En las llamas del infierno

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Escribe: Mabel Giovarruscio

Entre las llamas del fuego nada puede crecer, solo el odio y la venganza.

Un 20 de noviembre del año 2012 conocí el infierno… Al pasar ya cuatro años, sin embargo, no he visto aún en ese infierno odio ni sed de venganza.

Habitan allí, en el módulo 6B, varios ancianos, mezclados con jóvenes denominados “presos comunes”. Los ancianos son de “lesa”.

Ellos, los ancianos, que superan los 70 años e incluso algunos los 80, enseñan a los jóvenes una historia que vivieron hace años y que hoy los tiene presos.

Los jóvenes escuchan las historias con mucha atención, no lo pueden creer. A ellos les habían vendido un relato y les habían contado que “los militares eran todos asesinos”, y ni hablar de los policías.

Van contando la historia y la van transmitiendo de familia en familia, de generación en generación, van haciendo nuevos “amigos”, se van convirtiendo en una familia.

Los jóvenes preguntan: ¿por qué sus camaradas no los visitan?

Las respuestas son múltiples y a veces insólitas. “No nos visitan porque tienen miedo”, a lo que sobreviene otra pregunta: ¿Miedo? ¿Y por qué tienen miedo? Y ahí la respuesta es con cierta nostalgia y olor a dolor: “Miedo a que los traigan acá, miedo a la cárcel, miedo a enfrentar a todas las organizaciones que nos tratan de asesinos, miedo a asumir la parte de la historia que les toca, miedo… a que nosotros depositemos en sus manos la responsabilidad que les cabe”.

No todos los camaradas son iguales, no todos son ajenos a nuestro infierno, muchos, aunque sea a través de una carta, toman contacto con nosotros.

Acá no hay lugar para el odio. Acá solo hay esperanza y fortaleza de soldado.

Somos una sociedad que cuando intenta alzar la voz para “romper el relato”, se levantan como tornado para tildarnos de “cómplices de la dictadura” o, lo que es peor, nos marginan, estigmatizan y nos persiguen social y laboralmente.

En recientes programas televisivos hemos escuchado voces que durante más de 40 años están buscando contar la verdad, solo eso, la verdad.

Bastó que un héroe de Malvinas y hoy funcionario del gobierno dijera que “no es lo mismo ocho mil verdades que veintidós mil mentiras”, para que todas las “orgas” que llenan a diario sus bolsillos con nuestro dinero salieran a tratar de imponer una ley en el congreso donde se prohíba decir que no fueron treinta mil.

Esta locura lleva a  preguntarme: ¿quiénes son… o quiénes fueron peor?

¿Los que nos defendieron del comunismo o los que tratan de imponernos un comunismo disfrazado de DDHH?

En las cárceles no hay cielo ni tierra, todo es lo mismo, todo da igual, no importa la edad, la Constitución Nacional, los tratados, las enfermedades, nada, no importa nada; al enemigo “ni justicia”, y se cumple al pie de la letra.

¿Quiénes son los culpables de echar leña a estas llamas?

¿Los DD.HH.?

¿El gobierno?

¿Usted?

¿Yo?

La respuesta es simple: todos somos culpables, porque a nadie le importa que le impongan por ley no decir tal o cual cosa.

Solo nos importa a aquellos que vivimos la historia de los 60/70 y que sabemos por qué arde el infierno.

Allí, en ese infierno, arden los corazones de madres, esposas, hijos, nietos, de todas las familias condenadas junto a nuestros soldados, que un día debieron hacer lo que hacen las fuerzas del orden: defender al país de toda invasión que intente destruir las bases de nuestra Nación.

Mientras los gobiernos sigan otorgando grandes sumas de dinero a las organizaciones terroristas, devenidas hoy en defensores de los DD.HH., no habrá paz en este país.

Por la plata baila el mono y el fuego arde cuando lo aventamos.


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