El reproche más usual con el que me encuentro, y que seguramente ilustrará a más de uno:
«Vos tenés una mala manera de decir las cosas».
Ese «vos» se refiere a «mí»; es decir, yo.
La experiencia – no obstante – me dicta que muchas veces no sirve hablar bien, ni tampoco hablar mal. ¡Increíblemente!
Si te referís de buen modo, te toman por pelotudo y te pasan por arriba.
Si, por el contrario (cuando ya fracasaron las buenas solicitudes de mi parte), te expresás de mala manera, te miran como a un hijo de puta y, finalmente, también te terminan pasando por arriba.
En fin, créanme: como sea, te terminan pasando por arriba. Son campeones del mundo en ese aspecto. Parecen profesionales… Como sea, pero te terminan pasando por arriba.
Y después resulta que el que «tiene mal modo de decir las cosas» es uno. Y uno no es más que un pobre gil con una paciencia que el mismo Jesucristo tildaría de exagerada, ridícula.
Ay… la gente, y yo. Qué lucha… Empiezo a creer que entre educar a un perro y tratar a mucha gente hay una sola diferencia: en el primer caso alcanza con una sola patada en el culo.