvenes inocentes asesinados por sus ideas”. Delincuentes comunes convertidos en “chicos pobres criminalizados por ser pobres”. Líderes de grupos parestatales, responsables hasta de homicidios, convertidos en “militantes sociales criminalizados por ser negros y pobres”. Vagos y vividores que toman las calles armados y encapuchados convertidos en “trabajadores desocupados criminalizados por exigir sus derechos”. Vándalas desquiciadas que rompen media ciudad convertidas en “mujeres indefensas criminalizadas por luchar por los derechos de la mujer”. Agitadores sociales que toman las universidades para convertirlas entre aprietes y agresiones en centros de reclutamiento, convertidos en “estudiantes universitarios criminalizados por expresar sus ideas”. Pandilleros juveniles que incitan en paginas públicas a «matar» al que no piense como ellos, convertidos en “militantes antifascistas agredidos por neonazis”. Y ahora, el último capítulo de la saga: terroristas anglo chilenos convertidos en “luchadores indígenas” y sus cómplices argentinos convertidos en “desaparecidos” a manos de un estado democrático que dicen es “una dictadura”.

Y en todos los casos los émulos de los personajes de aquella película: “líderes sociales” o de “derechos humanos” exigiendo que los “victimarios” (“milicos”, policías “represores”, civiles “fachos” o “neonazis”) sean encarcelados y juzgados y pateando las puertas de las fiscalías para exigir que sean condenados con pruebas o sin ellas. Personas arrastradas como zánganos a marchas pidiendo una “justicia” en la cual el acusado sea condenado no por lo que supuestamente hizo sino por lo que piensa. Madres que se victimizan a si mismas y a sus hijos, preguntándose uno porque no se preocuparon por ellos antes. Fiscales impresentables que se dividen entre la ambición política y la inutilidad o a veces apretados desde todos los costados que terminan encarcelando personas sin ninguna prueba en total violación de todas las normas jurídicas existentes. Políticos oportunistas queriendo sacar ventaja y la prensa, que pocas veces se molesta en averiguar cuál es la realidad de la situación, armando un circo mediático.

En la película finalmente triunfa la verdad. Un periodista honesto desenmascara la trama, un juez ejemplar pone orden y Mr. Sherman aprende una lección de vida que lo ayuda a convertirse en una persona de bien.

Por lo visto en Argentina muy lejos estamos todavía de ese final.