El papa Francisco, los argentinos… y yo

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Comparto respuesta que debí ofrecer a amigos en Facebook ciertamente disconformes por mis opiniones sobre el Santo Padre. Sustraigo, entonces, de mi Muro en Facebook.


David Rey

Escribe: David Rey

Queridos amigos, yo siempre suelo sentirme honrado por la mayoría de las personas con las que estoy vinculado a través de esta red social.

Con las que no, siempre me tomo un tiempito para pedirles que por favor tengan a bien eliminarme de su lista de amistades.

A mí me gusta la gente como yo, es decir, la gente decente, educada y bien pensada.

Esto último bajo ningún aspecto quiere decir que necesariamente esta gente deba pensar como yo. Pero deben pensar.

Respecto de mi opinión – medida, por cierto – del papa Francisco, de ninguna manera puedo aceptar que es un argumento «deshonesto». Si, por una parte, mis palabras ocasionan fastidio deberé lógicamente disculparme, aunque solicito comprensión; si, por otro lado, aquello que manifiesto sirve a otras personas para expresarse más duramente no es responsabilidad mía mientras que, si conservan educación, están en todo su derecho de hacerlo. El primero en no tolerar groserías soy yo, pero no veo que algo así haya ocurrido en la parte subyacente de mi publicación.

Bergoglio, por resumirlo de alguna forma, me ha hecho transitar un sinuoso camino que va de la euforia a la decepción, casi, de ahí que primeramente hoy yo esté en todo mi derecho de expresarme tal como lo hago. Yo mismo padecí como propio el escarnio inhumano al que el mismo Cardenal Bergoglio era sometido por parte de la delincuencial dictadura kirchnerista; haberlo visto enfrentando a jueces prevaricadores, que pretendían acusarlo de haber encubierto «crímenes» durante la dictadura del expresidente Videla es, como argentino, una de las cosas más desagradables que debí soportar. Mi corazón, entonces, estuvo cien por ciento con él. A este hecho en particular, de más está decir que podría sumarle varios hechos más del kirchnerismo en virtud de desprestigiarlo tanto a él como a la Iglesia en sí.

¿Quién, pues, mejor que Bergoglio, conoce la magnitud de esa calaña humana que mientras que pretendió ensuciarlo a él, tiñó de oscuro y capcioso resentimiento una parte importante de nuestro país? ¿Quién mejor que él?

Ciertamente, como argentino, uno de los días más felices de mi vida debo aceptar que fue aquél en que Bergoglio sorpresivamente resultó ungido como el sucesor del papa Benedicto. ¡Qué grandísimo orgullo, un Papa argentino… el hombre más importante de la Tierra, un paisano mío!

Ya, pues, me lo imaginaba cual papa Juan Pablo II, haciendo lo propio para disipar de nuestras vidas esa sombra horrible del comunismo. ¡Al fin una voz importante dándoles aliento a los argentinos, y a todos aquellos pueblos víctimas tanto de un sistema republicano falseado como de una runfla degenerada y antidemocrática!

Pero… con el tiempo… resulta que no fue de la manera en que mis más sanas expectativas lo requirieron. El papa Francisco, muy lejos de mis deseos, puedo hoy decir que «cobijó» no sólo a quienes le insultaron (y con lo mismo nos insultaron) durante tanto tiempo, sino que además más de una vez tuvo actitudes condescendientes con funestos personajes del escaparate político mundial.

Yo entiendo que un Papa no es un guerrero y que debe procurar un entendimiento pacífico con cualquier entidad humana. Yo entiendo que un Papa está llamado desde el Cielo mismo a ser un hacedor de la paz universal y de la unión entre las personas.

Pero cuando la mentira, la estafa y el chantaje tienen prevalencia por sobre la verdad misma y nada menos que en menoscabo de profundos valores humanos… para mí no hay tal entendimiento pacífico sino total complacencia con lo que nos daña tan profundamente. Cuando millones de personas en el mundo (y en mi país mismo) aún son expuestas a los peores condicionamientos de las formas más abyectas de comunismo, la paz y unión de las personas que un Papa debe procurar… son, para mí, como el hedor que despide un nido de ratas.

¿Cuándo, pues, el papa Francisco ha denunciado al mundo el cáncer que significó para Argentina el kirchnerismo?

¿Cuándo el Santo Padre ha intentado al menos consolar aunque sea con una menuda mención a las miles de familias argentinas que hoy padecen el escarnio de poseer un preso político?

¿Qué puedo yo pensar hoy de nuestro Papa, como un argentino más que durante doce años padeció la estafa kirchnerista?

Recibirme de periodista, por ejemplo, a mí me llevó 7 años… ¡un montón! Tanto sea por bruto como por haber sido «el facho» de la clase, el ser despreciable que merecía toda clase de menosprecios. A mí, en particular, me han discriminado – tanto mis compañeros de estudio como los mismos docentes y directivos – más de una vez (que alguien se anime a decirme si miento). Hasta tuve que amenazar con ponerles un abogado para poderme recibir. Nunca «me victimicé» ni nada por el estilo porque soy hombre y porque soy cristiano, sé aguantar y sé perdonar.

Pero no está bien que los argentinos hayamos tenido que vivir así. Por supuesto que no está bien… Muchas veces pienso qué haría yo, si fuera padre, y resulta que un compañero, un docente o un directivo le “pone palos en la rueda” a un hijo mío. No podría, bajo ningún punto de vista, tolerar que algo así ocurra.

Y lo que me ocurrió a mí… es lo que le ha ocurrido a millones y millones de argentinos: estuvimos solos. Obligadamente tuvimos que aguantar. No nos quedó otra.

Cuando, en fin y gracias a Dios, tuvimos un Padre – un Papa nada menos – que saliera en nuestra defensa ante tanta injusticia, tanta maldad y tanta soledad… pregunto, ¿qué fue lo que hizo por nosotros, sus hijos, los argentinos, el papa Francisco?

De ninguna manera mis consideraciones sobre el papa Francisco son deshonestas.

Solicito, eso sí, a mis amigos en Facebook, conservar formas de educación al momento de opinar sobre el Santo Padre.

Están en total libertad de hacerlo.

Mi corazón está con el Bergoglio que sufría y aguantaba la tiranía de los Kirchner. De ningún modo lo está con el Papa que los «cobijó» y que hoy se abraza y se besa con los Castro y compañía.


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