Electrosmog de antenas y radares, el verdadero «cambio climático» que apoyan los gobiernos

Entrevista a Carlos Avellaneda, experto en radiaciones: "Plantear nuestra existencia como dentro de un horno microondas no es exagerado sino que peca de limitante. La contaminación electromagnética se ha incrementado a un nivel irrazonable".

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Escribe: David Rey

Si durante los años de circense pandemia -mientras mucha gente se fundía económicamente por no ser “esencial” y mientras un padre no podía entrar a una provincia para darle el último adiós a su hija a punto de morirse de cáncer- aprovecharon para llenar las ciudades de “esenciales” antenas 5G, no resulta menos preocupante lo que pueden hacer ya sin disfrazarse de “sanitarios”. En fin, si algo le faltaba a una ciudad para convertir su atmósfera en un verdadero smog electromagnético era atravesarla por un rosario de radares. Es el caso de la ciudad de Rosario -la segunda más importante de Argentina junto con Córdoba-, donde la gestión municipal del intendente Pablo Javkin tiene tres grandes objetivos por los cuales no fue votado en absoluto para ocupar su cargo: hablar en lenguaje inclusivo, vacunar con un experimento a todo el mundo y radarizar toda la ciudad.

Claro que, si durante la farsa del Covid todo el mundo estaba preocupado por no contagiarse un virus inexistente, ahora todos deambulan cautos y sigilosos con tal de no tener que pagar una multa de la madona por ir a más de 40 kilómetros por hora en medio de una avenida. Lo cierto es que, en realidad, ni a unos ni a otros, ni a los de ayer ni a los de hoy, les importa lo importante: la forma con que estas medidas absurdas han afectado y afectan lo único que tienen para seguir adelante, es decir, su salud. Más preciso, la manera con que el entorno (el miedo, la soledad, la resignación e -infaltablemente hoy- las microondas) pueden enfermarlos e, incluso, acelerar la manera con que se despiden de esta vida, algo que le allana el camino al cacareado propósito despoblacional de la bendita Agenda 2030. DAVIDREY.com.ar consultó a un especialista en radiaciones, el cual no dudó un solo segundo: “Hoy no solo que no es exagerado plantear nuestra existencia como dentro de un horno microondas, sino que -en ciertos ámbitos- peca de limitante”.

Carlos Avellaneda es experto en radiaciones, pero antes que eso es un rosarino despierto, aunque esto parezca un oxímoron. En 2012 empezó su lucha concienciadora sobre el impacto en la biología y la salud de las personas de la inconsulta e indiscriminada colocación de antenas para celulares. “Hoy las ondas de irradiación, las que se usan para transportar información [internet], tienen mucho más poder de penetración que en un origen”, aseguró a este medio, para recalcar que “la contaminación electromagnética se ha incrementado a un nivel que ha superado lo razonable”, al punto de comparar su efecto “devastador” con una lluvia de glifosato. Pero, como hace una década, Avellaneda insiste con lo mismo: “El saber, hoy, es el recurso fundamental para estar tranquilos y no entrar en pánico”, dijo, al mismo tiempo de señalarnos la mira que apunta directamente sobre nuestras frentes, “son armas que antes se usaban solo en el campo militar. Ahora están en el civil”.

Nadie sabe nada

La verdad es que la gente no sabe que un radar es un aparato que, para detectar la velocidad en que transita un vehículo, tiene que emitir un haz de microondas que determine el tiempo en que va, toca el objetivo y vuelve a la base. Ese haz afecta indiscutiblemente toda la biología que se le interponga sin que nadie se dé cuenta, aunque poco a poco uno se haga cada vez más sensible a los campos electromagnéticos, para concluir con el denominado Síndrome de Electrosensibilidad Severa, condición a partir de la cual ya no podrá tolerar la presencia de campos electromagnéticos por pequeños que sean, es decir aquellos que antes sí podía tolerar. Podría ser inocuo hacerse un viaje de Pueblo Esther a Villa General Belgrano y pasar debajo del “aura” de dos o tres radares repentinos… Pero, vivir toda tu vida dentro de una ciudad radarizada, pasar cinco o seis radares todos los días de tu vida para ir a trabajar… y otros cinco o seis para volver a tu casa… Es algo que tendría que, al menos, llamarnos la atención.

El horno microondas no calienta la comida por arte magia, ojo. Realmente no es mágico. Es técnico. Más que técnico, es bélico. Y, más que bélico, es electromagnético. Descubierto durante la Segunda Guerra Mundial, las microondas producían una alteración en las moléculas de agua que permitía la rápida cocción de los alimentos… Y el caso es que, justamente, las personas somos 70% agua. Avellaneda asegura que los efectos de la irradiación en la biología son indisimulables: “La naturaleza del radar, más allá de las mejoras, no cambió en absoluto. Está basado en emitir microondas y esperar el rebote o el reflejo de las mismas, y de ahí considerar los tiempos de emisión y recepción. Aunque hay un detalle importante: se utilizan varias bandas de frecuencias, pero mientras que las frecuencias que utiliza un horno microondas son de 2.4 GHz, la que utiliza un radar de uso civil es de 10 o de 13 GHz” (las antenas 5G pueden irradiar frecuencias de hasta 86 GHz).

Para reforzar esta peligrosa apreciación, Avellaneda indicó a DAVIDREY.com.ar que “los radares de uso aeronáutico o naval son muy restringidos en el sentido de que cuando uno está funcionando en un aeropuerto está prohibida la circulación de personal de la planta”. El caso es que ahora acaban de atiborrar indiscriminadamente las calles de la ciudad de Rosario con 70 de estos “aparatitos”, colocados -en algunos tramos- cada dos o tres cuadras y preferentemente en los semáforos, de modo que el conductor no solo que debe pasar obligadamente debajo de uno o varios sino, además, frenar y exponerse a la irradiación lo mismo que esa comida que recalentamos en un horno microondas. Quien firma este artículo ha llegado a contabilizar hasta ocho radares en el tramo que realiza para regresar a su casa una vez terminado el trabajo, al punto de que realizar un trayecto alternativo libre de estas microondas constituye una travesía verdaderamente imposible.

No solo un dolor de cabeza

El experto en radiaciones, no obstante, va un paso más allá de lo estrictamente comprobable. “Nadie puede asegurar que las ondas electromagnéticas no interaccionen con la biología”, dijo. “La realidad es que cuanto más se investigó, aparecieron mayores problemas biológicos, al punto de que fue insostenible plantear como inocuo el uso de las microondas. De inocuo no tiene nada”. En definitiva, la vida dentro de un “electro-smog” nos puede deparar algo más que “un dolor de cabeza”.

En este sentido, Avellaneda precisó que “los experimentos comenzaron hace varias décadas. Un pulsito eléctrico podía transformar el estado anímico del primate. Esto es lo que se conocía superficialmente. No era un secreto. Pero las técnicas actuales, mucho más complejas, no llegaron para experimentar, sino que trajeron toda una intencionalidad muy vinculada con el estudio de la conducta humana. Es extremadamente necesario saber que hoy lo que se está implementando con tecnologías de microondas, patentadas (es decir, que funcionan), anteriormente se conocían como armas electromagnéticas. Armas que disparan pulsos de microondas. Son las famosas armas de disuasión. Hoy estamos utilizando tecnologías de uso bélico. Esto dejó de ser ficción y dejó de estar en campo de la conspiranoia como le llamaban antes”.

En rigor, el incremento indisimulable de infartos y muertes repentinas, como las curiosas “estampidas” que están de moda y que en lugar de asfixias y quebraduras expuestas nos depara un paisaje con cientos de personas resucitando infartados (como acaba de ocurrir en Corea de Sur), abona esta observación. Evidentemente, hoy la cuestión pasa por algo mucho más complejo que controlar la voluntad de las personas como en un pasado se logró, mediante experimentación, con animales. Al tiempo que los gobiernos del mundo marchan leales al propósito de reducir la población de cara a 2030 (ya no es un misterio la baja en la natalidad, como tampoco el incremento “inexplicable” de la tasa de mortalidad -sobre todo en aquellos lugares del mundo donde más se aplicó la “vacuna” contra el Covid), por otra parte, ya comienza a hacer hablar al mundo científico el aumento “alarmante” de infertilidad en personas, ya sea tanto en la capacidad gestacional de las mujeres como en la disminución de la cantidad y la calidad de los espermatozoides en los hombres, lo cual nos adelanta una “crisis inminente”, tal cual lo consignó el sitio IntraMed.

Son como soldados

Antenas 5G, grafeno hasta en la sopa, luces ultravioletas, radares por donde mires, millones de pesos invertidos para “vacunar” a todo el mundo, aviones que constantemente dejan su estela misteriosa surcando todo el cielo… Pero, ¿acaso las mismas personas que organizan todo esto no están también sometidas al mismo peligro que el resto de la población? ¿Por qué lo harían? “Es una pregunta fácil de responder”, contestó Avellaneda, como si hubiera estado esperando este momento. “Los organizadores no organizan nada. Son, simplemente, personas que actúan. Responden a ideas no propias, nada más que eso. El mismo criterio de no identificar a quien responden, hace que quede anulado el hecho de identificar a quienes están dañando. Y si les afecta a ellos, es como que ya están entregados. Son como soldados. Nuestros dirigentes están en ese ámbito: solo responden a la orden sin saber su origen ni las consecuencias”.

En rigor, y a favor de nuestros dirigentes, podríamos decir que muchos de ellos permanecen inmersos en la misma ignorancia que la mayoría de las personas, de ahí, entonces, la irresponsabilidad con que ejecutan un plan con fines nocivos para el ser humano, y la doble responsabilidad que tienen muchos divulgadores no solo en transmitir nuestras preocupaciones sino, además, en la capacidad de saber cómo dosificar tanta información que resultaría sumamente novedosa para el resto de las personas. “El primer paso es comenzar a generar y a gestionar la consciencia, y transformarla en objeción de consciencia, que ya tiene valor jurídico”, indicó Carlos Avellaneda.

En una época donde se habla de contaminación todo el tiempo en función de forzar un cambio de vida de cara al año 2030, con muchas menos personas en el mundo y mucho más dominados que ahora, pero donde inexplicablemente se omite referirse a la contaminación electromagnética que se promueve sin pausa alguna, bien haríamos en preguntarnos si, en realidad, no es este el verdadero cambio climático que, en lugar de evitar, se intenta instaurar de la forma que sea.

Escuchar entrevista (para ver, al principio de esta página):


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