
Escribe: David Rey
Muchas personas acuerdan, sin dudar, con que España es el mejor país del mundo para vivir. Primero, destacan su clima y sus costas, poesía en esencia; segundo, su gente, calidez latina en definitiva; y, tercero, es Europa… y allá se vive a un ritmo europeo aunque sin la “distancia” en el trato de otras regiones ejemplares. En fin, en España el tren llega a horario, pero la gente habla entre sí como si estuvieras en Buenos Aires, es decir, como si se conocieran de toda la vida.
Pero España suele ser, también, el mejor espejo donde mirar lo que ocurre en el mundo. Y, por lo visto… en el mundo suceden cosas que explican lo mal que va encaminado el asunto. En 2020 la cuna de Cervantes presentó su número más alto de suicidios desde que hay registros: 3941 según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), un significativo 7,35% más respecto del año anterior (y un 138% desde 1980).
Un artículo periodístico de NIUSdiario.es, firmado por Miguel Hidalgo Pérez, da cuenta de estos guarismos preocupantes y, detalla, los suicidios “ocurrieron en plena pandemia” y que “ha sido la primera causa de muerte no natural” tras 13 años de serlo de modo ininterrumpido. Es, pues, mayor la gente que decide apagar su vida que la que muere, por ejemplo, en accidentes de tránsito.
Miguel Guerrero, psicólogo y titular de la Unidad de Prevención e Intervención Intensiva en Conducta Suicida del hospital Costa del Sol, dijo que «la relación y el impacto de la pandemia en el suicidio no es directa. Pero es un factor más a tener en cuenta dada la multicausalidad del fenómeno». Además, precisó que, entre los factores estresantes en tiempos de pandemia, figuran la «soledad percibida, mayor consumo de alcohol y drogas, violencia intrafamiliar, incertidumbre económica y pérdidas de seres queridos». En fin, mayor el daño colateral que la ‘gripe’ misma.

En theconversation.com, las doctoras Cristina Larroy García y Elena Huguet Cuadrado precisaron que, en España, se suicidan 10 personas por día (una cada dos horas y media. 10 hombres, 3 mujeres). El artículo detalla que el 4,4% de los españoles piensa en suicidarse al menos una vez en su vida y un 1,5% lo intentará, y añade que «debido a la crisis de la Covid-19 (…) los expertos pronostican que en los próximos años las tasas se incrementarán», algo que ya se percibe en algunos lugares.
«Por ejemplo, en PsiCall (servicio de atención psicológica para estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid), se pasó de atender a un 3% de pacientes con ideación suicida (2019) al 6% (2020) y al 10% (enero-julio de 2021), siendo, además, la idea más grave e intensa en los dos últimos años: hubo que activar 33 y 44 planes antisuicidio (en 2020 y 2021, respectivamente, ninguno en 2019)».
El psicólogo rosarino Alejandro Litmanovich supo decir a DAVIDREY.com.ar que el mejor ejemplo para comprender al suicida es el que hemos visto cuando ocurrió el ataque terrorista en las Torres Gemelas, aquellas personas arrojándose al vacío desde lo alto para escapar de ese «fuego» que las estaba devorando. Hace poco, en el centro de la ciudad de Rosario (Argentina), una mujer se suicidó arrojándose de una azotea. Lo curioso es que decidió QUITARSE la vida sin haberse QUITADO el barbijo. ¿Acaso esto no es una muestra inefable de cuán alienada puede estar una persona que decide matarse pero «cumpliendo el protocolo»? ¿O no será que ese mismo «protocolo» es el que termina por asfixiar a la gente que no ha advertido que la salida es quitarse el bozal y no la vida?
Como vemos, el panorama actual en torno a la pretendida pandemia (que no deja de parir «variantes» como «vacunas» para «no-combatirlas», sumado a toda una batería de absurdos más, como ser el uso «obligatorio» del tapabocas) no hace más que complicar las cosas presentándonos un escenario cada vez más hostil, incierto, absurdo y, por ende, asfixiante.
Pero quizá la clave para comenzar a neutralizar esta situación pase por recuperar nuestra propia capacidad de concebir tanto el mundo como lo que en él tiene lugar, sin importar todo el terrorífico chisporroteo que escupe la televisión. Saber que algo podemos hacer (en un mundo donde se nos vive repitiendo que cada día podemos hacer menos cosas) es vital para combatir el estrés y el desasosiego que genera estar a la deriva… y sobre un mar de fuego.
Entonces, vayamos a la acción… y desafiemos al sistema justamente donde no nos puede ganar: usémoslo a nuestro favor, seamos felices y disfrutemos la vida como si fuera, justamente, nuestro último día en la Tierra. Seguro vamos a encontrar algo interesante para HACER antes de que el mundo se acabe y quizá de este modo encontremos la clave que resuelva muchas de nuestras dudas.
¿Qué tenías pendiente por HACER?

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