La odisea del Preso Político Claudio Kussman en primera persona

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Tras 31 días de huelga de hambre, desde la prisión domiciliaria, nos revela detalles escalofriantes de su experiencia en la Unidad Penitenciaria Federal de Ezeiza.


David ReyEscribe: David Rey

El comisario Claudio Alejandro Kussman no tiene pensado, ni remotamente, abandonar la lucha que comenzó el mismísimo día en que se hartó de estar vivo. Como en un carrusel del terror desfilan por su cabeza las cucarachas infaltables, los viejos desahuciados, las perreras infecciosas, la sarna inclaudicable y la sombra más atroz del mundo, es decir, la que se desprende de los muros de la Unidad Penitenciaria Federal de Ezeiza.

Tras 17 meses de encierro, Kussman sin proponérselo dio con la manera de estremecer lo impasible, de llegar donde nadie lo hizo; en fin, ser advertido por la opinión pública. El primero de marzo al mediodía se dijo así mismo que iría a salir de aquel infierno como fuera. “A partir de las 12 horas de hoy comienzo una HUELGA DE HAMBRE en la que suspenderé toda medicación y alimentación”, notificó por carta al Juez Federal de Lomas de Zamora Alberto Santa Marina. 31 días después le sería concedida la prisión domiciliaria.

DAVID REY: ¿Por qué lo metieron preso?

CLAUDIO KUSSMAN: Estuve esperando tres años para ser detenido, desde que en 2011 tomé conocimiento de que me involucraban en una causa, en un destino donde yo nunca había estado. Me presenté a la Justicia y me puse a disposición. Finalmente estuve 17 meses en prisión, en la Unidad Penitenciaria de Ezeiza 31 y el último mes en el Hospital Penitenciario de ese mismo lugar.

Me culparían de haber participado en tres detenciones, un hombre y dos mujeres, en diciembre de 1975. Hay una asociación que hacen de mi nombre; dicen “Bluman”, entonces la Justicia infiere que “Bluman” es Kussman. Una nota que aparece en el año 2011, en que participa el fiscal Abel Córdoba y un periodista de Página 12 llamado Diego Martínez. Entre ellos armaron una historia en la que me involucran y en la que extraordinariamente me dan como muerto.

Es todo muy extraño. En todos esos tres años en que estuve esperando que me detuvieran, para lo cual ya había preparado las valijas, frecuenté abogados y jueces, y todos coincidieron en que si a alguien lo involucraban en alguna de estas causas lo que seguía era el arresto, la prisión y la condena más allá de la mejor defensa con la que se pudiera contar. En muchos casos me recomendaron que me fugara. Yo no quise eso, no tenía por qué hacerlo. Me recomendaron que me fuera del país por lo complejo de estas causas donde no se respetaban los derechos. Pero yo hice oídos sordos; no tenía por qué escapar y esconderme.

A partir del momento en que me detuvieron hubo una serie de irregularidades, como exhibirme esposado a lo largo de todo el hall central del Aeroparque Metropolitano en una caminata fuera de recorrido – no había motivos para lo mismo -. Luego tuve que esperar 18 días para que me indagaran. Me indagó una empleada contratada de la Secretaría de Derechos Humanos, Susana Arrechea. Recién al Juez lo pude ver a los cuatro meses y diez días, y a los cinco meses y diez días recién decretaron mi prisión preventiva. Las indagatorias deben ser tomadas entre las 24 y 48 horas de detención, para mí fueron 18 días; la prisión preventiva debe ser decretada dentro de los 12 días a partir de la indagatoria, para mí fueron 5 meses y un día. Llegué a estar hasta 70 días sin defensor oficial, a pesar de los reclamos que presenté.

Hicimos de todo, pero todo me resultó imposible. Hasta que finalmente mi señora publicó en el diario La Nación, el 31 de marzo, una carta abierta al presidente Macri y a la vicepresidente Michetti.

D.R.: Todas estas cuestiones tienen estrecha relación con la época del 70. Cuál fue su participación en los tiempos de la última Dictadura Cívico-Militar.

C.K.: Yo pasé parte de mi infancia y adolescencia en Bahía Blanca. Entonces era una ciudad de 182 mil habitantes. Mis sueños de adolescente eran ser detective. Sin que nadie en mi familia hubiera tenido ese tipo de actividad entré a la Policía. En el 76 yo tenía 31 años, y ya hacía once años que yo trabajaba en Bahía Blanca como oficial de Policía. Estuve catorce años allí; ya en el año 79 continué prestando servicios en el Gran Buenos Aires. En Bahía Blanca yo era muy conocido.

D.R.: Usted ha dicho que no todos los presos son inocentes, pero no todos son culpables. ¿Quién no es inocente de aquellos que son acusados por crímenes de Lesa Humanidad?

C.K.: Hay dos interpretaciones. Una, sería la estrictamente legal: en este caso podríamos decir que no existieron los delitos de Lesa Humanidad, aunque sí hubo abusos. También podríamos decir que, en base al artículo 18 de la Constitución Nacional, no se puede procesar a nadie por una ley retroactiva. Pero también tenemos la parte moral: aquí tenemos dos grupos o sectores que confrontan. Hubo abusos o asesinatos por un lado, y abusos en la otra parte. Es excesivamente inmoral que se considere que unos fueron “juventud maravillosa” – mientras que mataron a mansalva – y que otros fueron genocidas. La verdad que no me cabe algo tan arbitrario y tan ilegal.

¿Cómo puede ser, por ejemplo, que se considere genocidas a personas que hacía un año que estaban en la fuerza? La labor policial no es fácil, lleva años adaptarse y caminar con algo de seguridad.

D.R.: Su nombre cobró estado público cuando usted llevó adelante una huelga de hambre que duró 31 días. ¿Cuándo y por qué surgió la idea llevar a cabo semejante medida?

C.K.: Porque ya estaba saturado de tanta iniquidad, de tanto abuso no sólo hacia uno sino también hacia las familias. Llegué a la conclusión de que yo salía de una forma o de otra del lugar donde estaba, y decir “basta” a todas las arbitrariedades que exigían estar de rodillas ante un Goliat, tan fuerte y tan ilegal, como lo es la actuación de amplios sectores de la Justicia.

D.R.: ¿Usted piensa que su huelga de hambre ha rendido frutos o ha sido concedida la prisión domiciliaria en virtud de alguna otra cuestión?

C.K.: Yo creo que fue fundamental la carta que publicó mi señora (María Ferreyra) en el diario La Nación, donde se dirigió directamente al presidente Macri y a la vicepresidente. Creo que ahí comenzó el camino.

A lo largo de este tiempo yo he tenido ocho jueces, la mayoría subrogantes; es decir, subrogan por sesenta días y se van. Entonces esto es un carnaval en el Poder Judicial.

D.R.: ¿En qué condiciones higiénicas, sanitarias y humanas se encuentran los Presos Políticos donde estuvo usted?

C.K.: La Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza es de mediana seguridad. Desde el preciso momento en que uno está ilegalmente privado de la libertad, ya la cosa no es normal. Abundancia de cucarachas es parte de lo cotidiano. Lo grave es que haya personas mayores, a veces en muy deplorable estado físico. Lo peor y lo que más impotencia me ha generado ha ocurrido en la Noche Buena del año 2014; yo hacía muy poco que estaba ahí. Yo estaba, entonces, en el pabellón 19 – un espacio de unos treinta y dos metros por diez -, donde hay un montón de camas, mesas para comer y los baños. Todo junto. De la mesa a los excusados hay unos siete metros.

Llegaron esa noche dos personas: uno era un expolicía de la Provincia de Buenos Aires al que le faltaban las dos piernas; el otro era un médico de la misma fuerza quien por haber padecido cáncer no tenía vejiga. A la madrugada, este mismo hombre me despierta – ya que lo habían colocado en una cama junto a la mía -: estaba cubierto con una sábana, orinado en su totalidad; los ventiladores de techo lo hacían temblar por el frío. Allí los únicos que lo pueden atender son los mismos prisioneros; de manera que con dos compañeros más le cambiamos la cama, lo ayudamos a bañarse, se le preparó un té… El hombre pedía que quería morir por lo indigno de su situación. Por no tener vejiga no podía contener la orina, por lo que cada hora y media necesitaba ir al baño; así que nos organizamos los 18 prisioneros de ese pabellón para despertarlo y llevarlo al baño cada hora y media. Este señor ya falleció, pero hay una denuncia penal que realizó la familia y donde yo me ofrecí como testigo.

Con respecto al señor al que le faltaban las dos piernas el problema eran las duchas. En ese momento estaba averiada la válvula que regula la temperatura del agua. Andaba mal, de modo que dejaban escapar agua fría, agua normal y agua hirviendo. Lo sentábamos en una silla plástica y lo poníamos abajo de la ducha, y cuando el agua salía fría o lo iba a quemar, lo retirábamos de la ducha y entonces esperábamos a que el agua volviera a ser normal. Fue dantesca toda esta situación.

D.R.: Me parece increíble lo que usted me está contando. No es dantesco; es infernal.

C.K.: Pero lamentablemente es lo real y lo que no se quiere ver, no se quiere escuchar y no se quiere hablar. Hay una hipocresía absoluta y total. Ahora le voy a contar otra etapa; los últimos treinta días.

Cuando yo comencé la huelga de hambre, me sacan del sector donde yo estaba y me pasan a una celda en el Hospital Penitenciario Central, el cual está dentro de un área de máxima seguridad. Consecuentemente me sacan todos los elementos que yo tenía autorizados; hasta una radio y un reloj. En total éramos unas veinte personas; hay un enfermero por turno, de quienes hay que reconocer que se desviven con su trabajo, al igual que algunos médicos.

A los veinte días de estar ahí me entero que hacía un año que había sarna, a lo que después se sumó una gripe. Todo esto sin contar las infaltables cucarachas. Para evitar contagiarme yo permanecí la mayor cantidad del tiempo adentro de mi celda, con la suerte de contar con una pequeña biblioteca.

A los once días de estar en huelga de hambre recibí a un representante del Ministerio de Justicia que se vino a interiorizar a raíz de la carta que publicara mi mujer en el diario La Nación. Yo hice saber mi situación tanto como la de los otros Presos. Cuando la huelga de hambre fue avanzando yo comencé a perder la estabilidad, para lo cual solicité una silla de ruedas, pero resulta que no había.

D.R.: ¿Qué expectativas tiene usted tanto por usted a partir de la asunción del nuevo gobierno?

C.K.: Nosotros hemos recurrido a ellos, a periodistas y demás. Hemos enviado más de 1270 cartas, inclusive a este gobierno, y no nos han respondido ni una. Hace unos días escuchaba a la gobernadora Vidal decirles a los policías que se comprometieran en la lucha contra el delito, que ellos los iban a respaldar. Me parece que no es así. Soy policía retirado, con mi familia nos hemos dirigido a ellos en reiteradas oportunidades. Luego de tres meses, me contestaron un mail en donde una funcionaria de la gobernación nos dice que esto no es problema de ellos.

D.R.: María Eugenia Vidal, al asumir como gobernadora juró infaltablemente por el hecho de continuar con los juicios por crímenes de Lesa Humanidad. ¿Eso qué le sugiere?

C.K.: Que se está avalando la ilegalidad del gobierno anterior. Se está avalando todo lo realizado. Y lo lamentable es que nadie venga a mirar. Nosotros le hemos reclamado a la Iglesia, a quien sea. Pareciera que está todo perfecto, todo bien.

D.R.: ¿En el plano judicial no se evidencia ningún cambio, no?

C.K.: En estos momentos fíjese que están juzgando a quienes obedecieron órdenes de un gobierno democrático para el Operativo Independencia en Tucumán. Los que mataron al militar Viola y a la hija, son los acusadores.

D.R.: Usted se ha propuesto en su momento realizar una huelga de hambre que ha exasperado mucho a su familia, que ha generado la preocupación de muchas personas. Hoy día, ¿qué propósito tiene?

C.K.: Lamentablemente hay dos partes. Una la parte mía y otra la parte de la Justicia. Yo sé de las dos partes quién fehacientemente está mintiendo. Todo eso me lleva a tener con mi esposa una utopía: reivindicar el nombre, e irme legalmente del país. No queremos ningún tipo de resarcimiento económico,  ningún dinero que puede estar manchado con sangre por el incumplimiento de los poderes del Estado como ha ocurrido acá en Argentina. Hay un montón de gente que ha muerto. Yo pude zafar hoy de estar en el corredor de la muerte y me sentí muy mal viendo esos viejos, muy viejos, que quedaron al lugar. Yo creo que al caído nunca se lo golpea. Siempre rechacé esas imágenes del policía golpeando al que está en el suelo, y eso es lo que se está haciendo hoy.

D.R.: ¿Qué piensa de la sociedad argentina? ¿Qué espera de los argentinos?

C.K.: Yo creo que cada uno de nosotros en nuestra medida nos tenemos que comprometer. Hoy vinieron por mí, pero mañana pueden venir por ustedes. Y si hay indiferencia, van a estar solos. Entonces es lo peor que puede existir cuando se está solo, cuando los poderes del Estado te responden con el silencio, y no sólo los poderes del Estado, cuando la Iglesia no responde, cuando los periodistas no le responden, cuando todos miran para todos lados, es lo peor que puede ocurrir en una sociedad, que pasa a ser un conglomerado de gente.