La empresa amenazada

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«La debilidad institucional nos hace susceptibles a cualquier tipo de virus».
«Las crisis, hasta el presente, han sido fatales sólo para el socialismo».
«Un sistema capitalista funciona sobre el respeto de los contratos, escritos pero más a menudo implícitos entre el empleador y el empleado, el productor y el consumidor, el Estado y el empresario. Esos apretones de manos invisibles… constituyen la trama cultural de todo capitalismo auténtico».

Guy Sorman (Francia), «El capitalismo y sus enemigos».
TIENE LA GENTE una especial manía en contrastar Estado con empresa, reduciendo significativamente el hecho de que ambas palabras – en el más regular de los casos – comparten la misma esencia. Mientras que la izquierda pondera un Estado “corpulento” que limite las aspiraciones del sector privado, los liberales pregonan por la completa emancipación y la menor injerencia del lente estatal en sus actividades y proyecciones.
En fin, es indispensable para ambos que Estado y empresa sean fríos antónimos antes que – como en rigor lo son – cálidos sinónimos.
     Trataremos de explicarnos el motivo de tal antinomia.
     Resentimiento izquierdista y jactancia empresaria     El resentimiento no es exclusivo de la izquierda, por más que en ella sea más intenso y florido.
La izquierda resentida directamente rechaza de plano el actual estado de cosas (filosofía que constituye su materia prima) y proclama a los variados actores sociales sólo como a víctimas y victimarios. Esta izquierda no conoce circunstancias, carece de profundidad psicológica y sus miras sólo se resumen en un dantesco entremés de buenos y malos. Es un resentimiento patológico, de tratamiento psiquiátrico.

     Es inherente a la idiosincracia del fracasado el recelo hacia la figura del exitoso. Todo argumento ‘izquierdoso’ va en sentido de descalificar el éxito que ellos sólo pueden envidiar. Como es un fracasado no tiene interés en emprender. Como no tiene interés en emprender, obviamente dirigirá sus simpatías hacia un gobierno carente de espíritu emprendedor y que, encima, apunta todos sus misiles hacia los emprendedores, es decir, los empresarios.
La derecha es más elegante en este sentido. No hay víctimas ni victimarios, pero el panorama se tiñe de excusas y representaciones igualmente inservibles.
Suelen los empresarios – baluartes de la derecha – inflar el pecho al momento de describir sus trabajos: “Mientras que la mayoría de las personas prefiere la vida tranquila que proporciona un sueldo fijo, los empresarios elegimos la adrenalina que provoca asumir riesgos, apostar a largo plazo y generar ganancias en el mejor de los casos (idénticos postulados de un Estado serio), suelen decir – casi – sin ruborizarse.
Tan abstraídos se encuentran nuestros superhéroes en sus singulares asuntos, que acaso ignoran que difícilmente exista la persona que vaya a estarse “tranquilo” con su sueldo fijo, toda vez que trabajar para pagarse un estudio o mantener una familia no sólo que es mucho más que arriesgar y apostar a largo plazo, sino que dentro de lo mismo – y por lo mismo – siempre irradiará “NATURALMENTE” la intención de generar ganancias (con excepción de los raros altruistas que trabajan gratis por amor al bolsillo de sus empleadores).
Es fácil para muchos presuntuosos de las ideas liberales tirárselasde tal toda vez que se vive con la tranquilidad de haber nacido con la vaca atada, de arriesgar un céntimo de lo que se heredó y, por lo tanto, de generar riquezas sobre riquezas. De manera que muchas veces nos encontramos con que los declarados paladines de la “empresa” y la “libertad” lejanamente son ejemplo de lo que pregonan. Como en realidad no son ni tan liberales ni tan emprendedores, verán en el Estado un contrincante antes que un socio. El que empezó de abajo, el que en verdad arriesgó y el que ha de cuidar lo poco o mucho que ganó, si bien lamentará – dado el caso – el gobierno de turno, no por eso arderá con una retórica contra el Estado que él mismo integra y que él mismo puede ayudar a mejorar.     Divide y reinarás

     En rigor, la “empresa” está amenazada. Desde la izquierda, sus verdugos de siempre le apuntan con munición gruesa, y desde la derecha la han secuestrado y se haya – prácticamente – desaparecida. Por un lado, la odian; por el otro le temen. Y en el medio, todo un país que se ve obligado a optar por un bando u otro, sin percibir que ese único ESTADO constituye la gran empresa en donde todos somos sus variados accionistas.
Las consecuencias de esta “forzosa” antinomia son, a la larga, monstruosas. Primeramente, se hace bien visible el desprecio de la dirigencia hacia las instituciones, desde la familia al mismísimo Estado. El fantasma de las viscerales contiendas entre unitarios y federales, peronistas y antiperonistas es el que alienta la discordia entre “Estado” y “empresa”. Nos ciega la obsesión por seguir escarbando en busca de motivos para nuestro desencuentro que soluciones para el mismo.
Como un organismo donde falla el sistema inmunológico, la debilidad institucional nos hace susceptibles a todo tipo de virus. Vienen, nos hablan en nuestro mismo idioma, usan nuestros códigos para conmovernos, nos debilitan hasta la languidez y no terminamos siendo más que el derrotero de una naturaleza tibia y enfermiza. La presidente Kirchner, por ejemplo, sale a decir que “los empresarios se han llenado los bolsillos” (con YPF) mientras que por otro lado reivindica “la soberanía recuperada” con la estatización. Nos está tomando por estúpidos: justamente ella es una de las empresarias mejor beneficiadas por las regalías del petróleo que ella misma ayudó a privatizar. Dentro de poco la vamos a sentir ardiendo contra los rancios especuladores que se enriquecieron con el loteo de la Patagonia y contra los inmundos oportunistas que ganaron las elecciones gracias a las valijas del narcotráfico que vinieron desde Venezuela.
     En fin, cae de maduro que distanciando al “Estado” de la “empresa” no se hace otra cosa más que insultar el sentido común de los argentinos. Es como pretendernos hacer creer que el color blanco es antónimo del color claro. La izquierda aplaude sollozante porque es el profundo complejo de inferioridad, disfrazado de gran cosa, lo que predomina en la eventual figuración de un “Estado” picaneando empresarios.
Los superhéroes de derecha, por su parte, chillando al unísono contra el “Estado” y sus estatizaciones, no hacen más que reforzar esa antinomia arbitraria que divide al mundo en buenos y malos, víctimas y victimarios. La vida es compleja, las circunstancias variadas e infinitas, las teorías abismales, inescrutables… Es infantil explicar todos nuestros males porque el “Estado” no da libertad de acción a las empresas. Terrible ignorancia al momento de referenciar al «ESTADO» con el gobierno.
En rigor, sucede que el “Estado” está fallando en su calidad de “empresa” justamente más a falta de injerencia que por predominancia de lo mismo. El Estado tiene que inferir mucho más en la vida de las empresas, aunque por supuesto que no para cercenarles el horizonte sino para todo lo contrario; es propio de un gobierno sin mayores alternativas el hecho de no tener propuestas para los empresarios. En conclusión, si no hay proyecciones conjuntas con el empresario, ¿qué nos queda, entonces, a los ciudadanos comunes y corrientes? ¿Qué nos puede proponer un Estado «flojo de papeles» más que un subsidio, más que adherir a un populismo banana, a una devoción grasa y tercermundista?
     Es hora de que traguemos saliva y que al olvido se vayan todos nuestros peores resabios.  Estado y empresa son sinónimos por la sencilla razón de que el espíritu de lo segundo es lo único que puede movilizar lo primero a resolver las variadas problemáticas de nuestro país. El Estado es el cuerpo de una Nación, y la empresa es el corazón de la misma.
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