La odisea de Mariana Barberis

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Su padre, el Cabo 1° Marcelo Barberis, Preso Político, realiza huelga de hambre en el Penal de Marcos Paz. «Mi hijo de cuatro años vive toda esta historia como una aventura»


El Cabo 1° Marcelo Barberis ya lleva quince días de huelga de hambre en el Penal de Marcos Paz, donde en calidad de Preso Político solicita a las autoridades que sean considerados los derechos hasta el día de hoy soslayados. Tiene 64 años y múltiples complicaciones de salud, entre lo que se cuenta nada menos que una operación a corazón abierto tras padecer dos infartos en prisión. Está imputados por delitos de Lesa Humanidad, y la única querellante es una persona con la que él, en el pasado, mantuvo una relación sentimental. A cargo de la causa que lo involucra estuvo el juez Daniel Rafecas y, actualmente, el Tribunal Federal Oral 5 (TOF 5).

Su hija, Mariana Barberis, nos comparte un escrito suyo donde ilustra la odisea que ella, como miles de personas, tiene la obligación de padecer para conseguir ver a su padre. Conmueven las innumerables humillaciones que debe tolerar para llegar él junto con su pequeño hijo, quien, como ella contó a DAVIDREY.com.ar, vive todo esto «como una aventura» (puede apreciarse entrevista a Mariana al finalizar este mismo artículo).


“El cumpleaños de papá” – Escribe: Mariana Barberis, hija de Preso Político

Era un 17 de marzo de 2012, el día del cumpleaños de papá. Desde el día anterior había empezado con los preparativos en casa, la torta comprada en la confitería con su ticket de compra para que me permitan entrarla, unos simples de jamón y queso y unas masitas sin relleno que, como excepción por ser su cumpleaños, me permitirían ingresar al Penal. También su agua tónica favorita, una 7up y un agua mineral para mí, ya que estaba cursando mi quinto mes de embarazo y a veces las gaseosas me provocaban nauseas. Además, llevaba unos quesitos saborizados, papitas, platos y vasos de plástico nuevos – comprados para la ocasión -, un mantel verde con florcitas (nuevo también), servilletas de papel y unas fotos mías con panza como regalo de cumpleaños para mi papá.

A las 8 de la mañana salimos de casa con mi marido para emprender el viaje de más de una hora hasta el Penal; por supuesto, el pobre de mi marido cargaba con todo, mientras que yo solo llevaba las medialunas de la panadería favorita de papá, que habíamos comprado en el camino.

Estaba ansiosa, quería pasar un rato especial con él por ser su cumpleaños, quería contarle las novedades de la última ecografía, y las cositas que ya había empezado a comprar; solo deseaba que la requisa fuera “leve” y no destruyeran la torta a cuchillazos para ver si había escondido “algo” debajo de la crema…

Al llegar a la puerta del Penal vimos que estaba lleno de gente. Serían las 10 de la mañana. Me acerqué y me puse a hacer la fila con los pases, documentos y partida en mano. Mi marido esperaba a unos metros, con las bolsas, sin sacarme la vista de encima.

Luego de casi 40 minutos llegó mi turno. Al decirle a la persona que atendía que venía por un cumpleaños, sin darme explicaciones, me dio mi ticket de ingreso y me devolvió el pase de mi marido y me dijo: «Éste no pasa». Pregunté por qué y me contestó: «Solo familiares directos». Le dije que era mi marido, y que había ingresado anteriormente. Pero me contestó: «Son las nuevas normas. Hable con el encargado». Está bien, gracias… le dije.

Fui hasta mi marido y le expliqué: «Dicen que cambiaron las normas, no podés entrar. Dicen que hable con el encargado».

Pensando qué palabras decir, que no sonaran mal, que no ofendieran, que no fueran motivo de sanción injusta para prohibirme la entrada a mí también, nos acercamos a la entrada y pedimos por el encargado.

Una hora y media después apareció el encargado, un hombre joven, alto y con cara de pocos amigos. Ya lo conocíamos, y no era muy amable en sus formas.

Le expliqué lo que me habían dicho, a lo que repitió:

«Son las nuevas normas, solo familiares directos. Él no pasa…».

Está bien, respondí, ya sin ganas de discutir y tragándome las lágrimas… Mi marido, sorprendido igual que yo, no obstante, lo miró e inquirió:

«¿Puedo acompañarla unos metros?  Por las bolsas… están muy pesadas para que las entre ella sola…».

Interior 2

A lo que el guardia contestó:

«Que cargue lo que pueda, si es que quiere entrar. Usted no pasa».

Con una mezcla de bronca, impotencia y dolor, me tragué las lágrimas, agarré lo que pude… y entré. No quería que mi marido se quedara preocupado, así que mientras caminaba, me di vuelta y le hice una sonrisa: “Está todo bien”. Sus ojos, sin embargo, a pesar de los pasos… me miraban preocupados.

No recuerdo cómo fue el ingreso ese día, solo sé que recé y recé, y le pedí a Dios que tanta hostilidad e inhumanidad no le hicieran daño a mi bebé. Le pedí a Dios que mi hijo no naciera en un mundo tan injusto, y que no tuviera que vivir tantas barbaridades. Le pedí que me diera fuerzas para no llorar. Le pedí a Dios que mi papá no advirtiera que yo… terminaba de llorar.

Y así llegué, caminando despacio los 300 metros hasta la entrada. Me ayudó una señora que, por su edad, debe haber hecho tanto esfuerzo como yo.

Preparé la mesa, puse los paquetes, me senté a mirar las fotos y a esperar a mi papá. Al llegar se sorprendió de verme sola, pero luego de un fuerte y prolongado abrazo ambos hicimos como que no pasaba nada… Y pasamos las dos horas de la visita hablando de mi niñez y recuerdos de la suya.

Hoy, cinco años después, debo explicarle a mi hijo que este mundo aún es tanto o más injusto que aquel que lo esperaba al nacer.

Hoy, su abuelo enfermo, diabético, hipertenso, con dos stents y tres bypass en su corazón, lucha junto a muchos otros abuelos, luchan por que se haga justicia, luchan por poder transitar su vejez dignamente junto a su familia, o lo que queda de ellas, con la atención y cuidados que cualquier ser humano merece. Hoy su abuelo se traga sus lágrimas al verlo llegar corriendo, y lo espera ansioso con una manzana roja en sus manos, la cual cortar en tiritas y le da de comer a las ovejas a través de los agujeritos del alambrado del parque del sector de visitas.

Para mi hijo es un gran evento ir a ver a su abuelo, cada visita la vive con ansias y alegría, aunque tenga que esperar para sacar el ticket, aunque tenga que sacarse las zapatillas y levantarse el buzo para que vean que no lleva nada “escondido”, aunque tenga que esperar para tomar el colectivo azul, como le dice él…

No nos van a quitar la perseverancia, la tenacidad, la esperanza y el valor para reclamar por aquello que es justo, eso que nos corresponde. Es nuestro derecho y el de nuestros viejos velar por que sean tratados como humanos, que reciban atención, medicación y cuidados adecuados para cada enfermedad y padecimiento propio de la vejez.

Sí, mi hijo vive en un mundo injusto, pero va a crecer sabiendo que sus padres y su abuelo, tanto como muchos otros hijos, padres y abuelos, nunca dejaron de pelear por que cada día lo fuera un poco menos.


Entrevista a Mariana Barberis: