Escribe: David Rey
Por fuera, una mercería. Allí habitaba una familia. Una mamá, Amorosa Brunet de González, y sus dos hijas, Rut y Estrella, una de ellas embarazada. La vida, allí, habrá parecido tranquila: gente laburante, como se dice. Garay y Pasaje Bariloche, un barrio humilde, obviamente no tan inseguro y abandonado como en la actualidad, donde gracias a la presencia de un patrullero DAVIDREY.com.ar pudo detenerse a tomar algunas fotografías de la ochava. Así avanzó nuestro país; esto nos dejó la «década ganada».
Durante tanto tiempo la historiografía oficial nos relató la historia de jóvenes idealistas que eran detenidos «por pensar distinto» y madres inocentes a las que les robaban sus hijos en los «campos de concentración». Pero nunca nos contó la historia de una familia que fingía ser una familia trabajadora – con hijos y todo – y que, en el sótano de su humilde vivienda, escondía la peor forma del horror, sin la menor compasión.
«Papá, cuéntame otra vez… esa historia tan bonita» supo entonar el cantautor español Ismael Serrano. Pedía, a su papá, que le cuente la historia del «Che» Guevara. Arturo Cirilo Larrabure no tuvo a quién pedirle que se la cuente otra vez; su papá fue secuestrado, torturado (con pasajes, incluso, de picana eléctrica) y asesinado por aquellas personas que ahora inspiran a tantos autores por el estilo. Los devotos de Guevara le quitaron a su papá y se lo entregaron muerto con 47 kilos menos y con claros signos de haber sido asfixiado. El coronel Larrabure tenía 42 años mientras permaneció un año entero, atado de pies y manos, en el sótano de una modesta mercería de barrio. Era gente «laburante», quién iba a sospechar.
Rosario habla: resolverán si el asesinato de Larrabure es delito de Lesa Humanidad
Llegar a Pasaje Bariloche y Garay no fue tarea sencilla. A la diestra de Avenida Francia, después de Avenida 27 de Febrero, la cosa no parece muy confiable que digamos. Es todo villa, con perdón de los buenos vecinos que hace más de 30 años que votan vivir en una ciudad segura y digna. Y eso que sólo estamos a 20 o 30 cuadras del centro de la ciudad de Rosario, «la mejor ciudad para vivir», según los sucesivos eslóganes socialistas.
Un domingo, a las tres de la tarde, en Rosario… puede ser campo minado para cualquier periodista que se precie de tal. No obstante, la presencia de un patrullero en la zona, animó a DAVIDREY.com.ar a adentrarse en la «espesura». Garay y Bariloche, carajo… dónde queda.
Nadie la habita. O, al menos, nadie quiera ser alguien. Todo cerrado, paredes descascaradas, silencio que contagia. 42 años antes allí había una mercería, y allí también hubo una «cárcel del pueblo». Los carceleros de esa cárcel se pasaron más de 40 años hablando de «centros clandestinos de detención». Ellos, los carceleros, secuestraron, torturaron y asesinaron a mansalva en sus cárceles… y resulta que después «nos vendieron» el cuento de la ESMA. Lo más triste es que nosotros, los argentinos… compramos.
En Rosario se produjo uno de los hechos más aberrantes de la historia argentina: el coronel Argentino del Valle Larrabure estuvo secuestrado más de un año en una «cárcel clandestina», y los rosarinos se enorgullecen de que en la céntrica Entre Ríos y Urquiza nació el homicida Ernesto Guevara. Los rosarinos aplauden llorosos, coloraditos de la emoción, que todo el mundo levante la fotito emblemática, tanto en Perú como en las Filipinas.
Quién fue el Coronel Larrabure y cómo quisieron disfrazar su asesinato
El coronel Argentino del Valle Larrabure amó este país mucho más que el «Che» Guevara. Lo amó cuando se entregó al ERP para que estos dejaran de matar gente, mientras que la idea de Roberto Santucho – discípulo del Che y líder del ERP – era asesinar un millón de personas. Larrabure se entregó para salvar a los suyos; Santucho soñaba un genocidio de «burgueses». La gente, hoy, no sabe quién fue Larrabure, pero sí sabe que Santucho es «una víctima» de la represión estatal, un «desaparecido» más, amén de que haya muerto enfrentando a las autoridades.
Es aberrante lo de Larrabure, sí. Pero más aberrante es la indiferencia rosarina. Acaso en la ochava de Pasaje Bariloche y Garay no hay ninguna placa conmemorativa ni nada por el estilo; pero sí existe en un colegio de Oliva, Córdoba, una placa que recuerda nada menos que al soldado Pettigiani… justamente el Judas que entregó a Larrabure y la Fábrica Militar de Villa María. Larrabure, militar de carrera, hombre de honor… coronó su existencia entregando la vida por el prójimo; para él no hay ninguna mención por parte de los mismos que, con bombos y platillos, trajeron a Rosario una estatua del «Che» Guevara.
¿Parece mentira, no? En esto hemos dejado que nuestro país se convierta.
Y esto es lo que hay que cambiar. No es menor el daño que han hecho «nuestros» dirigentes. Los pibes hoy se ponen la remera del «Che», pero no saben que a pocas cuadras del centro de Rosario estuvo secuestrado Argentino del Valle Larrabure, encerrado en un sótano y padeciendo toda clase de torturas y vejaciones. Los pibes repiten que «los militares usaban la picana» cuando en realidad fueron sus «ídolos» quienes las usaron sin el menor dejo de compasión. Repiten «que robaban bebés» y ni enterados están que sus «idealistas» abandonaban a sus propios hijos en Cuba para venir a causar terror en Argentina o, bien, que les hacían fingir ser una familia normal mientras les enseñaban a mentir, a torturar y a matar.
Sí, esto es lo que, en definitiva, hay que empezar a cambiar. Es necesario que la justicia entienda que este crimen posee tal trascendencia que debe considerarse un delito de Lesa Humanidad, y por tres razones elementales: terminar la impunidad de más de cuarenta año de la que han gozado tantos mercenarios, morigerar el dolor de las víctimas del terrorismo y, fundamentalmente, ponerle un punto final a una guerra que ayer mataba con balas y con bombas… y que hoy mata con la indiferencia a quienes supieron padecer lo peor… de lo peor.
La historia se cuenta. El destino se DECIDE. Es momento de empezar a decidir.