Desde la postura religiosa, naturalmente, no transijo con el aborto. Considero, incluso, que aún antes de nacer y de ser concebidos contamos con propia entidad humana; en la gracia de Dios Padre Todopoderoso el pasado, el presente y el futuro confluyen en un mismo tiempo pleno y maravilloso: la Eternidad. (Las medidas de tiempo sólo representan el devenir del universo a partir del Big Bang [sustraído de «Breve Historia del Tiempo» de Sephen Hawking]; a partir de entonces es lícito fraccionar al tiempo en pasado, presente y futuro. La Eternidad, no obstante, «antecede» a la explosión universal y por lo tanto los protocolos de mediciones humanos son incompatibles al momento de referirla).
Desde una perspectiva política, en rigor, me espanta que cualquiera se crea en el derecho de decidir si tal o cual cosa debe o no existir, sobre todo si la «cosa» resume en la figura de un ser humano. Las políticas deben orientarse a que la sociedad transcurra lo más eficazmente a pesar de las inquietantes sinuosidades del destino. Estimo que sobran recursos políticos en Argentina para atacar al flagelo del aborto desde sus mismas cimientes: trabajo, dignidad y educación. En materia de política, por cierto, no me horroriza tanto el aborto en sí como los «paladines» de dicho crimen. ¿Quiénes son aquellos que están a favor del aborto? Con sus solos nombres ya invitan a la suspicacia; con sus solas caras ya revelan quiénes son, de dónde vienen y qué es lo que quieren.
En lo conscerniente al aspecto social, es una locura que para resolver un problema deba convertirse en asesinos o criminales a las víctimas (no les demos vueltas: anular la vida del feto es matar a una persona por nacer. Sólo una inteligencia enferma es capaz de tergiversar la naturaleza de la profunda entidad humana). El Estado argentino, garante primero de la seguridad de todos y cada uno de los habitantes del suelo que pisamos, debería responsabilizarse «en carne propia» al respecto de la desgraciada suerte que sufran las mujeres víctimas de violación. Yo propongo que las mujeres víctimas de una violación sean contenidas social y psicológicamente antes, durante y después del nacimiento, con opción a «adoptar» al propio hijo nacido (obligadamente deberá nacer) o a darlo de inmediato (sin derecho a arrepentimiento posterior) en adopción a familia competente. Yo no soy magistrado, ni soy genio ni creo ya que luz alguna tenga lugar en mí: pero es una gran vergüenza para nuestro país que un fundamento tan simple como el mío de ninguna manera madure mayoritariamente en los argentinos y sobre todo en la clase dirigencial.
Habiendo tantas cosas por hacer, ¿es razonable que vayamos directamente al hecho de matar? ¿Acaso matar es lo único que sabemos o podemos hacer? ¿Tan poca cosa somos? ¿No podemos ingeniar algo más digno y respetuoso con nuestra condición de seres humanos?
Es mi postura – a esta altura indeleble – al respecto del aborto. Desde los tres «estamentos» principales (religión, política, problemática social) transijo de forma coincidente: NO AL ABORTO.