¿Qué distingue a un periodista de una persona común y corriente? Se responde fácil: el periodista, antes de hablar, pregunta. Y, el periodista, antes de verter cualquier afirmación, se informa. Informarse es buscar, para el periodista, el respaldo teórico, testimonial y documental que cerciora y valida todo cuanto hay para decir. En base a la información recabada, está el periodista licenciado para ejecutar sus deducciones como asimismo para arribar a una conclusión final al respecto de las temáticas abordadas.
Todo el mundo habla, porque hablar es gratis; el periodista no habla sino que “deduce”, y eso no se consigue de forma gratuita sino que exige el concierto de toda una disciplina profesional. Todo el mundo opina, porque opinar es inherente a la voluntad individual del hombre; el periodista no opina sino que «conclusiona», porque su juicio es el resultado de exhaustivos análisis y porque está destinado a “formar opinión” en las personas sobre la base del argumento que expone en sus artículos o sus alocuciones.
Por todo esto, el periodismo es una vocación. Es un trabajo. Y es, fundamentalmente, una responsabilidad. De nuestra vocación y de nuestro trabajo ha de resolverse la manera de pensar de personas ajenas a nosotros mismos o a nuestro inmediato entorno.
En países como el nuestro el ejercicio del periodismo, no obstante, se encuentra vilipendiado, denigrado, desautorizado. Acaso porque nos acostumbramos a brindarle gran “crédito intelectual” a una persona que hace un gol con la mano (al extremo de llamarlo “Dios”); acaso porque votamos a políticos porque sólo dicen cosas simpáticas al oído; acaso porque cierta tendencia intolerante prevalece en nuestro aún joven ADN; acaso porque el rescoldo de alguna rebeldía insensata nos lleva a prescindir de argumentos mejor honrados por los hechos y la experiencia.
El periodismo también comprende la difusión de la actividad periodística, acaso como la parte más inquietante del asunto. Es lindo escribir, por ejemplo, pero igual de lindo es que te lean; en el segundo aspecto, incluso, se resuelve nada menos que la aceptación o el rechazo del público, como asimismo – justamente – el posible mejoramiento de la disposición anímica e intelectual de quien aprecia un buen trabajo periodístico. El periodista, entonces, está en la obligación de difundir su trabajo mediante los canales a su alcance, hoy en día, con internet como principal gestor de difusión.
Ya son varias las veces que “intento” difundir mi humilde trabajo periodístico a través de Taringa y Psicofxp. El segundo, ya lo descarté hace tiempo: es inútil difundir por ahí, ya que a poco de estar “on line” el material “subido”, con buen ritmo de visitas (¡siempre al tope mis artículos!) y variadas muestras de aprobación, el trabajo termina siendo inexorablemente dado de baja. Como mis lectores saben, yo tengo una postura “específica” en torno de la época de los 70 y muchos de mis trabajos redundan al respecto de lo mismo; y “lo mismo” parece no ser del agrado de quienes “vigilan” qué debe permanecer on line o no. Si bien absolutamente ninguna palabra que yo, como periodista, haya dicho en materia de historia reciente carece de respaldo documental (muy por lo contrario), tripas corazón, me dije… tanto en Psicofxp como en Taringa evitaré la difusión de material por el estilo. Si “no les gusta” que toque este tema, los respetaré.
El caso es que ahora último, luego de una exhaustiva entrevista que le hiciera a Pablo Rodríguez, el presidente del Partido Liberal Libertario de Rosario, con renovado entusiasmo me di a la tarea de difundir mi entrevista a través de Taringa. No tiene nada de malo. Con buen ritmo de visitas, una interesante cantidad de puntos obtenidos (Taringa permite puntuar los posteos) y varias personas que subscribieron el artículo como “favorito” (todo lo cual anula el hecho de que el artículo haya sido denunciado masivamente por usuarios), resulta que… inesperadamente… mi post también terminó siendo dado de baja sin que el sitio me ofrezca ninguna notificación por el estilo. En fin… es la misma historia de siempre.
Luego de varias idas y venidas con la Justicia, los propietarios de Taringa siempre se excusaron con que el sitio “no puede controlar” lo que la gente sube al mismo, desprendiéndose de este modo de las variadas denuncias por distribución de copias ilegales de música, películas y software privativo. Pero evidentemente, el sitio “sí” puede controlar qué permanece on line y qué no. De suerte que un link en dicha página conducente a mi sitio web no puede ser la causa de que retiren mi artículo de allí toda vez que Taringa está plagado de links conducentes nada menos que a descargas ilegales que auspician la violación del derecho de propiedad intelectual.
Como todo el mundo puede comprobar, la entrevista a Pablo Rodríguez no está escrita con ningún tinte extravagante, ninguna invitación a la violencia y ningún ánimo fundamentalista. ¡Todo lo contrario! ¿Será por eso que los responsables de Taringa la consideran «peligrosa» para su sitio? Una entrevista a una persona que dice que “Rosario podría no depender de nada ni de nadie” o que “un liberal es una persona que se considera árbitro de sí mismo” raramente pueda mover al usuario “taringuero” a denunciarla cual estigma reaccionario o algo por el estilo. En definitiva, una mano negra es la que ha decidido que mi entrevista a Pablo Rodríguez no satisface los intereses del sitio web.
Deducciones
Como Cuba o Venezuela, Argentina es un país culturalmente atravesado por el vicio de la ilegalidad, es decir, los mismos gobiernos y los mismos aparatos judiciales son conocedores del gran mercado negro que puede existir detrás de cualquier emprendimiento, pero mientras “puedan sacarle una tajada” al asunto dejan fluir el curso de las transgresiones haciendo y deshaciendo a su antojo. Cuando esto deja de ser así, te caen con inspectores, patrulleros, la madre santísima. Por caso, Taringa es un sitio web que recibe más de 2 millones de visitas por día, y absolutamente todos los programas (desde un sistema operativo hasta un juego para la Play Station) pueden ser descargados en cuestión de minutos.
El fundador de Taringa, Fernando Sanz, ha dicho en reportaje para el matutino “La Nación” (2009): <<Para mí todo lo que se crea es totalmente libre y debería estar disponible para que lo use cualquier persona>>. Es lo que dice él (y lo que la Justicia argentina eventualmente apaña, a diferencia de lo que ocurre en EE.UU., donde por el mismo motivo los responsables de “The Pirate Bay” cumplieron pena de prisión); no es lo que dirían las personas que pasaron meses y meses TRABAJANDO para poder VENDER su programa y VIVIR gracias al dinero que les reditúa su vocación, estudio y esfuerzo, pero que se encuentran con que “otro” lo distribuye gratuitamente.
Las palabras de Sanz ilustran el actual espíritu “taringuero”. Pero… si todo lo que se crea es totalmente libre y debería estar disponible para que lo use cualquier persona, ¿por qué mis artículos periodísticos son drásticamente censurados cada vez que los posteo en Taringa? Definitivamente, estoy obligado a deducir que existe cierta “solidaridad vergonzosa” entre los responsables de Taringa y los responsables de que la Justicia argentina haga vista gorda al respecto del sitio que auspicia el mayor meollo de descargas ilegales de nuestro país. Mis artículos son comúnmente contrarios al ideario oficialista (el mismo que ya ha avasallado a la propia Justicia argentina); mi nombre, en Taringa, es pues mala palabra.
CONCLUSIÓN
Somos autoritarios y eso no puede cambiarse de un día para otro. Un autoritario es, pues, una persona que ejerce sus decisiones en completa ignorancia de que las mismas puedan ser las incorrectas. Lejos de tratarse de un acto de seguridad, el autoritarismo es un reflejo de inseguridad; es el miedo a compararnos con otro, es incapacidad de emulación. Definitivamente, el autoritarismo es un inequívoco destello de soledad; pero no esa soledad que se disfruta (con unos mates, una música, un necesario e impagable momento de reflexión), sino la soledad que se sufre, la que nos impide cambiar para ser mejores personas. Sarmiento, en ese gran libro que es “Facundo”, intuía que el hombre de las pampas, al verse rodeado en solitario de tanta extensión inconmensurable, acaso se dio a la costumbre de sobrevalorar las propias decisiones, vitales para asegurar la propia existencia más allá de los errores; en tales circunstancias no había con quién departir. Así seguimos siendo los argentinos: equivocarnos, emparchar, arreglar a medias, atar con alambre. Tarde, muy tarde, recién tomamos el manual de las instrucciones y, con asombro, nos damos cuenta que hicimos todo al revés. ¡Si hubiéramos escuchado otra cosa en su momento, si hubiéramos leído algo, si nos hubiéramos informado!
Somos un país de “picanas” que celebra irreverencias y ridiculiza el esfuerzo y la vocación de muchas personas. Somos un país que vive en soledad no por gusto sino por incapacidad de diálogo. Somos un país autoritario que evita cambiar para mejor porque la indolencia nos ha anestesiado la fuerza de voluntad. Está bien que un sitio web consigne miles y miles de links que permiten la descarga ilegal del esfuerzo y el estudio de miles y miles de personas; pero no está bien que una persona como yo suba un artículo profundamente documentado o una simple entrevista a una persona que, desde el recóndito lugar de un argentino común y corriente, propone una alternativa al kirchnerismo. Para nosotros… ¡la mazorca! Pues bien… no me queda otra mejor conclusión que volver a evocar, entonces, a Domingo Sarmiento y pensar que “si no fuéramos tan pobres y tan ignorantes, seríamos algo”.