Escribe: David Rey
Puede ser que a San Pedro no le gusten mucho los cordobeses, quién sabe. O puede ser que quizá el Cielo les haya reservado a algunos, en la Tierra, alguna misión especial. Inevitable deducción si consideramos que Jorge Fernández, cuando sólo era un conscripto de 20 años, fue herido de un disparo que “le voló la mitad de la cabeza”, que fue dado por muerto al principio, que estuvo en estado de coma noventa días, que recibió tres veces la extremaunción y que estuvo internado nada menos que tres años. 50 años después de ese horrendo episodio, don Jorge me da una entrevista a mí. “Demasiado bien quedé, dentro de todo”, me diría, con sorprendente sencillez.
Claro que tiene los recuerdos fresquitos, pero es un hombre que, quizá por ese ir y venir entre la Tierra y el Cielo, se desprendió de algunas vicisitudes terrenas al mismo tiempo que absorbió no pocas cualidades celestes. Y esto no es un chiste o una hipérbole, ojo, si al propio hijo no le contó la verdad de lo que le ocurrió la noche del 11 de agosto de 1974, mientras estaba de guardia en la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de la ciudad de Villa María: “Como fui estudiante de sacerdote, soy de las personas a las que no les gusta repartir odios o rencores. Yo quise que mi hijo creciera lo más libre posible y que en su adultez juzgara él con sus conocimientos personales. Le dije que su papá había chocado con una moto. No pensé como hombre ni como soldado, pensé como papá”, confió a DAVIDREY.com.ar
Pero esto no quita que don Jorge, ahora que su hijo ya es grande, cuente las cosas como fueron y como son en realidad: «No es justo que los tipos que nos atacaron a nosotros hoy estén indemnizados con 230 mil dólares cada uno», dijo. Pues bien, los tipos que los atacaron eran integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y esa noche fatídica, que tuvo lugar en plena democracia, se valieron del soldado entregador Mario Eugenio Pettigiani para ingresar a sangre y fuego a la fábrica militar y hacer uno de los peores desastres que registre nuestra historia: un policía muerto, siete heridos y dos militares secuestrados, uno de ellos, el capitán Roberto García, descartado en el camino de huida y al que dieron por muerto tras dispararle a quemarropa. El otro se trataría del entonces mayor Argentino del Valle Larrabure, que pasaría 372 días secuestrado en una de las “famosas cárceles del pueblo”, a pocas cuadras del centro de la ciudad de Rosario. La intención de los «jóvenes idealistas», además de robar armamento, fue el de secuestrar al Teniente Coronel Osvaldo Guardone, que resistió heróicamente y que fue fue condecorado con la medalla «La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate».
“Me da mucha pena”, indicó don Jorge, “que la Municipalidad de Villa María se golpee el pecho cuando ocurre un ataque terrorista a 25 mil kilómetros de distancia y no sabe que, a dos kilómetros de la ciudad, en 1974, hubo un ataque terrorista donde secuestraron al Mayor Larrabure, le metieron 14 balazos a Rodolfo García y a mí un compañero me voló la mitad de la cabeza de un tiro”. Esto no es todo, ya que ahí mismo quisieron homenajear, por colmo, al “joven argentino ejemplar” que lo dejó hemipléjico para siempre. “Me ofrecí a hablar en el Concejo Deliberante para que vieran en el estado en que me dejó su «paisano» (Petiggiani), pero nunca me quisieron recibir”, lo que no impidió que, junto con el doctor Mariano Ludueña, lograran impedir la locura de homenajear a los terroristas poniéndole sus nombres a cinco calles de la ciudad.

Las verdaderas heridas
“Muchos amigos, para no lastimarme, me dicen que yo no soy «lisiado». «No», les digo, «camino torcido nomás»”, confió con humor a DAVIDREY.com.ar. Tras cincuenta años de la noche más horrible de su vida, don Jorge asegura que él no ha sobrevivido, sino que ha vivido, que en su corazón no se permite sentimientos de odio y que, por esto mismo, tenemos que seguir demostrando que “somos distintos”. Pero por más característico buen humor que tengan los cordobeses en general, esto no borra las heridas indelebles que quedan más en el alma que en la carne y los huesos: «Lo que hoy más me duele es no haber podido abrazar a mi hijo con los dos brazos, no poder abrazar a mis nietos con los dos brazos. Eso me duele más que el tiro que tengo en la cabeza” dijo, aunque aclaró: “PERO ELLOS SON LOS QUE ME DAN EL CARIÑO Y EL AMOR PARA SEGUIR».
“Me duele la ignorancia de mi pueblo”, señaló cuando fue consultado respecto de la gente -periodistas, políticos, intelectuales- que no sólo que niegan que en los años setenta hubo una guerra que las organizaciones terroristas libraron contra las Fuerzas Armadas Argentinas (en plena democracia), sino que, por colmo, suelen recordar a esos agresores como a “jóvenes idealistas”. “Es más fácil pensar que los militares son los malos a pensar que a los militares los atacaron. Es fácil estar del otro lado del escritorio cuando juzgás a alguien con un papel, es difícil estar al lado de un negro con un fusil en la mano tratando de que no lo maten”.

Pero don Jorge Fernández suele frenar este dolor con el orgullo que le provee ser un eterno “conscripto”, un colimba que cumplió lealmente con lo que prometió cuando juró defender la bandera. Es que fue un simple joven que estaba haciendo el Servicio Militar (ni tenía planeado ser militar) cuando fue el destino mismo el que lo enroló de golpe para que sea un soldado para toda la vida, algo que también aceptó sin remilgos, ya que lo primero que hizo cuando se despertó del coma “fue pedir a los gritos el fusil para seguir peleando”, tal como narró Adrián Pignatelli en Infobae.
Pero el hombre que, tras tres extremaunciones había regresado del Cielo tres veces, terminaría finalmente por comprender que a las guerras del odio se las enfrenta con las armas, sí, pero se las vence con el corazón. “Si yo no hubiera perdonado”, me dijo, “hoy no sería un tipo feliz y tranquilo, sino que sería un tipo lleno de rencor y odio. Y eso, en mi corazón, no lo permito», de esta suerte que a su agresor Pettigiani lo recuerde “como a un buen tipo que en algo se equivocó”, pero al que en cierto modo le debe haber descubierto que Dios existe en las pequeñas y simples cosas de la vida antes que en los grandes asuntos del mundo: «Cuando vos te estás muriendo porque estás hecho pelota, que al lado tuyo esté un negro que no conocés cebándote un mate… eso no tiene precio», dijo.
En fin, ojalá que el testimonio de don Jorge Fernández, eterno colimba y soldado, nos pueda servir a los argentinos para terminar de una buena vez con esta guerra hipócrita que hoy la libran desde el terreno ideológico aquellos que, como en toda refriega, lo único que pretenden es llenarse de dinero los bolsillos, puesto que en la desunión de los argentinos es donde han logrado hacer sus mejores negocios, de ahí que el negocio de estos mercenarios no es que la guerra termine alguna vez sino que dure para siempre. Quizá por esto a don Jorge no lo dejaron entrar en el Cielo por más que haya insistido y por más veces que se lo hayan querido enchufar…
Es que todavía le queda una misión más por cumplir, acá en la Tierra.

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