Newell’s, Central, Franco Díaz y la prepotente mediocridad rosarina

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Escribe: David Rey

Resulta que Franco Díaz, futbolista de reciente incorporación en Newell’s Old Boys de Rosario, podría verse obligado a abandonar dicha institución porque, hace unos días, “apareció” un video en el que bromeaba con ser hincha de Rosario Central, el otro equipo importante de la ciudad y, por ende, clásico rival del primero mencionado. A pesar de que el hombre ya salió a disculparse y a explicar el contexto en el que dijo ser simpatizante “canalla” (básicamente, para que un grupo de inadaptados lo deje transitar con su vehículo, entre los cuales había uno que lo filmó), cada día es más probable, según insisten los medios de comunicación, que el mediocampista tenga que abandonar la ciudad que se jacta de ser “la capital del fútbol”.

Si alguien necesita que se le explique el porqué esta situación resume el grado de primitivismo moral e intelectual que aqueja a la ciudad de Rosario, pues que deje de leer este artículo acá mismo y se dedique a seguir pelando bananas en la palmera mental de su vida. Pero, por si esto no fuera poco, por si faltara un poco más de bestialidad para terminar de colorear la inopia cultural y educativa de estos lares, lo tenemos al “prestigioso” periodista Pablo Gavira, que acaba de escribir un artículo en Rosario3 prácticamente ponderando la decisión de aquellas personas que obligan al futbolista a tener que irse de Newell’s. “Franco Díaz, y el pecado de equivocarse en el fútbol”, tituló su mendaz artículo editorial.

Para el periodista, “Rosario es capital del fútbol. La pasión, el amor, el folclore que se vive en estos lares no se palpita en ningún rincón del país y eso conlleva cosas buenas y malas”. Por si hiciera falta condimentar un poco más esta estupidez, Gavira vaticinó: “Hoy ya está definido el futuro de un jugador que ni siquiera es hincha de Newell’s, que no nació en Rosario y a quien se imponen reglas que son muy nuestras, que no todos interpretan cuando llegan a la ciudad”. Bueno, gracias a artículos como el de Gavira, todo aquél que visite nuestra ciudad puede interpretar tranquilamente que ésta es una ciudad de retrasados mentales, es decir, de infradotados que anteponen al fútbol -una cuestión secundaria, accesoria, de mero entretenimiento- por sobre el resto de aspectos esenciales de la vida, más aún en una ciudad como Rosario, avasallada por “mutantes” con la misma mentalidad que Gavira y casi que todo el paupérrimo mundillo mediático local.

Hace muy poco, tras finalizar otro de los tantos aburridísimos y -por tanto- vergonzantes clásicos rosarinos, Ivana Garcilazo falleció tras recibir un piedrazo en la cabeza en momentos en que regresaba a su casa, después de haber ido a la cancha. Por si no fuera suficiente esta salvajada, resulta que dos de los imbéciles que arrojaban piedras a los simpatizantes de Central, eran nada menos que docentes (uno de ellos, increíblemente prófugo hasta el día de hoy). Sí, docentes. Ya puede el lector imaginarse que cuando hago mención del grado de involución humana de esta ciudad no estoy siendo despectivo, sino que sólo me remito a una descripción de la realidad lo más exacta posible.

Rosario no es la capital del fútbol, es la capital de los idiotas. Rosario es una ciudad absolutamente sumida en una mediocridad tan, pero tan acuciante como para que el fútbol haya sido colocado en el pináculo de lo más importante, lo urgente, lo vital, a pesar de que sus dos principales equipos sean siempre el hazmerreír de toda Argentina. Hoy día sería improbable que un jugador que haya jugado en Newell’s sea contratado por Central, o viceversa, como sí ocurrió en el pasado un montón de veces. La remera, los colores, la “romantizada hinchada” (siempre dirigida por una manga de matones narcotraficantes) ha reemplazado toda esa secuencia de valores humanos que posibilitan el buen curso de la vida en sociedad. El rosarino profundo y arquetípico de hoy, el que se deduce de estas líneas, es un troglodita que puede llegar a sufrir más la derrota en un clásico que la muerte de un hijo (y, debo aclarar, no estoy exagerando).

Por eso que me choca y me resulta una trompada en el estómago cuando Gavira dice lo que muchos piensan acá, y que se enorgullecen de lo mismo: “Rosario es capital del fútbol. La pasión, el amor, el folclore que se vive…”. ¿De qué pasión y de qué amor me habla este muchacho? ¿Acaso no sería más apasionante educar a nuestros hijos para que esta ciudad pueda salirse algún día de la cloaca moral en que está metida…? ¿Acaso no sería más amoroso descubrir y neutralizar nuestras fallas y limitaciones para regalarles un mejor ejemplo a los que nos están mirando, es decir, los que han de ser los futuros adultos? ¿Realmente quisiéramos que sean como nosotros?

¿Y de qué “folclore” nos habla esta Gavira? ¿El folclore de seguir “alentando” como imbéciles a días de que mataron de un piedrazo a una mujer por culpa de lo imbéciles que somos todos acá y mientras todavía sigue prófugo uno de los asesinos? En fin, estas líneas no son para “pegarle” a Gavira sino a toda esa bazofia vergonzante que representa con sus pueriles expresiones, y que resultan el doble de vergonzantes y pueriles al ser emanadas no sólo desde la prensa misma, sino que, por colmo, han sido plasmadas en el medio más “importante” de la ciudad de Rosario (todo lo cual explica la situación de violencia e indolencia que vivimos actualmente).

La absurda situación que hoy vive Franco Díaz, por simplemente haber hecho una broma, debería llamarnos la atención y hacernos pensar respecto tanto de la ciudad que queremos para nosotros como de la “marca ciudad” que quisiéramos proyectar al mundo. Hoy somos una ciudad donde los clásicos hace años que ya no se juegan con público visitante (¿esto es pasión, amor y folclore?) y donde “ser hincha” de Central o de Newell’s ocupa el lugar de profesar una religión. ¡Qué estupidez! Pero hay algo más significativo que la patotera realidad de jugar sin público visitante: así como nos despreciamos entre nosotros, ASÍ NOS DESPRECIAN POR FUERA DE ROSARIO. Nosotros no nos queremos entre nosotros por culpa de una estúpida remera; pero, afuera, no nos quieren porque ya saben cómo somos nosotros.

Una pena que no sean los mismos clubes rosarinos los que salgan a respaldar a Franco Díaz, peor aún que no sean los mismos jugadores que, entremezclados, abrazados y con las remeras intercambiadas, salgan a mostrarle al país que lo más lindo del mundo es haber sido elegidos para representar esta ciudad. Tanto la prensa rosarina (si estrictamente existe tal cosa) como el resto de las instituciones locales, en lugar de ahondar esta ridícula “grieta” entre rosarinos deberían hacer lo propio por abonar en la dirección contraria, la correcta, la que une a las personas y la que nos invita a hacer lo propio por lograr una mejor Rosario, donde todos pateamos para el mismo equipo. Más en el fútbol que, como deporte en sí, debería alentar a los chicos a divertirse más, a aprender a ser mejores deportistas y a estar más incentivados para enfrentar los futuros desafíos de la vida. El fútbol no tiene que ser una guerra sino un refugio donde las personas encuentren lo valioso que significa contar con el otro, un aliado en la vida mucho antes que un adversario.

Nada valdría tanto como un humilde ejemplo para aplacar tanta prepotente mediocridad. Rosario no precisa ser capital de nada, nunca lo precisó. Rosario tiene que volver a ser de los rosarinos. El resto es bienvenido, estamos para darles lo mejor de nosotros.


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