Yo fui uno de los tantos que sintió – o intentó sentir – la enorme desesperación de la familia de Camila. Y fui uno de los tantos – fuerza es decirlo – que imaginó lo peor. Y lo peor, obviamente, es que Camila haya podido ser raptada por una red de trata de blancas.
Es, por supuesto, una aliviadora noticia que Camila haya regresado a su casa y que se encuentre sana y salva junto con su familia. Como bien dice a los medios Anabella, su madre, Camila será asistida con toda la contención posible, e incluso no se descarta brindarle apoyo psicológico. No es para menos. Todos estamos contentos con el feliz desenlace de esta historia que tan rápidamente conmovió y movilizó a todo el país.
Pero ahora – que ya está todo bien – es momento de darle un giro a esta charla. Y la verdad, es que no está todo bien: está todo mal.
Está todo mal, fundamentalmente, por cinco cosas: 1)- porque haya un entorno familiar que posibilite que una adolescente opte por irse de la casa; 2)- porque se fue de la casa – siendo menor de edad – acompañada por un hombre 3)- porque, acompañada por un hombre – según consta en filmación de seguridad – llamó a su casa para pedirle a su familia «que no la busquen»; 4)- porque entidades abocadas exclusivamente a asuntos graves como la trata de blancas debieron dedicarse a un capricho o aventura adolescentista; 5)- y porque este hecho lastima la credulidad de personas o medios que en un futuro puedan ser de gran ayuda en casos que vayan a requerirla (“para qué difundir. Debe ser otra que se rayó porque se peleó con el novio”).
Se fue de San Genaro con un hombre en un camión. 17 años tiene la chica. (Hoy se sabe, según dijo Camila a La Capital de Rosario, que en el mismo camión viajaba la familia del camionero). Desde ya que ojalá nos enteremos en la próximas horas sobre el arresto de dicho camionero (y que Dios quiera que sea voluntario; “Me vengo a entregar: yo fui el que se llevó a Camila”). Hasta tanto las cosas no se aclaren (y necesariamente deberán aclararse) la detención de esa persona que se llevó a la menor de edad debe ser inminente. Sea como fuere, entiendo como razonable una charla con autoridades competentes (éste es un caso en que ni la posible inocencia del camionero – “se vino conmigo porque se escapó de su casa, no tuve otra opción que llevármela, constantemente insistí hasta convencerla para que vuelva” – deba salvarlo de haber participado de la breve desaparición de Camila).
En torno a su desaparición y a las personas que acompañaron a Camila, esta última ha pretendido «blanquear» las cosas. Se trataría, pues, de una familia que en todo momento sólo quiso ayudarla. Tengo una duda: ¿qué clase de ayuda pudieron haberle aportado toda vez que la primera llamada de Camila – por todos los medios presentada como «misteriosa» – consignó un breve diálogo en que la joven aseguró estar bien (en tanto que su madre, empero, aseguraría todo lo contrario) mientras que pedía «que no la buscaran». En la filmación Camila aparece acompañada por un hombre, de modo que este mismo habría presenciado dicho diálogo. Ojalá el «blanqueo» de Camila sea honesto, pero a primeras instancias no hay que estar loco de la cabeza si uno, tras el llamado de la joven, piensa lo peor. Perdón, ¿pero quién levanta en una ruta a una adolescente y la lleva de paseo por cuatro provincias?
En otro ámbito, hubo medios que ni se abocaron – para mi gran extrañeza – a la desaparición de Camila. ¿Hicieron bien en no darle bolilla al asunto, en tanto que la sociedad toda pugnaba a través de las redes sociales por la aparición de la joven? ¿Insolidaridad…? Lo cierto es que, como bien dice la madre de Camila, la presión de los medios y las redes sociales jugaron un rol definitorio en la “decisión” de la adolescente de volver a su casa. Y quizás después de su vuelta a San Genaro, sana y salva, sea la mejor noticia de esta historia. Pero debemos admitir que esto genera un desgaste, tanto en los medios como en la ciudadanía. Cuando desaparece un niño es imprescindible contar con TODO el griterío de los medios y de la gente, siempre lo antes posible y de la forma más ruidosa que podamos. Sin embargo, la próxima vez que desaparezca un niño, no será difícil imaginar que el griterío será más paciente al principio y más lento en materia de difusión, lo cual jugará a favor de los captores. No todos colgaremos, por caso, la fotito en Facebook hasta que tengamos certeza de que no se trata de otra que se va de su casa en busca de aventuras… y eso, como digo, da tiempo y espacio a los secuestradores.
Por último, entonces, es un gran alivio que Camila haya regresado con su familia. Con todo el corazón, deseo contar pronto con las explicaciones más entendibles. Ojalá que el desencadenante haya sido un simple desentendimiento con su familia (Camila aseguró que se fue «porque discutió con el novio»); ojalá que al camionero no le haya quedado otra que llevársela, y ojalá que este mismo la haya convencido de volver a su pueblo. Pero por sobre todas las cosas, ojalá que algo así no vuelva a suceder. Y para que esto no vuelva a suceder, no tiene que haber otra Camila que se pelee tanto con su novio (o que sus padres descuiden tanto esta relación), ni un hombre que, por más solidario que sea, aleje de su familia a una niña que, en fin, más bien necesita de un psicólogo, de un asistente social, o simplemente ser llevada al destacamento policial más cercano (2).
(1) El apellido de Camila no es Sbrascini sino Menna (paterno). Conservamos el primer apellido en el artículo debido a que con el mismo la joven obtuvo trascendencia nacional.
(2) El título del artículo (en foto) sugiere, casi subrepticiamene, un interrogante sobre «lo feliz» de que Camila haya aparecido. Por supuesto que es un final feliz, aunque no lo sean sus causales. Más feliz hubiera sido que no desapareciera, o que quien la levantó en la ruta la depositara inmediatamente en una comisaría. Más feliz sería contar con la certeza de que algo así no vuelva a ocurrir.
Fuentes: La Capital / Rosario 3 / La Nación