Escribe: David Rey
¿Querían a una rebelde? Bueno, ahí la tienen: se llama Miriam Lourdes Fernández y es tan rebelde que, lejos de sentirse una “víctima”, se opuso tajantemente a los empaques de los organismos de Derechos Humanos e incluso le ganó un juicio a la organización Madres de Plaza de Mayo para impedir que le cambiaran el apellido. La “nieta recuperada número 127” dice que reconoce a sus padres biológicos, les agradece “la genética”, pero asegura, una y otra vez: “Yo soy Miriam Fernández, nací así, fui criada así y moriré siendo así”.
No obstante, en lugar de estar “en guerra” con los “derechos humanos”, Miriam sostiene una relación de respecto. “Yo los respecto, comprendo su lucha, no la comparto, pero los respeto, y ellos me respetan a mí”, confió a DAVIDREY.com.ar en una entrevista de características inéditas. Un respeto, por cierto, que ella se tuvo que ganar peleando con uñas y dientes. Es que la mujer, además de ser hija de desaparecidos durante la controvertida época de los 70, es también hija adoptiva de Armando Fernández, un expolicía detenido en el marco de los delitos de lesa humanidad, y de Iris Yolanda Luffi, ya fallecida, pero que hoy estaría privada de su libertad igual que su marido. Combo completo, pues: es hija de desaparecidos y de presos políticos al mismo tiempo.
«Es muy doloroso cuando dicen que mi padre es un «apropiador». Es mi padre, le guste a quien le guste, es mi padre, no mi «apropiador»», dijo, y remarcó: «Soy lo que soy gracias a los valores que me inculcaron mis padres». Corría el año 1977 cuando, en medio del fragor de la guerra civil por la que pasó nuestro país, los progenitores de nuestra protagonista fueron eliminados por las fuerzas legales del mismo Estado que ellos habían combatido activamente en calidad de integrantes de Montoneros. Su padre natural se llamaba Carlos “El Tula” Simón Poblete y su madre María del Carmen Moyano, el primero fue el sucesor del jefe de Montoneros en Cuyo -el famoso “Paco” Urondo- y la segunda, además de haber participado en ataques con bombas, con solo quince años fue de los tantos movilizados que participaron de la recordada Masacre de Ezeiza. “Yo jamás hubiera dejado que mi hijo, con esa edad, fuera a Buenos Aires con esos riesgos”, reconoció Miriam con franqueza brutal.
Amar
Ese era el mundo y esa la vida que el destino le tenía preparado a Miriam tras apenas haber sido parida, entonces. Un entorno de odio, resentimiento, miseria espiritual, atraso permanente (en fin, lo que vemos hoy en día). Y una infección en el ombligo que obligó a que Armando Fernández, que la había devuelto a Mendoza -de donde era originaria su extinta madre biológica-, tomara una decisión rápida: o se la daba a cualquiera o la llevaba a un médico para que la curara. Claro que -con el diario del lunes- lo mejor hubiera sido hacer todo “por derecha” y que la bebé fallezca mientras esperaba a que un juez determinara qué hacer y a quién dársela (así, como si fuera una encomienda que rebota de un lugar a otro).
Pero, entonces, no decidió la ruleta de las leyes o de los jueces -en pleno caos, en plena guerra- sino la ley misma del corazón, y la pequeña Miriam terminó peleándole la teta a Federico, su repentino hermano y el bebé de un año y dos meses que ya era el tercer hijo del matrimonio que conformaban Armando e Iris, en la ciudad de Mendoza. Después vendrían dos hermanos más (gemelos), seis en total. “Criar hijos ajenos no creo que sea un gran negocio”, confió Miriam a DAVIDREY.com.ar más resignada que convencida, y porque sólo ella puede ser testigo del monumental acto de amor por el que sus mismos padres eligieron el martirio que les tocó cuarenta años después.
No precisaban un hijo… pero Iris, con 26 años (y tres hijos, entonces), hizo lo que ninguna madre haría: sacarle la teta al propio hijo para que comparta “su” leche con otro de “afuera”. Desatender a los propios hijos para cobijar y darle todo el amor del mundo a una beba hambrienta y con una infección en el ombligo, y que encima venía del bando que quería hacer volar por los aires a su propio marido, como a tantos policías a los que tuvieron que despegar de las paredes con cucharitas. A esto llaman “apropiación” … esos imbéciles. “Agradezco que mi mamá no esté viva”, confió Miriam, entre lágrimas, “porque si no también ella estaría presa”. En rigor, Iris murió a la espera de un fallo que la conminara a completar la larga lista de Presos Políticos Argentinos.
No precisaban un hijo… pero Iris y Armando hicieron exactamente lo mismo que Dios exigía en su momento, como siempre: amar. Más fácil hubiera sido dejarla tirada o que una “guardería” en Cuba o Francia se encarguen de Miriam, pero este mundo hace miles de años que gira porque, a pesar de todo, hay gente que sigue eligiendo amar. No somos una roca estéril en el espacio porque, todavía, hay gente que elige amar, con todas las consecuencias que esto significa.
La lesa humanidad: “Nos mataron en vida”
Miriam ya sabía o sospechaba (lo mismo) que era hija de desaparecidos cuando asistía a los juicios donde condenaban, repetidamente, a su papá adoptivo. “¿Qué sentido tiene condenar veinte veces a una misma persona?”, reflexionó. Es que ella, como miles de familiares de Presos Políticos Argentinos, debió padecer el escarnio que significaba ser familiar de un “genocida”. “Los juicios de lesa humanidad”, dijo, “no me convencieron”. E ilustró el desasosiego de tantos: “Los familiares no tenemos la culpa de lo que les machacaron a nuestros padres. Nosotros, los familiares, durante muchísimos años, fuimos juzgados y prejuzgados por el solo hecho de ser hijos o hijas o familiares de militares. Hasta nos amenazaron. Lo gracioso es que yo sabía quién yo era. Tuve que escuchar que dijeran que yo era «genocida» por llevar sangre de «genocida», justamente. Nos hicieron responsables a los familiares”.
Según nos confió, fue una sorpresa para los organismos de derechos humanos que precisamente ella fuera una de las “nietas recuperadas”, ya que la conocían de haberla visto infinita cantidad de veces, en los juicios mismos, sufriendo el cinismo orgásmico que tanto embriagaba a esa patota de facinerosos, la que clamaba por derechos y garantías al mismo tiempo que los violaban sistemáticamente. «Nos metieron en la bolsa a todos los familiares y nos mataron en vida. No es solamente «los militares»», se lamentó Miriam, que incluso hasta llegó a “escaparse” a Chile con tal de librarse de quienes la acosaban por una pizca de ADN.
Silencio, ¿es salud?
Así como el relato y la actitud de Miriam no es algo que vaya a ser de la simpatía de las orgas derechohumanistas, pues parece que tampoco es algo que suene como música en los oídos de “este lado”. Acaso a este mismo escriba le consta que, en su momento, incluso existió cierto celo hacia nuestra protagonista por considerarla una “infiltrada” o algo así, ni hablar si la mujer repite siempre que ella elije el respeto antes que el odio y el rencor, y que incluso fue en la misma ESMA donde se conmovió ante el relato de cómo fue a parirla su madre biológica.
Pero hay algo más, y que también molesta a los adláteres de ambos lados: la completa independencia de Miriam, es decir, de un criterio absolutamente desentendido de todo axioma o proposición circundante. Miriam cuenta su historia sin el más mínimo interés de agradarle a nadie y, por lo tanto, sobrevolando el protagonismo que algunos pretenden arrogarse en la materia, sean del bando que sean. “Yo misma formé un criterio con respecto a nuestra historia”, afirmó, pero lo que podría joder es que ese criterio no sea el de un observador sino, justamente, el de otra protagonista, nada menos que el de la hija de dos desaparecidos que peleó por mantener el apellido de su papá policía condenado por delitos de lesa humanidad.
Claro que a muchos de los que claman por memoria completa, por verdad histórica y por un destino de concordia, pero que siempre fueron minoría -si es que fueron- en los miserables circos de lesa humanidad les puede «picar» la voz de Miriam, que siempre estuvo ahí… o de los “profesionales” en encontrarle siempre el pelo a la sopa, o de los afanosos desparramadores de artículos de Página 12 siempre que el tema sea pegarle a uno de los nuestros, o de los súper condecorados héroes de Malvinas que se pasan literalmente por el forro de las bolas al camarada injusta e ilegalmente secuestrado “para no mezclar las cosas”, o de los twiteros empedernidos que “no ven” que el actual gobierno está siendo consecuente con la misma injusticia que plasmó el kirchnerismo, o del mismo hijo o familiar de un Preso Político que elige higiénicamente no “meterse con estos temas ya que no hay solución, no exponerse” por su propio padre o abuelo (y por sus propios hijos y nietos)… claro que respecto de Miriam es “más cómodo” desplegar ese manto de enfermizo silencio, y que sea lo que Dios quiera. Parece que muchos se piensan que rezar el Rosario de memoria tiene la propiedad de hacer lo que no hacemos y de ser lo que no somos, como de hacernos pasar por alto que la hija de dos montoneros sabe pelear -y dar la cara- mucho mejor que nosotros.
En fin, claro que el testimonio de Miriam no conviene ni a un bando ni a otro: a unos, los pone en el lugar de los que defienden terroristas, de los terroristas mismos; y a otros, los pone en el lugar que explica inmejorablemente la razón por la cual estamos como estamos en esta inmensa llanura de egos consagrados y llaneros solitarios. “Yo tengo cuatro papás”, dijo Miriam a DAVIDREY.com.ar en una entrevista nunca antes vista. Ella es hija de desaparecidos y le ganó un juicio a Abuelas de Plaza de Mayo para seguir manteniendo el apellido de su papá policía y de una mamá que le sacó la teta a su hermano para dársela a ella, que venía enferma, muerta de hambre y salpicada por toda la mierda hipócrita de este país.
Sabe Miriam Lourdes Fernández mucho mejor que nosotros, como madre que ella es hoy, qué historia contarle a su hijo… y a sus nietos, algún día. Conoce a los dos bandos, hay poco para rescatar, sinceramente. Mejor si les cuenta la historia que ella escriba por sí misma, bien rebelde que ha sido, la suma de todos su cuatro padres juntos.
Ver entrevista a Miriam Fernández:
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