Escribe: Pedro José Güiraldes
Si la masacre de Manchester hubiera ocurrido en la Argentina entre 1973 y 1975, el suicida asesino sería recordado, más de 40 años después, como un héroe, un valiente combatiente integrante de una juventud maravillosa dispuesta a inmolarse por sus ideales y por un mundo mejor.
Tendría, además, una placa con su nombre en el Parque de la Memoria, en los informes de la Secretaría de DD.HH. sería recordado como víctima del terrorismo de Estado y su muerte calificada como una ejecución sumaria, parte de un plan sistemático y genocida.
Sus familiares ya habrían cobrado una indemnización de unos 250.000 dólares. Sus jefes y planificadores de la carnicería humana gozarían de una vida de reconocimiento y riqueza.
Quienes investigaron su muerte y el atentado, desmantelado la red terrorista y combatido a sus cómplices, estarían presos por delitos de lesa humanidad, el del suicida incluido, fueran o no culpables de tales crímenes y atrocidades. Los que les dieron las órdenes de aniquilación, e incluso de exterminio, desde el poder político, estarían hoy impunes.
Y las víctimas del terrorista, tanto muertos y heridos como sus familias, serían olvidadas, escondidas, ignoradas, despreciadas y desaparecidas de la historia.