Escribe: David Rey
Para el meteorólogo Oscar Monjelat dormir la siesta es religión, de ahí que, cuando lo llamé para proponerle una entrevista, me pidió que pospusiera un poco el horario que le había sugerido para no tener que interrumpirla. Quizá con igual devoción se haya enamorado del lenguaje del cielo cuando era un niño, en Puerto San Martín, a 35 kilómetros de la ciudad de Rosario. De ahí que, luego, la vida lo conminara a estudiar en el Centro de Instrucción Profesional de Aeronáutica en Ezeiza, para egresar como Observador Meteorológico Nacional en 1978 y terminar como Meteorólogo aeronáutico en la Fuerza Aérea hasta el año 91. Luego sería un tipo activo en los medios de comunicación rosarinos, donde era consultado constantemente y donde creó nada menos que un Centro Meteorológico Radial, toda una novedad. Su página web es Caza Tormentas del Sur.
Lo que sí no es cuestión de religión para este hombre son las cosas de la ciencia, es decir, donde el dogma no tiene cabida alguna por más devoción que exista. Porque, como dice, la ciencia implica dudar, debatir, investigar, escuchar distintas versiones… en fin, todo lo contrario a lo que se estila con todas aquellas cuestiones que no sólo que no aceptan discusión alguna sino que todo aquel argumento que no se corresponda con las mismas es silenciado, cuando no denostado o deliberadamente censurado. Lo que ocurre, por ejemplo, con el cacareado asunto del “cambio climático”, el credo de moda por estos días.
Los mandamientos de la nueva religión
Según este mantra, la temperatura del mundo estaría incrementándose sola y exclusivamente por la acción del ser humano, ya sea tanto por la forma con que éste contamina según su estilo de vida como también por el dióxido de carbono que destila a la atmósfera a través de sus fábricas, es decir, “por culpa” del trabajo, nada menos. Los medios masivos de comunicación insisten con que en unos años la temperatura promedio del globo habría de subir hasta unos 4 grados, lo cual no sólo haría irrespirable la vida, sino que, además, ocasionaría el “derretimiento” de los hielos polares, algo que inmediatamente ocasionaría una crecida de los mares y, por tanto, esto terminaría por inundar bastas regiones del planeta.
Para estos fanáticos actuales conducir con tu auto a combustión al trabajo genera dióxido de carbono, es un peligro. También el efecto invernadero se vería dramáticamente excitado por la producción agropecuaria, de modo que trabajar un campo para mover la economía y darle de comer a la gente es también motivo de alarma, y amerita urgentemente cambiar de paradigmas: tal como se insiste, hay que empezar a comer insectos o carne sintética. China, “el máximo contaminador” del mundo, debería, pues, renunciar al capitalismo acendrado que le permitió sacar a más de 800 millones de personas de la miseria y perfilarse como la indiscutida potencia económica que es; y, como este país, todos aquellos que deseen hacer lo propio -generar trabajo, es decir, contaminar- para salir de la pobreza, deberán quedarse estancados en el atraso de siempre, el mismo que permite la hegemonía cultural y comercial de las naciones desde donde “se manda” como en un cuartel.
¿De veras está subiendo la temperatura…?
Oscar Monjelat tiene una visión diferente. Para él no es cierto que el mundo se esté calentando, más bien al contrario: se está enfriando. Y pone de ejemplo que, en virtud de los hielos, dentro de poco Groenlandia e Islandia habrían de “tocarse”, nada menos. En el otro extremo, según un estudio de la Unión Europea de Geociencias (EGU), resulta que la Antártida no sólo que en 2019 recuperó la masa de hielo que habría perdido sino que, además, ahora tiene más que antes (ver noticia AQUÍ). No obstante, Monjelat dijo a DAVIDREY.com.ar que no vendría mal que la temperatura se incrementara en unos grados, ya que mientras que nadie se moriría por lo mismo, por otro lado, provocaría que haya más tierras cultivables en lugares como Canadá o Rusia, es decir, en aquellas regiones cercanas a los polos y que por la inclemencia del clima -el frío, justamente- no es posible el ejercicio de la agricultura. Si subiera la temperatura se podría producir más alimento para las personas.
Para Monjelat, con todo este relato del cambio climático (que pretende acondicionar el estilo de vida de todo el mundo al capricho de “unas diez familias”), “el ser humano se está causando problemas a sí mismo”. En este sentido, advirtió con una preocupante ocurrencia: “Si siguen con la premisa de eliminar el dióxido de carbono, no va a ser necesario ir a Marte. Lo vamos a tener acá”. En rigor, el dióxido de carbono es lo que permite a la atmósfera retener el calor del sol durante las noches (lo que se conoce como efecto invernadero); sin este ingenioso dispositivo de la naturaleza, en ausencia del sol la temperatura descendería siempre a 18 grados bajo cero, algo que haría improbable nuestra existencia.
Según este científico, la contaminación que se le adjudica a China “es insignificante” a la que ocasionaría un volcán activo. Por tanto, Monjelat no tiene ningún estorbo interior al momento de rematar con lo siguiente: “Es de una soberbia impresionante pensar que el ser humano puede poner en peligro al planeta”. En este sentido, el meteorólogo indicó que fueron varias las civilizaciones humanas que desaparecieron como tales, mientras que la Tierra siguió siempre su curso, acorde a su naturaleza. Es que para Monjelat la Tierra es “un ser vivo”, no una roca inerte vagando por el espacio; el planeta tiene ciclos, ha sufrido cambios, se ha adaptado a eventualidades y hasta tiene su propio sistema para liberarse de lo que no le sirve o le molesta, como sería el caso del mentado “agujero de ozono”, es decir, una parte de la atmósfera que suele tornarse más delgada y que luego se regenera y vuelve a la normalidad otra vez.
La obsesión por controlar el clima
Respecto de la pretensión humana por “controlar el clima”, aquí el meteorólogo realizó una corrección: “lo que se puede alterar son las condiciones meteorológicas, no el clima”. Es decir, como ocurrió durante la guerra de Vietnam, lo que se puede lograr es que lluevan 400 milímetros cuando irían a llover 200. A Monjelat le preocupa que, si bien las Naciones Unidas prohibieron que se interceda con el estado del tiempo durante las guerras, lo mismo no se dictaminó para las épocas de paz. En este sentido, el exaeronáutico señaló que solamente Estados Unidos tiene más de 10 mil patentes para poder incidir en las condiciones meteorológicas de una región, como por ejemplo puede ser generar sequía donde falta agua -destruir el aparato productivo de un país. Entre estas “técnicas”, mencionó una que se llama “gestión de la radiación solar por inyección de aerosoles en la estratósfera”, para lo cual queda “absolutamente claro que van a utilizar aviones”, es decir, los famosos chemstrails.
Pero Monjelat no quiere tener la verdad revelada y aclara que todo lo que afirma lo hace en función de conocimientos e investigaciones personales, algo que, lógicamente, puede variar según los acontecimientos y la información que se adquiera. Es que eso, justamente, es la ciencia, y ésa es la ejemplar postura de un científico: estar siempre abierto a lo nuevo, a seguir formándose e informándose, a no “casarse” con ningún credo y a vivir cuestionando, sobre todo lo incuestionable. Como él mismo dijo, estamos de paso por esta vida… y, de los miles de millones de años que tiene la Tierra, nosotros acá no estamos ni siquiera un ratito: no podemos arrogarnos saber todo, y de todo.
Qué diferencia, ¿no? Qué diferencia entre este científico y aquellos otros que cómodamente repiten consignas ajenas, y que así ya están tan cómodos que por nada del mundo quisieran debatir otras posturas, al extremo de permanecer impasibles mientras se comete el atropello de silenciar e incluso denigrar a los propios colegas, justamente, los que piensan distinto, es decir, los que piensan; más claro, los que hacen ciencia y hacen a la ciencia, con preguntas y no con dogmas.
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