Escribe: Enrique Stell
Coronel VGM (R) y Preso Político Argentino.

Apenas finalizada la guerra, Malvinas se convirtió en un tema tabú. Tal como dijo John Fitzgerald Kennedy: “La victoria tiene un centenar de padres, pero la derrota es huérfana”.  

Frase pronunciada el 20 de enero de 1961 cuando John Fitgerald Kennedy juraba como el 35° Presidente de los Estados Unidos.

Los civiles estaban desilusionados y los militares diferían en sus criterios y actitudes según la jerarquía. Los más antiguos no querían ni permitían hablar de la guerra y los más jóvenes estábamos ansiosos por transmitir nuestra experiencia al solo efecto de mejorar la aptitud operacional del Ejército Argentino. Pero la mayoría del generalato veía en esta actitud una amenaza a su supervivencia, a su prestigio y a su permanencia en el cargo cuando, en realidad, luego de la derrota, si algo estaba asegurado era el cambio de gobierno militar por uno de naturaleza civil y con él, el fin de la carrera militar de casi todos los generales. La mayoría no era consciente de ello, la soberbia había anulado los sensores que les permitían percibir la realidad.

Cuando Alfonsín asumió la presidencia, el único general que continuó en actividad fue el más moderno, el que por cierto se hizo cargo de la Jefatura del Estado Mayor General del Ejército.

Muchas veces los más jóvenes nos reuníamos discretamente para hablar entre nosotros sobre las experiencias recogidas, pero nada más se podía hacer.


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¿Es cierto que, luego de la guerra, «escondieron» a los Veteranos?


Personalmente, luego de finalizada la guerra volví a mi unidad de revista el Colegio Militar de la Nación. Esta unidad es la cuna donde se educan los futuros oficiales del Ejército Argentino. Es la unidad madre por naturaleza y, sin embargo, las experiencias que transmitíamos se circunscribían a lo que cada Oficial Instructor que había estado en la guerra brindaba a los cadetes del curso que le dependía.

Del Colegio solamente tres oficiales fuimos movilizados para concurrir a la guerra: el Teniente 1ro. Guillermo Faustino Navarro del Arma de Comunicaciones, el Teniente 1ro. Juan José Gatti del Arma de Ingenieros, quien también tenía la Aptitud Especial de Comandos, y yo. Poco podíamos hacer para difundir nuestra experiencia porque la superioridad no lo incentivaba ni quería. También notábamos que los cadetes nos miraban con gran admiración y buscaban que nosotros les contemos historias de la guerra, lo cual hacíamos con absoluta convicción y sin herir susceptibilidades. En 1983 fueron destinados al Colegio Militar otros oficiales subalternos que habían estado en la guerra, razón por la cual ya éramos unos cuantos los que podíamos transmitir asimétricamente “algo” de nuestras vivencias en el conflicto armado de Malvinas.

Cierto día fui convocado por el Oficial de Operaciones del Cuerpo de Cadetes, un Mayor de apellido Repetto, quien me solicitó que preparara una exposición para brindar mis experiencias a los Oficiales Instructores en el marco de las actividades programadas como Instrucción de Oficiales. Luego de la reunión me fui muy contento pensando que algo había cambiado, pero jamás me permitieron decir ni siquiera una palabra.

La cuestión “Malvinas” generó mucha desilusión y desánimo en los oficiales y suboficiales subalternos por la actitud que habían tenido algunos de los oficiales superiores en la guerra y por la que tenían actualmente, salvo honrosas excepciones. Esto motivó que cada uno tratara de resolver su problema emocional y vocacional de la forma que considerase más conveniente.

Varios oficiales y suboficiales se fueron de baja y encararon una nueva forma de vivir en la sociedad civil. Otros comenzaron a conspirar contra el establishment y calentar el caldo de cultivo que derivó en los levantamientos carapintada de 1987, 1988, 1989 y 1990. Otros como yo, buscamos destinos más operativos y en mi caso generé todas las acciones que estaban a mi alcance para ir destinado a la Escuela Militar de Montaña ubicada en Bariloche y, aunque lo conseguí, a último momento me destinaron como Adjunto a la Agregaduría Militar en Venezuela en comisión en la Escuela de Comunicaciones de las Fuerzas Armadas. Hoy, mirando en retrospectiva, no sé si fue mejor ir a Venezuela que a la Escuela de Montaña, porque siento que algo me queda pendiente.

«Los políticos fueron incapaces de percibir el sentir nacional y aún hoy sigue ocurriendo».

Como todo lo que ocurre en la vida, nada es para siempre. Con el transcurso de los años la situación descripta anteriormente cambió totalmente. Se analizó Malvinas hasta en sus más pequeños detalles, se desarrollaron seminarios en todo el país. Quienes participamos fuimos convocados en innumerable cantidad de oportunidades para brindar conferencias y realizar entrevistas.

La sociedad argentina salvó la causa Malvinas. No fueron las autoridades políticas sino los habitantes del país quienes poco a poco y con gran tesón y justicia fueron reconociendo cada vez más a sus Veteranos de Guerra.

La comunidad política siempre rechazó la causa Malvinas porque la relacionaban con el gobierno militar y no la aceptaban. Los políticos fueron incapaces de percibir el sentir nacional y aún hoy sigue ocurriendo. El Presidente Macri ni siquiera fue a la ceremonia central que se realizó durante este año y realizó una reunión en la Quinta Presidencial donde dijo que el 02 de abril es un día muy triste cuando en realidad es un día de festejos. Pero no se le puede pedir a un gélido y abúlico gobernante que durante su vida solo hizo negocios, que interprete el sentimiento nacional de un pueblo.

A esta altura, luego de 35 años, esa actitud mezquina de los políticos ya no duele ni molesta. Los Veteranos de la Guerra de Malvinas seguimos nuestras vidas y aprendimos a vivir entre nosotros y con quienes nos valoran. 

Tras los pasos de Enrique Stel

¿Por qué tantos suicidios?

Después del conflicto, los Veteranos de Guerra fuimos vistos como los leprosos del templo en la época de Jesucristo, nadie quería tener nada que ver con nosotros. Fuimos silenciosamente discriminados, marginados y cada uno se las tuvo que arreglar como pudo. Pero poco a poco esta situación fue cambiando.

Argentina nunca se preparó como nación para hacer frente a una guerra y soportar sus consecuencias políticas, económicas, financieras y muy especialmente las sociales.

Los Veteranos de Guerra vivimos situaciones extremas que en algunos casos dejaron terribles traumas y la capacidad profesional de quienes se ocupan del tratamiento del stress postraumático producto de un conflicto armado era inexistente, salvo honrosas excepciones.

Es absolutamente entendible que para 1982, los psiquiatras y psicólogos argentinos no hayan ahondado en los traumas de la guerra porque era poco previsible. Pero lo que resulta inexplicable, y sin justificativo alguno, es que las autoridades militares y civiles no se hayan puesto a trabajar denodadamente para enfrentar este problema que derivó en falta de tratamiento adecuado; no hayan creado centros de atención postraumáticos para evitar suicidios, divorcios, hechos violentos, abandonos de persona y canalizar adecuadamente los comportamientos disociados de la realidad que sufrimos los Veteranos de la Guerra de Malvinas.

No hubo en lo inmediato, un plan de contención individual ni familiar para tratar las consecuencias resultantes del hecho de que una persona haya ido a la guerra. Todos quedamos a merced de nuestra propia suerte, las buenas intenciones y la posibilidad material de atendernos si así fuese necesario. La actitud de las autoridades civiles y militares indignó a más de un Veterano de Guerra. En muchos casos, el sentimiento de impotencia fue tal que los afectados veteranos optaron por quitarse la vida.

Hubo muchos suicidios, tal vez el más conocido fue el que protagonizó Eduardo Paz en 1999. Sin trabajo, con 6 hijos a su cargo y con una fuerte depresión, se arrojó al vacío desde el Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario (Ver noticia en diario Clarín). Se calcula que luego de la guerra se suicidaron aproximadamente 450 Veteranos de Guerra.

Cuando era Jefe del Batallón de Telecomunicaciones 3 – Escuela, con asiento en la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, años 1998 y 1999, recuerdo que tuve que intervenir y mediar en varios episodios traumáticos donde los actores eran Veteranos de la Guerra de Malvinas.

En cierta oportunidad, una mujer me planteó el caso de que su marido estaba deambulando por la banquina de la Ruta Nacional Nro. 14 en dirección sur, desorientado y sin reconocer persona alguna. Tuve que mandar una camioneta que tenía asignada con el enfermero y 3 personas más para ubicarlo y traerlo de regreso a la ciudad. Tuvimos suerte, lo localizamos y lo llevamos de regreso a su casa.

«La actitud de las autoridades civiles y militares indignó a más de un Veterano de Guerra».

En otra ocasión, una persona reaccionó con extrema violencia contra su vecino, persiguiéndolo con una pistola, con la intención de matarlo. El perseguido me vino a ver y lo escondí en mi despacho hasta que la situación se calmó. Muchos se inclinaron por el lado de la bebida y no fueron poco los que en un rapto de ira les pegaron a sus esposas e hijos.

Felizmente, poco a poco hubo profesionales que se especializaron en el tratamiento de los problemas de los veteranos y luego de muchos juicios, planteos legales, quejas y múltiples solicitudes sobre esta necesidad, se desarrollaron centros de atención en distintas partes del país. Pero fue el Ejército Argentino la institución que dio el salto de calidad al crear el Centro de Salud Mental en el año 2007.

Personalmente, el Ejército Argentino nunca me preguntó durante toda mi carrera militar de 36 años si padecía algún tipo de trauma como consecuencia de la guerra. Aprecio que no lo tengo y si es así no debe ser grave porque llevo una vida aceptablemente normal y si no afloró hasta ahora, difícilmente lo haga en el futuro. En lo personal, mi mejor médico fue el entrenamiento militar que tuve con anterioridad a la guerra. Mi seguro de vida fue el curso de comandos, los cursos en que participé como instructor de comandos y mi capacitación y perfeccionamiento profesional. En ellos se forjó una fortaleza espiritual y psicológica que aún hoy en día me permite seguir sobrellevando algunos hechos traumáticos que inesperadamente me ha presentado la vida.

Esta es mi vivencia y la de muchos camaradas que poseen la misma aptitud especial. No me quejo, al contrario estoy muy agradecido a quienes me instruyeron de la forma en que lo hicieron, aunque en su momento los “distinguí” con todos los improperios habidos y por haber en razón del durísimo trato y rigor con que nos enseñaban. Pero siento la necesidad de describir sincera y objetivamente las realidades que a mi juicio lo merecen y que tal vez otros no pueden, no quieren o no tienen la posibilidad de hacerlo

Continuará…