Guardia Urbana rosarina, ¿héroes o villanos?

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Escribe: David Rey

El hecho tuvo lugar en una transitada esquina del macrocentro rosarino.  Era la una de la mañana del incipiente día lunes 15 de febrero. Desde las cercanías, era posible advertir que un griterío provenía… desde ahí nomás. Más precisamente, se trataba de dos masculinos que estarían agarrándose a trompadas. Y fue entonces que, como enviados del Cielo, llegaron ellos: los salvadores.

Pasaron frente de nosotros dentro de una de las rimbombantes camionetas de la Guardia Urbana Municipal (GUM). Eran cuatro; entre ellos, una mujer nos amonestó con una mirada grave, despectiva. Llevaban puestas las correspondientes boinas púrpuras y los asfixiantes barbijos. Se encontraron con lo inevitable de advertir, es decir, la trifulca a pocos metros. Con notable impasividad, nuestros héroes se dirigieron hacia ellos y estacionaron en la esquina.

Entonces pudimos escuchar los gritos de uno de los contendientes:

«¡Eh, eh…! ¡Miren…! ¡Me está pegando…!». El joven que esto profería vestía a lo rapero: pantalones y remera anchos, y la infaltable gorra sellada en la cabeza. Alguien notó que le faltaba una zapatilla, la habría perdido en la reyerta.

El otro contendiente (un tipo común y corriente de alrededor de 30 años), entonces, se acercó a la camioneta de la GUM. Se le escuchó con claridad:

«Se está haciendo el boludo, ahora… pero recién me quiso robar». Al tiempo que esto decía, llamaba por teléfono, quizá al 911.

No hacía falta ahondar demasiado para saber que, pues, se trataba de una persona que había logrado reducir justamente a la persona que había pretendido robarle… con tanta pero tanta fortuna que justo llegaron en su auxilio nada más ni nada menos que “The Expendables” de la GUM, y en su hollywoodense “transformer” ultra ploteado.

Listo. Asunto resuelto. Ya toman cartas en el asunto los repentinos superhéroes.

Pero no… Los contendientes seguían a los gritos (ya no se les entendía nada) y ellos ahí, inanimados aún. A tal punto que me vi en la visceral obligación de proferir:

«¡Pero estos cuatro pelotudos… qué carajo hacen que no se bajan de la chata!».

Es que era ya lo más básico y elemental que uno podía esperar, en tales circunstancias. Que nuestros héroes con boina, pues, activen algún protocolo de acción, ¿no? Ya sea… llamar al Comando Radioeléctrico, calmar a la víctima, contener al ganso con gorrita en plena noche, anotar datos, tranquilizar a los curiosos, hacer lo propio para que la situación no pase a mayores, encontrarle la zapatilla al mencho, ¡ponerse a bailar en el medio de la calle, leerle el tarot a los sujetos en disputa! ¡Qué tanto… eran cuatro y sólo dos los civiles implicados! ¡Asunto recontra resuelto!

De hecho, esos cuatro jugosos sueldos municipales… no sólo que nunca se apearon de la pretendida Hummer para tratar de contener de la forma que sea la singular situación con la que se encontraron, sino que…

A ver, lector. Espere. ¿Está usted sentado? Si no, por favor… tome asiento. Yo sé por qué se lo digo.

Señor lector, otra pregunta: ¿qué es LO ÚLTIMO que usted considera que los Halcones Galácticos de la GUM tendrían que haber hecho en ese preciso momento? ¿Qué es lo que cualquier persona llamada al servicio de la comunidad NO HARÍA BAJO NINGÚN PUNTO DE VISTA en tal situación?

Así es, usted mismo lo adivinó. Pusieron primera a la Batichata… y se fueron. SE FUERON.

Aunque usted no lo crea… se fueron. ¡Por más increíble que parezca se fueron! Se fueron y dejaron sola a la víctima del robo como a su eventual victimario hip-hopero mientras estos aún se debatían entre insultos y demás amenazas. De modo que si fuera por el “grupo de elite” municipal, la víctima podría haber seguido golpeando a su victimario hasta matarlo… o el segundo podría haberlo ultimado de un puntazo, un tiro, el culo de una botella. ¡Ni que hablar de que algún caco en moto llegara en defensa de su congénere!

«¡Está bien, flaco… ya está, ya me mandé la cagada!», le decía el delincuente. «Ahora devolveme la zapatilla». Por más increíble que esto parezca, ahora el choro lo acusaba de ladrón a su propia víctima.

Cuando llegó la policía motorizada, nosotros tuvimos que indicarle dónde estaba ocurriendo el hecho. «¡Pa’l otro lado!». Y ahora sí, asunto resuelto… pero de verdad. La víctima terminó yendo a hacer la denuncia en una de las motocicletas que arribaron como langostas mientras que al Kevin lo requisaban con las manos contra la pared.

Claro que antes de escribir estas líneas procuré informarme lo máximo posible respecto de cuál demonios es la función de los “marines” de la GUM, precisamente, cuando ocurre una situación de la descrita naturaleza. Todos, absolutamente todos, abren grandes la boca y los ojos cuando les digo que “no sólo que no se bajaron de la chata… ¡sino que además se fueron!”.

Un policía amigo al que le consulté, tras echarse a reír, me confió:

«Son unos completos inútiles. No sabés el lío que armaron en su momento para poder tener las lucecitas, en la camioneta, como nosotros… y resulta que se disparan cuando tienen que hacer algo en un ilícito. Está bien que ellos son civiles y no pueden reducir a nadie… pero ante una situación como la que vos me contás, ya sea por moral o sentido común, te tenés que quedar… aunque sea hasta que venga la cana”.

Lo cierto es que, como explica el sitio ON24, “la Guardia Urbana Municipal fue creada en el año 2004 con el objetivo de promover entre los rosarinos mejores condiciones de seguridad, control y convivencia en la vía pública (…) sus funciones son asistir a lugares de afluencia de público para ordenar, prevenir disturbios y mantener condiciones de convivencia, y vigilar los espacios públicos atendiendo a las características particulares de cada zona con el fin de disuadir posibles conflictos”. También precisa el site rosarino que “frente a la comisión de un hecho ilícito, dar inmediato aviso a las autoridades pertinentes o requerir auxilio de la fuerza pública”.

El singular hecho que acabo de contarles no puede ser más ilustrativo respecto de la “postura” o el “nivel de compromiso” de la Municipalidad de Rosario en lo que concierne a la contención de la ola demencial de inseguridad que precisamente adolece esta ciudad, con días donde los asesinatos se cuentan de a tres o de a cuatro, donde las balaceras y los tiroteos ya forman parte del paisaje (no hay una estadística de cuántos por día… o por hora) y donde el vecino está realmente desamparado, tal como la GUM dejó a aquel a quien acaban de robarle.

Si la Guardia Urbana Municipal no es la “mano” del intendente en la calle, entonces, ¿para qué están? ¿Para qué sirven? ¿Para qué se las pasan “paseando” todo el día? ¿Para qué diablos se le está pagando a esa gente a la que evidentemente no se le podría conferir ni la responsabilidad de pasear un caniche? ¿Quién los puso ahí, en base a qué consideraciones, aptitudes o habilidades? ¿Quién nos garantiza que esas malas personas –tal el hecho aquí descrito- no sean ñoquis, coimeros, dealers o criminales? ¡Dejaron a un rosarino que les paga el sueldo con sus impuestos a la buena de Dios!

Todas las anteriores gestiones municipales para combatir la inseguridad en Rosario no hicieron más que llenar de familiares el Palacio de los Leones o cuanta oficina provincial exista, y ahí los tenés a algunos… jugando al solitario en la computadora cada vez que tenés que hacer un trámite (¿O alguien piensa que estoy mintiendo?). Claro que si son vagos, inútiles o delincuentes “los de arriba”, ¿qué se puede esperar, entonces, de los de abajo? Y justamente acá es donde la inseguridad en Rosario tiene su naciente, su raíz gorda y rugosa. En la falta de ejemplo… o, mejor dicho, en el «ejemplo» mismo.

Es que sin el peso del EJEMPLO que solamente la figura del intendente o la intendencia pueda afirmar, Rosario seguirá a merced de los maleantes como todos estos años aciagos para la ciudad. Mientras todo se convertía en México o Medellín, acá ponían inútiles (hijos, sobrinos, nietos, primos, esposas, exesposas, amantes, maridos…) en cargos públicos a cobrar sueldos de gerentes.

Es verdad que el intendente Javkin trajo algo de frescura a Rosario, aunque sólo porque su victoria electoral pareció en un principio despejar el panorama de tanto parásito socialista enquistado desde siempre. El caso es que al hombre hoy parece que le faltan “las pelotas” que en esta ciudad hacen falta ya no tanto para enfrentar al delincuente sino, al menos, para no dejar solo al vecino, en medio de la nada, tal como hicieron los Boy Scout de la GUM la noche que yo mismo presencié.

Realmente hace falta y yo deseo para Rosario una fuerza, como la Guardia Urbana, aunque compuesta por hombres y mujeres cuyos compromiso y vocación de servicio sean el espejo donde se mire el vecino y cuya sola mención sea el primer desaliento que encuentren los delincuentes, los vagos y tantos más: «Tiene una boina y un escudo… porque no es como nosotros».

Demás está decir que el primer efectivo de la GUM es el intendente de Rosario. Ahí empieza el ejemplo… y ahí empieza todo lo que Rosario necesita para salir adelante.