Desaparecidos, aparecidos… y otras verdades

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TODA VOZ QUE se alza – ya se ha dicho – origina de inmediato una idea contraria. Claro… eso es lo bueno, mientras haya al menos una idea. Con motivo de mi clara postura al respecto del “feriado” del 24 de Marzo, me ha caído – a la par de simpáticas adhesiones (el artículo que remite a lo mismo está entre los más visitados) – una catarata de reproches y denostaciones. ¡Bienvenidos sean ellos también!

Increíblemente, ninguno de los sendos cuestionamientos que me llegaron han tendido a demostrarme mi equívoco sino más bien al contrario: han procurado, sin querer, DARME LA RAZÓN. El hecho es que se agarran de lo que uno escribió pero nadie plantea una idea seria que al menos “asuste” mis «drásticas» afirmaciones. En rigor: lo que yo digo queda subrayado.

Al respecto de la cifra “de la discordia”, simplemente puntualizaré en que si bien todos mis detractores se han encolumnado para repudiar mi postura al respecto (no hubo 30 mil desaparecidos, y se trata de un mito para exculpar a los terroristas de los 70 mediante la demonización sistemática de las FF.AA.) absolutamente ninguno (nin-gu-no) tuvo aunque sea la doble deferencia por un lado de suministrarme material que documente el número del que yo reniego ni, lo que es substancialmente peor, nadie me ha escrito una sola palabra en consideración a las 18 mil víctimas del terrorismo en Argentina, tema del que, como puede verse, me he ocupado hasta el cansancio (el blog subscribe una entrevista nada menos que a Arturo Cirilo Larrabure, hijo del Coronel Larrabure, quien fuera secuestrado y asesinado por el ERP en pleno gobierno democrático).

Todo el mundo ladra porque alguien reduzca de 30 mil a 8 o 7 mil las víctimas que legó el Proceso en Argentina, mas nadie se acuerda (quizás ni enterados estén) que el terrorismo subversivo de los 70 dejó un saldo escalofriante de 18 mil víctimas, entre muertos y damnificados, que muy abyectamente no son reconocidos ni resarcidos por el propio Gobierno Nacional. Yo no me voy a portar como mis detractores, yo les ofrezco aquí mismo la fuente a la que remito: el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) que preside la infatigable Dra. Victoria Villaruel, autora del libro “Los llaman… ‘jóvenes idealistas’” y sobre el que ya he publicado un artículo al respecto.

¿30 mil desaparecidos? ¿Dónde?

Debo hacer la siguiente aclaración: queridos señores detractores, DAVID REY no es el que “dice” que “no hubo 30 mil desaparecidos”; DAVID REY es el que simplemente refiere que, según sendas investigaciones, absolutamente ninguna data que tal cifra sea válida, siendo la misma sólo un número de magnitud política (la usan los políticos) y no un dato científico, documentado, veras, confiable. De todos los informes el más voluptuoso es el de la misma CONADEP, que data de 8961 víctimas que haya legado el Proceso Militar (aunque sólo 4905 corresponden a personas con nombre y apellido y DNI). Por si esto fuera poco, el anti-militar-ultra-humanista-súper-izquierdista-y-requeterecontra-filo-subversivito gobierno de los Kirchner elaboró una corrección de dicho informe y llegó a la cifra de 7089 víctimas de la última Dictadura, ¡menos todavía que la anterior! Según me dijo Agustín Laje Arrigoni, investigador y autor del libro “Los mitos setentistas”, dicho descenso numérico se debe a que el kirchnerismo ha desestimado los casos en que la supuesta víctima no reunía apellido o número de documento; sin embargo, para que la cifra no descienda a los 5 mil, han subscripto en calidad de desaparecidos a aquellos muertos subversivos que la misma guerrilla asesinó, como es el caso de Fernando Haymal, por citar uno solamente.

Pero esto no es todo, amigos. Por si esto fuera poco, y es vergüenza nacional (sólo un imbécil no habría de avergonzarse, con perdón de los imbéciles que sí se avergonzarían), son incontables los casos de “desaparecidos aparecidos” que siguen figurando como “desaparecidos”, como por ejemplo es el caso de Ana Testa, militante montonera, que mientras que engrosaba las estimaciones de la CONADEP concedía entrevistas a la prensa y, más bochornoso aún, ¡protagonizaba una película! (“Montoneros, otra historia”, de Andrés Di Tella). La lista es interminable, y sólo remito los casos que más me han impactado, como ser, también, el ejemplo del Juez de Garantía Nº 4 de Morón, Alfredo Humberto Meade, que también figura como “desaparecido”, y que al ser consultado por la prensa sobre lo mismo, abochornado en grado máximo, no sólo que reconoció el fraude sino que irrumpió con una memorable ridiculez: “Figuro como ‘desaparecido’ para honrar la memoria de los caídos”. ¡Andá a bañarte, Meade!

Yo simplemente quisiera que mis eventuales detractores entiendan que yo no estoy comprometido con absolutamente nada (ni sueldo tengo por hacer las veces de periodista, y difícilmente algún medio exista que quiera contar con los servicios de un caballo sin rodeo como yo). Mi único compromiso es, primeramente, con mi sentido práctico, con mi condición de hombre, con mi patria amada y, por último, con mi trabajo que, como digo, es ad honorem. De esta última instancia, ya en calidad de periodista, mi desempeño resume en una cosa bien simple: REMITIRME A LAS FUENTES. Si éstas me dicen que no hubo 30 mil desaparecidos, ¿por qué me voy a chantajear a mí mismo y creer y hacer creer que los haya habido? Dejemos que la gente remita al sentido común, al mito, a la creencia, a la política; el periodista está para hacer valer su sentido práctico, el cual primeramente se sostiene de nociones prácticas, objetivas y documentadas y recién luego formula su juicio de valor al respecto. Primeros los tantos, después la suma, la resta, la multiplicación o la división; pero primero los tantos. Realmente entiendo como deleznable (y mi sentido práctico me lleva a pensar que debiera ser punible) aquel periodista que escupe el número de 30 mil desaparecidos sin una fuente que respalde SEMEJANTE AFIRMACIÓN.  El periodista debe ser un profesional de la información, y no un sacerdote del mito.

Al respecto de FF.AA.

Por último, al respecto de mi favor en torno a las FF.AA., en tanto que afirmo que su labor ha sido “heroica” en la lucha contra el terrorismo, también lo mismo se deduce por sentido práctico. Por supuesto que yo no estoy refiriéndome a los casos de abusos e incumplimiento del deber que, según brama todo el mundo, tuvo lugar en la fuerza; más bien lo condeno como a crimen de guerra sólo remediable con pena capital (ya que el Ejército mismo es el que debe dar el ejemplo de corrección y profesionalismo en batalla, por lo mismo es que también considero que los juicios son competencia exclusiva de una Corte Militar), mas no dejaré de mencionar (sólo por no traicionar mi memoria) la famosa frase del Oficial Montonero Rodolfo Galimberti: “La tortura es una anécdota. Cualquiera es capaz de torturar en una situación extrema. Si ellos hubieran peleado con el Código bajo el brazo, perdían la guerra”.

Ya lo dije. Ahora lo repito. En países como México, Colombia, España y Rusia (los más renombrados) la población civil ha debido obligadamente acostumbrarse a vivir con el karma del terrorismo. No se trata de algo reducido a una época sino de algo de siempre. En Argentina el diario “La Opinión” titulaba (antes de Marzo de 1976): “Un muerto cada cinco horas; una bomba cada tres”. La situación era honestamente insostenible; el débil gobierno de Isabel inspiraba a la subversión en su lucha por la toma del poder, y absolutamente todos los sectores sociales y políticos (incluso, por caso, el mismo Partido Comunista) pedían ardientemente por la intromisión de las FF.AA. en el Congreso. En sólo tres años de guerra (declarada por las fuerzas subversivas, y negada hoy día por los mismos que la declararon) el Gobierno de Facto del General Jorge Rafael Videla persiguió, diezmó y aniquiló a las distintas facciones terroristas que asolaron inhumanamente a nuestra Nación en pos de implantar una dictadura comunista. Mientras que la población de otros países convive desde siempre con el terrorismo, nosotros estamos (aunque cada vez menos) eximidos de dicho flagelo. Hoy no explotan bombas ni mueren inocentes a causa del terrorismo (más allá de los ataques a las entidades judías en los 90 y que no involucraría a Montoneros ni ERP, más allá de que algunas investigaciones hablan de lazos al respecto).

Una pregunta, entonces, a mis detractores: ¿qué es lo que quieren? ¿Una dictadura comunista? ¿Un desgobierno incapaz de reprimir a los terroristas y demás enemigos de la Patria? ¿Una realidad donde muera una persona cada 5 horas y explote una bomba cada tres? ¡Por supuesto que no! Nadie lo quiere. Y yo, como argentino, no sólo que no lo quiero, sino que además LO AGRADEZCO.

CONCLUSIÓN Y CONCESIONES

He sido concesivo desde un principio, y seguro que nadie lo notó. He llamado por “víctimas” lo que tranquilamente podría haber consignado como “desaparecidos”, “caídos”, “muertos”, “guerrilleros”, “terroristas”. He dicho que el Proceso legó (lamentablemente) 8961 “víctimas”. Si bien sé que dentro de la cifra la mayoría no se encuadra dentro de “víctima”, poniendo en riesgo mi veracidad, elijo esta palabra que (lamentablemente) será simpática a la parte crítica con mis posturas. He sido concesivo, también, al condenar los abusos de la Dictadura, porque (lamentablemente) a esta altura y en esta circunstancias hace falta hacerlo (no sea cosa que piensen que uno aplaude la muerte de un inocente). He sido concesivo, sobre todo, al entender que absolutamente nadie quiere una dictadura comunista en este país, cuando en verdad muchos la añoran calladamente. ¿Qué más quieren, que me pase al islamismo y estampe un avión contra el Obelisco?

Pero sobre todas las cosas soy concesivo al entender que todos están de acuerdo en que NUNCA MÁS vuelva a ocurrir lo que muy desgraciadamente ocurrió en mi país durante la época referida.

Y pido concesiones para mí también: quiero que mis detractores me concedan el derecho a expresarme sin que por ello mi trabajo me reditúe en denostaciones y recriminaciones, no por otra cosa que porque pierden el tiempo que podrían dedicarlo a cosas más útiles como investigar la veracidad y validez de mis afirmaciones y juicios de valor respectivamente. Quizás, con críticas constructivas, corrijan mis posibles excesos y congeniemos en una versión común, objetiva y satisfactoria.

Otra concesión: sean respetuosos. No me escriban reprochándome nada sin tener el gesto para con las víctimas del terrorismo en Argentina. Es más… en este artículo sólo aceptaré consignar comentarios (respetuosos, por supuesto) siempre y cuando las primeras líneas del mensaje sean substancialmente similar a lo siguiente: «Hola, David… Ante todo, me lamento sentidamente por las 18 mil víctimas del terrorismo en Argentina y por supuesto que exijo del Estado el inmediato reconocimiento y resarcimiento para con las mismas. Te escribo para decirte que…».

Yo no soy el diablo que algunos creen, y quiero pensar que mis detractores no son sólo los irrespetuosos que navegan por un sitio abocado casi exclusivamente a denunciar el terrorismo que asoló nuestro país, sin tener el gesto para con buena parte de mis lectores, a su vez víctimas del terror subversivo.
Y mi último pedido: investiguen, estudien, sospechen, curioseen. No crean sólo en la tapa de los diarios o en los títulos más grandes de la televisión. Hay muchas cosas que no se cuentan, y que se callan. Van a descubrir una cosa muy notable: los que se pelean, después se amigan. Todo el mundo se amiga. Incluso, es bueno pelearse… porque en el hecho de amigarse existe un gesto de valentía y mutuo reconocimiento de reciprocidad. Van a descubrir, pues, que existe mucha gente que, en cambio, no se amiga. Y no se amigan porque precisamente son los que viven del distanciamiento entre los argentinos; son los que alientan el resentimiento y lucran obscenamente gracias al mismo. Ellos nunca se van a amigar, porque en el fondo nunca estuvieron peleados: simplemente fueron socios, socios a costa de nuestra desunión y falta de información. ¡Quitémosle las máscaras!

¡Y VIVA LA PATRIA!