Hasta la vista, querido Charlie

David Rey "despide" a su gran amigo y camarada Carlos Sfulcini, exPreso Político, Productor General de Periodismo> para periodistas y co-editor del semanario "Te cuento la semana": «Cuánto desearía darte ese abrazo que me duele todo el tiempo».

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Escribe: David Rey

La vez que lo conocí a Carlos Sfulcini -en adelante, y para siempre, “Charlie”-, hace ya siete años, debí enfrentarme a un mundo de nuevos paradigmas. Lo entrevisté cuando recién salía de una injusta prisión de seis años en el penal de Marcos Paz (quisieron condenarlo a 20 en el falsario marco de los llamados juicios de lesa humanidad) y, en lugar de aprovechar la ocasión para despotricar contra los responsables de tamaña ignominia, me dijo que aprovechó el ilegal presidio para “mirar para adentro y crecer interiormente”. Ante mi sorpresa, el hombre – padre de cinco hijos – se reafirmó en su postura con subterránea sabiduría: “Si uno no lo toma de esa manera, terminal mal”.

Así era Charlie, así debí aprender a conocerlo, así nos hicimos amigos, así se convirtió en mi más leal aliado, así asumió él su lugar de “Productor General de Periodismo> para periodistas” (para lo cual, incluso, tenía sus propias tarjetas personales)… pero así también debí “aguantarlo” toda vez que tenía algo para enseñarme, lo cual siempre redundaba en lo mismo, esto es, darme a entender que muchas de mis idealizaciones eran vanas o exageradas y que, en realidad, éstas me impedían apreciar ese “más allá”, esa “otra realidad” donde transcurría la vida misma con más sabias contingencias que acérrimos enemigos y con más hombres de carne y hueso que impolutos héroes con estrellitas en el hombro.

Hoy puedo decir que me siento profundísimamente honrado de tener la convicción de que mi querido Charlie se observaba a sí mismo en mí, como si él fuera yo con treinta y pico menos de años y como si – por lo tanto – quisiera evitarme los infortunios a los que apuntaba directamente, de ahí la intransigencia con que apercibía esas pasiones mías que sólo conducían al error o esa cómoda inocencia con que solemos aceptar lo establecido sin imponer ningún criterio propio, es decir, ese algo que nos lleva a ser los creadores de nuestra realidad antes que vivir dentro de una ajena o extraña. Nunca pude siquiera negociar con Charlie estas dos cuestiones que eran más vigorosas que cualquier dogma habido y por haber.

Es que, en verdad… ¿qué le podía discutir yo a mi gran amigo Charlie, la persona que pudo convertir la prisión en una escuela? Y no sólo esto: Charlie nos dio cátedra de su vasta sabiduría y su tremenda capacidad para administrarse al ser el creador, justamente, de la revista “Te cuento la Semana”, un semanario epopéyico en el que, desde el penal de Marcos Paz, logró tres objetivos imponderables: uno, mantenernos al tanto de la situación de los Presos Políticos; dos, congeniar con éxito las voluntades de los presos mismos – con lo que esto significa –; y, tres y más importante, mantener viva la llama de la esperanza de todo un contingente de Veteranos de la Guerra contra el Terrorismo al que el enemigo nunca dejó de hostigar.

La otra realidad

Pero Charlie nunca pareció haberse interesado en la manera con que yo solía ponderar su trabajo de entonces, acaso para él otra porfiada idealización mía. Es que si algo le caracterizaba era su – también – innegociable humildad, la cual se fundamentaba, en verdad, por ese menosprecio con que observaba la “realidad común y corriente” y por el valor sincero que le daba a esa “otra realidad”, la espiritual, la que no vemos (o no somos capaces de ver) directamente, pero que está, y es la verdadera, la que trasciende y la misma que nos exige que nuestras actitudes sean como huellas que guíen al otro que viene.

Cómo será esto de cierto que yo, que quizá lo conocí a Charlie tanto como un hijo más, puedo asegurar rotundamente que este Veterano que luchó contra el terrorismo (como Personal Civil de Inteligencia [PCI]), que fue preso por sus “enemigos” de antaño y que, tras recuperar la libertad gracias a las artes del doctor Gonzalo Miño siguió siendo perseguido, tanto él como su familia… En fin, cómo será de cierto que Charlie se rebeló contra la “realidad común” por vocación a la “espiritual” que, a pesar de todos los desprecios que padeció, yo, David Rey, les afirmo y les reafirmo que nunca jamás le oí decir absolutamente ninguna palabra que descalificara nada ni a nadie de todo ese ejército de personas que le prodigó toda clase de maldades siempre que tuvo oportunidad para hacerlo. Increíble. Incluso Charlie logró honestas amistades con personas “del otro bando”, con quienes hasta me animaría a decir que conformó un nuevo frente para luchar contra las actuales vicisitudes en lugar de relamerse con los agrios rencores del pasado.

Es que Charlie más que un soldado fue un guerrero, su área de lucha no se circunscribió a nombres, personas, logros efímeros, caprichos pasajeros; en aquel horizonte portentoso que alumbraba fuerte en su corazón estas cuestiones no asomaban ni como sombras subyacentes. Pero también fue un soldado más que ejemplar (hay que decirlo, también), un verdadero soldado argentino, que nunca se permitió que resabio o engreimiento alguno le distrajera ni un milímetro de aquella dirección que conducía a ese mismo horizonte donde las almas se abrazan en una verdadera comunión de seres humanos plenos que celebran la paz conseguida gracias a las miles de contingencias por las que debe pasar todo luchador de verdad y que se somete, sin quejarse, al designio de un propósito superior.

Sólo sabe Dios cuánto me cuestan estas líneas…

¿Qué pasó, entonces, con Charlie? Pues exactamente lo mismo que venimos contando, y que en el “plano real” puede traducirse como un cáncer de colon que lo llevó a una infección que fue bastante más eficaz que la vana convalecencia que intentó procurarse. Qué explicación tan prosaica, ¿no? ¿Quién podría creerla? Si la verdadera verdad es que mi gran amigo, mi incondicional aliado, mi único camarada de verdad y la persona que me observaba siempre como si él fuera yo… desde siempre tuvo decidido guardarse dentro suyo todo el odio y el desprecio que recibió injustamente en lugar de destilarlo como un potencial veneno. Ésta es la verdad. Tanto sufrimiento dejó también su huella en él.

Tacuara

Un hombre enciclopédico, abogado, padre de cinco hijos, que era profesor de Historia del Derecho en la Universidad Abierta Interamericana y que además dirigía una escuela para adultos… resulta que de un día para el otro pasó a convertirse, por capricho del destino, en un reo que se pasó ocho años de su vida desfilando de penal en penal, seis de los cuales fueron en Marcos Paz. Como miles de Presos Políticos, vio truncado abruptamente su proyecto de vida y debió sufrir en carne propia las infinitas dificultades -de toda índole- que fueron impuestas a su familia, sin que él pudiera hacer nada, encerrado injustamente entre cuatro infames paredes.

Y ese gran país con el que en su mocedad soñó como integrante de Tacuara, esa gran Nación por la que invirtió sus mejores esfuerzos dentro del Ejército Argentino, ese mismo Ejército que adoró y al que se unió como civil para combatir al terrorismo, esa misma gente que hoy vive en libertad dentro de un sistema republicano cuyos valores occidentales fueron defendidos con sangre y sacrificio… En fin, esa misma idea, ese mundo glorioso que se logró “para la posteridad”, terminó dándole la espalda a este buen soldado y lo mandó al calabozo como si fuera un paria, justamente él, que era un hombre de la Patria. ¿Qué le podía discutir yo a Charlie, entonces… cuando él me reprochaba los propios errores que hallaba reflejados en mi pánfilo corazón?

Calidad

Cómo será de cierto todo lo que digo, cómo será de cierta la imponderable calidad humana de Charlie, cómo será de cierto que su alma sobrevolaba las miserias circundantes en función de atender la realidad espiritual, “el otro plano”, como él le llamaba… que, repito, jamás tuvo una palabra de desprecio para con sus carceleros y, habiendo sufrido la peor decepción por la que pueda pasar un soldado, es decir, que su propio pueblo lo desprecie y le de la espalda, Charlie nunca dejó de luchar, de creer y de crecer interiormente para ser de utilidad a la causa nacional a la que nunca dejó de pertenecer. Cómo será de cierto que, conociendo al ser humano como solo un Preso Político puede hacerlo, Charlie nunca dejó de apostar por el prójimo, de lo cual yo soy testigo directo en el sentido de que mi amigo siempre me ofreció sus fortalezas y sus flaquezas para ayudarme a ser mejor persona.

Yo, querido Charlie, he sido muy feliz estos últimos siete años que te tuve de amigo, de aliado y de camarada. Con un guerrero como vos siempre corrí con ventaja: nunca me sentí solo. Todo he procurado aprender de vos. Pero tengo algo para reprocharte, querido amigo, y te lo reprocho con genuina bronca y con todo el corazón. De todo lo que me enseñaste, te falto enseñarme algo. No me enseñaste a ser lo suficientemente valiente para decirte, en la cara, todo lo que te quería y todo lo importante que eras para mí… Sólo sabe Dios cuánto desearía, querido amigo, encontrarte aunque sea en un sueño… y darte ese fuerte abrazo que me duele todo el tiempo.

Quizá, sin embargo, sea ésta la última gran lección que me dejás… para que aprenda, este bruto, de una vez por todas.

Decirte adiós, querido Charlie, sería una deslealtad con aquel horizonte de eternidad donde vivía tu corazón inmenso y profundamente argentino.

Gracias por haberme dado espacio en él. Será hasta la vista, querido Charlie…


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