En memoria del Coronel Juan Carlos Jones Tamayo

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Escribe: David Rey

Lo primero que hoy, 25 de diciembre de 2023, me enteré no fueron las noticias de los medios de comunicación, sino que mi desayuno fue algo un tanto más significativo: me enteré que falleció el coronel Juan Carlos Jones Tamayo, un veterano héroe de la guerra contra el terrorismo en Argentina. Lejos de haber sido un militar reconocido por sus servicios a la Patria, como tantos camaradas Jones Tamayo abandonó el país que defendió con toda su alma en calidad de “represor”, de “genocida” y, lógicamente, privado de su libertad.

Cada vez que un Preso Político Argentino fallece mi desazón es doble: por un lado, me duele que un héroe nos abandone sin haber logrado deshacerse de esa maraña de injusticia que tanto pesó sobre él; por otra parte, me pongo en el lugar de las familias de esas personas que despiden a sus padres o abuelos… y acá ya no tengo palabras para describir lo que siento. Angustia, bronca, impotencia, solidaridad, desesperanza… Es que no, no hay una palabra para describir exactamente lo que me pasa.

Hace unos años el coronel Jones Tamayo me regaló la mejor entrevista que he realizado respecto de este tema (los que quieren seguir aburriéndose conmigo, la podrán encontrar con un link que les dejaré debajo de estas palabras). Allí, nuestro héroe me contó cómo fue el Combate de Pueblo Viejo, en los montes tucumanos, donde el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) pretendió adueñarse de toda una provincia argentina en plena democracia. Allí, el papá de Guada -gran amiga mía-, fue testigo directo de uno de los actos de amor más imponderables de toda la historia de nuestro país:

Tras haber sido alcanzado por un disparo, el teniente Rodolfo Richter cayó desplomado, y quedó a tiro para que el enemigo se diera el gusto de liquidarlo para siempre. Pero, entonces, ocurrió lo impensable: para protegerlo del resto de los disparos, el Capitán Héctor Cáceres se tiró sobre su subordinado y lo envolvió con su propio cuerpo, atajando de este modo los disparos que tenían por objetivo la vida de Richter. “Pero, ¡Cáceres, qué hace!”, se oyó, a lo que el aludido respondió: “Ya te saco”. Richter salvó su vida y Cáceres pasó a la inmortalidad.

Cuando Jones Tamayo me contó esta historia no pudo evitar que la voz se entrecortara por el llanto inevitable: “Ése es el héroe, ése es el militar”, me dijo.

Jones Tamayo seguramente nunca se imaginó la que le esperaba cuando se decidió por el ejercicio de las armas. Pero no es que no se habrá imaginado que iba a tener que presenciar la muerte de un camarada que le termina de salvar la vida a otro en pleno combate, nuestra historia abruma con tantos héroes. Seguramente nunca se imaginó que la misma democracia que lo mandó a matar o morir en nombre de la democracia… luego sería exactamente la misma que lo juzgaría y lo condenaría, como al peor criminal del mundo, por haber hecho lo que hizo en nombre de la misma democracia. Para ser más gráfico y con perdón de las damas, la misma democracia que lo mandó a pelear a Tucumán fue luego la misma que se limpió el culo con él, y con todos los que le fueron a salvar el culo a la sacrosanta democracia.

Hace poco, me pasaron un breve video del periodista Eduardo Feinmann expidiéndose respecto del fallo de un juicio de lesa humanidad. Sin la menor compasión, celebró: “Que se pudra en la cárcel”. Más allá de toda la admiración que siento por el trabajo de Eduardo, pienso: con cuánta liviandad, con cuánto desconocimiento, con cuánto desprecio por la verdad y la dignidad de las familias de los «condenados» solemos soltar la lengua en este país. ¿Cómo podemos animarnos a decir tal cosa sin tener en cuenta el contexto, sin reparar en todas las leyes que se tuvieron que violar para empezar con los llamados “juicios de lesa humanidad”, sin dedicarnos, aunque sea cinco minutos, a visualizar todo el circo que se montó para llevar a cabo semejante crueldad? ¿Cómo podemos ser tan cínicos los argentinos?

Pero así somos los argentinos, un día somos todos “fachos” y hay que matar a todos los zurdos; al otro somos todos zurdos y me importan tres pepinos la Constitución y hay que meter en cana a todos los milicos; un día llenamos la Plaza de Mayo para exigirle a Galtieri que no se pegue la vuelta de Malvinas y que enfrente al ejército más preparado del mundo, al otro estamos todos apuntando a “ese borracho” que mandó “chicos” a morir por «esas islas de mierda que no las quiere ni el loro».

Jones Tamayo me contó que, cuando la tropa volvía del Combate de Pueblo Viejo, tuvieron que pasar enfrente de un pueblo. Venían, pues, los soldados en silencio a pesar de la victoria, ya que venían arrastrando a sus muertos. Febrero de 1975 (plena democracia): mientras el soldado argentino arrastraba a sus muertos, en aquel pueblo que tuvieron que atravesar… estaban bailando el carnaval. Qué metáfora, ¿no?

Yo no tuve la suerte de poder haberte dado un abrazo, querido Juan Carlos. Te fuiste antes porque yo no llegué, así son las cosas. Pero, al marcharte, me dejaste sin eso que me hubiera gustado hacer, abrazarte. Y decirte lo más importante del mundo: “Gracias”. No tuve la suerte, che, qué macana… de darte ese abrazo, pero bueno, me quedan tus lágrimas corriendo por mi alma como ríos de fuego, me queda tu llanto hecho un canto de Patria y me queda tu dolor como el testimonio más franco de lo hermoso que es haber nacido en este país, a pesar de todo. Me queda la lucha por sobre el desastre. Me queda la paz a pesar de la guerra. Me queda el amor sobrevolando el odio.

Gracias, coronel Jones Tamayo, por su caro servicio a la Patria. Gracias por haber dado todo. Gracias por el sacrificio suyo hasta el último día de su vida. Gracias, mi coronel, GRACIAS POR EL HONOR, el honor con el que vivió, el honor con el que peleó y el honor con el que murió. Gracias por los brazos tendidos, perdón que no llegué…  

Cuando muere un Preso Político Argentino… yo no tengo la palabra exacta para describir lo que siento. Pero siembre vuelo hacia ese abrazo. Siempre viene a mi cabeza el Combate de Pueblo Viejo: Cáceres que salva la vida a Richter, y mi gran y admirado amigo del alma Jones Tamayo -que se me murió antes de que yo lo pudiera abrazar- que me cuenta cómo arrastraban a nuestros muertos en medio del carnaval.

Dios lo tenga en la gloria y sepa perdonar a los argentinos. Por mi parte, cada vez que un Preso Político Argentino se nos va, yo siempre recuerdo sus propias palabras, mi querido coronel: “Ése es el héroe, ése es el militar”.  


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