
Escribe: David Rey
Más allá de que al presidente argentino Javier Milei se lo haya apodado “el Loco”, algunas de sus primeras medidas gubernamentales parecen más bien ajustadas a toda razón o, más significativo aún, a la razón a la que nos hemos desacostumbrado en este país. Esto decimos mientras se están auditando más de 160 mil Planes Potenciar (subsidio estatal) que fueron asignados a personas cuya economía les permitía, por ejemplo, realizar viajes al exterior. Se estima que aquí solamente el despilfarro sería de 10 mil millones de pesos por mes, al tiempo que más de 8500 eran percibidos por empleados públicos.
Pero el verdadero desafío del presidente no radica tanto en pasar “la motosierra” sobre los gastos obscenos del Estado sino en un trabajo un tanto más sutil si se prefiere. Es que veinte años de soportar a los representantes del gobierno más oprobioso de la historia hizo mella en la mentalidad de los argentinos, de ahí que se haya logrado adulterar el sentido común en una escala tan ominosa que las excepciones podrían contarse con los dedos de la mano. En definitiva, el kirchnerismo convirtió a toda Argentina en un país de “planeros”, o con mentalidad “planera”.
Planerismo vergonzante
Podríamos sindicar el inicio de esta manía demagógica cuando el expresidente Néstor Kirchner decidió jubilar a personas que no habían pagado un aporte jubilatorio nunca en su vida. ¿Estuvo mal, pues, pensionar a personas que por diferentes razones trabajaron en la informalidad? Podemos discutirlo, pero lo que sí resulta descabellado fue haber jubilado a personas que no precisaban percibir una jubilación (y que quizá por ello no pagaron aportes), hallándose miles de casos de beneficiarios con buen pasar económico e incluso acaudalados, como el caso de los dueños de propiedades o propietarios de grandes extensiones de campo (como se sabe bien en los pueblos).
Entonces, la metástasis planera advino en concordancia con aquella famosa frase de Víctor Hugo, que reza que “entre un gobierno que hace el mal y un pueblo que lo consiente, hay cierta solidaridad vergonzosa”. El despilfarro clientelista se disfrazó de “justiciero”, de “reivindicador” y de “solidario”, al tiempo que la masa de beneficiarios que aceptó vergonzosamente el circo fue creciendo de modo exponencial al extremo de abarcar, de algún modo u otro, a prácticamente toda la población, si usamos como ejemplo los casos de las tarifas de la electricidad, del gas o del transporte subsidiadas por el Estado. Todo un país subsidiado.
El «planerismo vergonzante», pues, no nació solamente en aquellos barrios humildes o villas miserias donde se repartió planes sociales a doquier sino también en aquella franja de la población -no carenciada- que aceptó el juego del beneficio gratuito o, directamente, del ventajismo eventual, tal es el caso -entre tantos- de los miles de personas que adquirieron Planes Procrear o créditos por el estilo sin una urgencia económica de por medio (y que, en muchos casos, mintieron su situación patrimonial al Estado para lograr su adquisición). Y ojo con una cosa: no es que lo hicieron de «malos», «vivos» o prestidigitadores, sino que la norma que impuso el kirchnerismo fue ésa, la avivada, la «tajadita», el sálvese quién pueda, ¡y guay de aquél que se atreviera a decir algo en contra!
Más acá en el tiempo tenemos los pretendidos retornos que ofrecieron las llamadas billeteras virtuales gubernamentales, y que indiscriminadamente la clase no carenciada utilizó para cualquier cosa menos para comprar alimentos o productos de primera necesidad, tal fuera la naturaleza de este mendaz embrollo “solidario” por parte del Estado, el cual nunca se tomó el trabajo de verificar quién necesitaba o no el auxilio mientras que siempre tuvo la mira puesta en garantizarse los votos, siendo este nefasto “dispositivo” celosamente custodiado por la “vergonzosa solidaridad” de millones de argentinos que se conformaron con chaucha y palito.
Cómodamente arrastrados
De ahí que el verdadero desafío del presidente Milei no redunda tanto en resolver los desaguisados económicos como en enfrentar los 16 años de kirchnerato latentes en la adulterada mentalidad de buena parte de la ciudadanía. El gobierno se ha encontrado con la obligación de restablecer el sentido común en una sociedad acostumbrada a recibir “descuentos” o “beneficios” graciables pero a pagar impuestos hasta por respirar, a exigir boletos estudiantiles gratuitos pero con un iPhone en la mano, a que la boleta de la electricidad esté subsidiada en un ochenta por ciento pero a comer afuera, pegarse un viajecito cada fin de semana largo o utlizar el aire acondicionado hasta con las ventanas abiertas, a ponderar la educación gratuita como el “derecho” más intocable del mundo pero con hijos de 18 años que no saben leer de corrido, a defender a rajatabla el modelo de la salud pública y gratuita mientras peleamos con la obra social porque no nos cubre tal o cual tratamiento en el sanatorio más caro de la ciudad (que al hospital sucio, horrible y lleno de gente pobre… vayan «los negros», que para eso es gratis).
Ciclópea tarea, pues, la de restablecer el sentido común en una sociedad con un nivel de hipocresía de proporciones bíblicas y que, como vemos a menos de un mes de asumido el nuevo gobierno, utilizará cualquier excusa o ardid para intentar la prevalencia de esa forma de vida injusta e inmoral a la que se ha acostumbrado tras veinte, treinta o cuarenta años de populismo y demagogia. Es que tantos años de corrupción lograron realmente alterar el entendimiento de las personas al extremo de que muchas cuestiones directamente las entiendan al revés y que haya que exigir cosas tan básicas como protestar sin impedirle al otro circular libremente (siendo que los planes que reciben o exigen los pagan esos mismos que no quieren dejar ir a trabajar). Y al que le llaman «loco» es a Milei…
Es verdad que el presidente urgentemente tiene que enderezar el barco de la economía. La otra verdad es que los argentinos tenemos que entender que, esta vez, nuestra misión es empujar el barco… en lugar de seguir siendo cómodamente arrastrados. No se construye un país con lo mucho o poco que podemos manguear sino con lo que cada uno de nosotros está dispuesto a dar. Sentido común, en fin.

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