La desoladora historia de Juana Muñoz: «El dolor cala los huesos»

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Escribe: Juana Rosa Casanovas Muñoz

«MI PADRE» (título original)

José Marcelino Casanovas creció en Tricao Malal, provincia de Neuquén. Hijo de Doña Lucila Casanovas, criancera. Creció sin padre porque éste la abandonó cuando se enteró que estaba embarazada. Luego mi abuela tuvo más hijos. Con poca suerte. Los crió sola. Mujer fuerte y muy creyente, con valores bien definidos. Mujer de PALABRA; muy humana. En su casa se rezaba el rosario todos los días a las 20 h esté quien esté, llueva, nieve o truene. Ella, además de hacer las labores del campo, oraba en cadenas para ayudar, pedir por la sanación de cualquier poblador de por ahí que lo requiriera. Rezaba con mucha Fe. Devota de la Virgen del Carmen, falleció un 16 de julio, en vísperas de la fiesta en su honor. El día anterior había dejado todo listo para celebrar junto a los pobladores cercanos.

Cuando falleció sentí lo que es hacer buen camino en esta vida. Yo fui arriba de una camioneta, en la parte de atrás. Sólo ese tipo de vehículo llegaba por ahí, no hasta la casa. Luego se debía ir a caballo o a pie. La gente salía como las hormigas de diferentes laderas. Las camionetas paraban, la gente subía a acompañar a Doña Lucila. Yo conté 30 camionetas, luego atrás acompañaban pobladores de a caballo, con la china o los chinitos. Yo comprendí lo que era tener una muerte así o mejor dicho una vida, siendo querido y respetado.

A mi padre, siempre al lado de su madre, la vida le dio mucha lucidez, fuerza física, inteligencia. Rápido para aprender, trabajador incansable.

A corta edad, 15 años, tuvo que trabajar por dinero para ayudar a su madre. Él no fue a una escuela como cualquier niño. En el campo, apenas se aprende a caminar, se es útil para las tareas cotidianas.

Había que sembrar, cuidar animales, arriar.

Allí la vida era y sigue siendo dura. En los inviernos los caballos no se ven. Las nevadas son de metro y medio.

Sus primeros trabajos fueron en minas de azufre, trabajo duro e insalubre. Pasó por todo tipo de dolores y cansancio. A los 18 era un Hombre, con mayúscula, hecho y derecho.

Se enamoró de mi madre y pensó en formar una familia. No quería seguir allí. Que sus hijos vivieran lo que él y sus hermanos.

Buscó una oportunidad, entró a la policía. Allí lo obligaron a realizar la primaria. Se destacó. Conservo un cuaderno. Su caligrafía, impecable; aunque nunca logré cambiarle sus modismos campechanos.

Allí, como policía en el pequeño poblado de Tricao, donde había algo parecido a una plaza, un municipio y un pequeño hospital, su función era en ese entonces “juntar borrachos”.

Terminó el sexto grado y construyó una casita en el pueblo de Chos-Malal. Una casita de barro.

Allí crecimos. Tuve una hermana, Lilian, que falleció de una convulsión febril. Yo tenía 4 años, ella 3.

Desde ese día mis padres llevan la tristeza en los ojos. Más tarde me enteré que tuve sarampión al mes y medio. Seguro la contagié.

Sumido en el dolor y ese trabajo que no le gustaba, ya que aquello que otros llamaban “borrachos” que entorpecían la vía pública, en realidad, eran SUS AMIGOS. Amigos que luego del trabajo duro del campo hallaban en la bebida un escape.

Escuchó que en Junín de los Andes reclutaban campesinos como Baqueanos para tareas de pastoreo, guía, en el EJÉRCITO. Presentó papeles, rindió las pruebas y entró.

Poco después, EL GOLPE MILITAR. No tenía instrucción en armas, ni de comando, ni hacía guardias. En esos años el Ejército en esta zona tenía mucho ganado equino. Las recorridas eran más baratas.

Los vehículos que poseían eran los Unimog, que – creo – sólo tenían segunda marcha.

Un día llegó del cuartel triste y preocupado. Yo era una niñita chiquita y curiosa. Antes, los grandes no hablaban delante de los chicos. Pero yo cuando sentía que estaban mal, procuraba saber para cuidarlos (desde el AMOR más puro, uno toma roles que no son los adecuados).

Escuché que viajaría. Mi mamá se puso mal. Él ya había hecho viajes. Lo mandaban a Bariloche a hacer cursos de ski. Sobresalía en condiciones físicas. Representaba al Ejército y al país.

Pero esta vez había energía de guerra. Lo sentía en la sangre. En mi memoria celular ya estaban  escritas. Los padres de mi abuela habían sufrido en Italia las I y II.

Y así fue: salió el 24 de marzo de 1976 y regresó el 9 de Abril del mismo año. Con una misión: llevar ropa y calzado a los militares de allá. Fue con una Unidad. Fue y volvió. Nunca hizo guardias. Ni volvió a ir. Lo siguieron mandando a campeonatos de ski y andinismo. Es Cóndor de Oro. Destacado como compañero. Las mejores notas. Ni un día de arresto, siempre impecable.

En el 75, estuvo en el Aconcagua, volvió llorando. Contaba cómo la gente se apunaba y se tiraba y moría. Los suizos lo adoraban. Les regalaban ropa. Ellos no poseían la indumentaria apropiada, ni siquiera la alimentación adecuada.  Con mochilas pesadas… ¡¡¡Igual en Primer puesto!!!

Mi padre conoce al que fue mi padrino, Don Víctor. Le compró un terreno, en cómodas cuotas, para hacer una casita, esta vez de ladrillos. Se hacían en el mismo cuartel y se vendían.

Nosotros comíamos guisos todos los días. No sabíamos qué era el yogurt o los helados. Mi madre, dulce, inteligente y buena esposa, buscaba la comida balanceada. Un poquito de carne, verduras mixtas y fideos. Hoy la veo completa y valoro eso mismo que antes criticaba.

Tengo callos en los pies porque a mi padre le resultaba difícil cambiarnos el calzado o comprarnos la ropa. No decíamos nada. Habíamos crecido y los dedos no entraban en los mejores zapatos que él y mi madre nos compraban para que duren mucho. Hoy los muestro con orgullo.

Mi padre con los años logró comprarse una bicicleta vieja para ir al cuartel porque nos mudamos al pueblo. Era roja, pesada, sin cambios, obvio. Se levantó a las 5 am siempre. Regaba, tomaba mates y salía. Su trabajo, a 5 kilómetros. A mediodía volvía sólo algunas veces, cuando le daban permiso.

Salía a las 19 h. Llegaba y se cambiaba. Mi mamá le cebaba mates y él pegaba ladrillos. Así tuvimos una casa digna. Todos hasta las 00:00 h. Trabajando, aprendimos a hacer mezcla, a pegar ladrillos, le alcanzábamos los baldes con mezcla.

Para ascender él debía rendir. Nos quedábamos estudiando de madrugada. Él me tomaba lección a mí, yo a él.

Mi padre sacaba 10, yo… 7, 8.

Mi padre se da maña para  todo. Hizo de gasista, electricista, lo que venga. Es práctico.

Hasta que llegaron los Juicios de Lesa Humanidad, cuando llegó una camioneta blanca, tipo SWAT, CON SIRENAS, ENCAPUCHADOS, CON BALAS COLGANDO POR TODOS LADOS, GRANADAS, TODOS DE NEGRO.

Dieron vuelta la casa. Tiraron todo. Todos entramos en pánico, nadie entendía nada, ni tampoco nos explicaron nada. Vivir todo esto, con dos personas adultas mayores, fue y sigue siendo traumático. También había dos mujeres de testigo, alguien dijo que eran docentes. no sé quiénes son. tampoco se supo.

Y se lo llevaron. Le sacaron sus papeles. Le dejaron hacer pis con uno armado en el baño.

Mi hermano menor, llorando, puso llave a los portones, mientras gritaba: “¡A mi papá nadie se lo lleva!”.

Mi mamá, hipertensa, lloraba. Yo llegaba de Neuquén de hacer un curso. Agarré el auto y los seguí al aeropuerto. Allí pedí a gritos verlo, mi hija lloraba. Nos partíamos de dolor.

No entendíamos nada.

Mi papá lloraba.

Preguntaba por qué.

Nadie respondía. Eran órdenes de arriba, me decían.

Dolor, dolor y dolor.

Dolor que cala los huesos.

Así comenzó el calvario.

Mi padre lleva más de 4 años en prisión preventiva.

Estuvo en Bahía, en Roca, en la Pampa, en Zapala, en Neuquén.

La primera vez que fui a verlo me desmayé. Nunca había entrado ni pensado en estar en una cárcel.

Fui a una escuela de María Auxiliadora. A los 11 años quería ser santa, no monja. Amaba y amo tanto a Dios que no concebía la idea de lo malo.

Hoy es normal. No temo, pero sufro por las condiciones en que están.

Tuvo un juicio. El primero, se defendió solo. Quedó absuelto. Esto no les fue suficiente e inventaron otras causas para encarcelar a mi padre y en poco tiempo lo llevaron nuevamente.

Así pasaron los años… y todos nosotros presos. Le dieron un tiempo la domiciliaria. Creo que fue un gran castigo: teníamos un tráiler verde de Gendarmería en la puerta. Nos miraban de día y de noche. En un pueblo chico, esto es como si tuvieran a el más peligroso de los delincuentes. Lloramos y sufrimos. Fue una tortura. Mentiras de por medio… lo volvieron a llevar a la cárcel.

Siete años llevo yo de no dormir, de no poder hacer mi vida. Me toca hacer de pilar, procuro que mi familia no se derrumbe. Entre el trabajo, el hospital y las cárceles pasaron mis días estos años, mis cumpleaños, los de ellos, las Fiestas…

También por acá siempre anduvieron las Madres de Plaza de Mayo levantando bandera. Yo no estoy en su contra, me parece justo que busquen justica. Yo hago lo mismo, pero no estoy de acuerdo que se incluyan a todos los uniformados en una misma bolsa. Ni con los actos escolares en nivel inicial y primario, donde se fomenta el odio a las fuerzas, sin tener en cuenta el daño que se le hace a criaturas que no pueden entender el pasado por su corta edad y que, además, algunos son hijos de hombres y mujeres que trabajan en las fuerzas.

Luego de poner una carta en el diario local, porque a mi padre le robaron el principio de inocencia, me descalificaban, humillaban, me decían “hija de represor” por detrás. Sabotearon mi trabajo. Me cortaron el auto de lado a lado.

En las escuelas los uniformados son terroristas.

Amo mi profesión y me capacito para realizarla de la mejor manera.

Manifesté honestamente mis pensamientos sobre el gremio por la violencia que se genera.

Así y todo, me convocaron para conformar una lista. Hoy estoy en la Secretaría de Formación, porque me interesa que la educación de mi provincia sea de calidad. Pero no soy bien vista.

Pareciera una mezcla entre mi vida y la situación de mi padre. Es así. Una cosa influyó en la otra.

Cuando asumió el Juez Walter López Da Silva me acerqué a él y a su esposa. Le hablé de la situación de mi padre. Viajé hasta Bahía para pedir ayuda. Llevaba documentación que no quiso recibir.

No era el lugar. No tenía muchas opciones. Pero, desde que él está, le pone un año de prisión preventiva y lo renueva. Él sabe que mi padre es inocente.

Pedí ayuda por varios medios. Pero aún sin resultados.

Ahora, pensando en un habeas corpus, se vulneran todos los derechos en la Unidad 9. La última atención psiquiátrica la tuvo en marzo. La atención psicológica, no la tiene. A raíz de esta injusticia comenzó con bruxismo. Se quedó sólo con las raíces dentales. Hice todos los reclamos a la defensoría. Pero la Unidad no posee móvil para hacer los traslados. Es lo que argumentan. El bruxismo, junto con la artrosis, le producen fuertes contracturas en las zonas de cervicales, por ende, no va oxígeno ni sangre al cerebro. Perdió la audición, está perdiendo visión y, lo más serio, es el equilibrio.

Por esto tuvo varios golpes. En uno de ellos se cayó en un desnivel y se lastimó una pierna, desde la rodilla al tobillo. Lo llevaron a sanidad, le dijeron que se ponga hielo, sólo un hematoma.

Después de 5 días la pierna estaba negra y tras tanta queja se lo llevó a un traumatólogo.

El médico no podía creer la mala atención. Le cortó la piel para sacar el pus, desde debajo de la rodilla hasta el tobillo. Lo curaron y lo mandaron a la cárcel.

Él está hipotenso generalmente. Por las cervicales, en el año le tomaron la presión 3 veces. Barrotes de por medio.

Tiene problemas de próstata, está sin medicación.

Le pusieron un audífono. Esto costó tiempo de rogar y rogar. Sacábamos turno y luego no lo llevaban porque no tenían el móvil.

Ahora no puede usarlo porque le lastimó la oreja. No está controlado.

El jueves 28 de diciembre (2017) se vino abajo emocionalmente. Fue notificado vía fax de un embargo por el Juzgado Federal N°1, “Secretaría de Derechos Humanos” de Bahía Blanca, donde le suman causas absurdas, ya que un ser humano no podría estar en dos lugares al mismo tiempo. Esto lo vi en la visita del sábado. No tiene firma del juez, sólo firmó sin sello la secretaria: Anabela Macedo.

Todo es raro, la segunda hoja no tiene sello alguno ni firma.

¿El embargo no debería hacerlo yo? Que le devuelvan la dentadura, los años, mi vida y la de toda mi familia. ¿Qué quieren, esa casita de ladrillo realizada entre todos?

Pero él se puso muy mal emocionalmente. Ya estaba mal. 2017 fue más que duro. Mi madre internada reiteradas veces con problemas cardíacos.

Yo solicité, hice denuncias vía mails a Defensoría de todo lo relatado.

En una oportunidad apareció una forense tomando nota de su dentadura. Pero el Juez da Silva adujo que “está en condiciones de seguir en la cárcel”. Sin juicio. Primero los que tienen causas probables. Los que presume inocentes quedan adentro.

Curiosamente ayer (30/12/17), durante mi visita lo van a buscar, porque aparece un psicólogo.

Un día sábado, en estas “FIESTAS”, muy curioso. Le cuenta que ha venido su hija desde Junín.

El responde que, entonces, no puede atenderlo, que lo hará otro día. Tiene prohibido atender si hay visita. Lo hace firmar y se va.

ESTOY ESCRIBIENDO DESDE EL CORAZÓN. AFUERA HAY FUEGOS ARTIFICIALES. LA GENTE SE JUNTA A CELEBRAR. YO NO PUEDO.

ESTOY OCUPADA.

BUSCO AYUDA.

SERES HUMANOS.

QUIEN ME LEA.

QUIEN ME ESCUCHE.

QUIEN ME AYUDE.

SÍ PEDÍ TRES DESEOS: QUE SALGA LIBRE, SANO, QUE CICATRICEN SUS HERIDAS. QUE DISFRUTE TODOS LOS AÑOS QUE LE QUEDAN JUNTO A SU ESPOSA, MI MADRE.

PODER TENER VIDA YO.

PODER DORMIR.


Periodismo> para periodistas agradece encarecidamente a María Eugenia Prestofelippo por haber gestionado la publicación de esta historia.