Permiso para odiar

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Escribe: David Rey

Un amigo, que conocí el 25 de Mayo pasado en momentos en que fuimos al Monumento Nacional a la Bandera a escuchar a un grupo de médicos ofrecer su punto de vista respecto de la pretendida pandemia (y donde, por lo mismo, una treintena de personas resultamos ilegalmente privadas de nuestra libertad), hoy me mostró un audio que le mandó un “ex” cliente. Se los transcribo a continuación:

“Hola, Leandro… buen día, ¿cómo estás? Sí, sí… acabo de llamar y pedí hablar con otro asesor, no con vos, pero no por una cuestión de mal asesoramiento; en ningún momento dije eso. Ya que estás, te voy a ser totalmente sincero: te vi en la «marcha anticuarentena» y la verdad que no me gustó. Por eso no quiero seguir realizando el trámite con vos. Sinceramente, es eso. No tiene que ver con una cuestión de asesoramiento, absolutamente para nada. Tiene que ver con una cuestión «personal», sí «sobre gustos, claramente». Así que bueno… te dejo un saludo y gracias”.

¿Qué es lo que generalmente piensa una persona cuando, en un titular, lee que a una joven no la dejan a entrar a un boliche porque es gorda o que hacen lo mismo porque no estás bien vestido? Ok, es lo mismo que hace el ex cliente de Leandro, quien tres veces aclara que no lo discrimina por “mal asesoramiento” y que recalca que lo hace debido a una “cuestión personal, sobre gustos”.

Pues bien… ¿qué es lo que diferencia a un odiador (el que te impide la entrada a un boliche por gorda) de otro (al que no le temblaría el pulso para dejarte sin trabajo “por una cuestión de gustos”)? Que sobre el primero pesaría de inmediato la condena social, esta a su vez reforzada por todo un tratamiento informativo abundante en titulares enormes, fotografías espectaculares y bastas discusiones por televisión, radio y redes sociales todas tendientes a remarcar la salvaje injusticia en torno a un inenarrable hecho de discriminación. Si el causante de tamaña afrenta tiene la suficiente fuerza como para no irse del país o suicidarse, de seguro que no solo no volverá a discriminar a alguien por gorda… sino que quizá -para remediar su falta- hasta se case con una, o con dos.

Y respecto del otro imbécil que discriminó FEHACIENTEMENTE a una persona por haber ido a una “marcha anticuarentena” … solo estoy yo, que me enteré de rebote, tratando de explicarme por qué pasan las cosas que pasan… y qué nos depara una realidad donde estas cosas tengan lugar. Acá no hay titulares de novela, ni fotos dantescas, ni tampoco una modelito raquítica ultra operada y con el escote hasta el ombligo recriminando por televisión lo salvajes que han sido con la gorda con la que hace todo esfuerzo por no parecerse, o con Leandro.

Es que la persona que llamó a la empresa para pedir que lo atienda otro asesor… en realidad, es un pobre imbécil (según la RAE, “tonto o falto de inteligencia”). Él no ha decidido nada… ni tiene capacidad de hacerlo. Porque si este imbécil supiera o sospechara la condena social que le cabría por el disparatado acto de DISCRIMINACIÓN que acaba de llevar a cabo, de seguro que se remordería de alguna otra forma… pero por supuesto que jamás actuaría con tanta impunidad.

¿Cuál es el rencor que mueve a este imbécil y, pues, dónde encuentra la “legitimidad” para actuar así?

El rencor es, aquí, tan solo el gruñir de la envidia, aquel fascinante narcótico que apaga los sentidos y aviva la malicia, acaso la visceral fuerza que, en el imbécil, ocupa el lugar del amor propio. Como bien me dijo una persona a la que consulté sobre esto: “Por un lado están los seguidores de los protocolos, la gente asustada, la gente estresada, la gente que está vibrando bajo, y por otro lado están ustedes. Y a mucha gente sus actitudes les molesta. Pero no les molesta, en realidad, lo que hacen… Les molesta que tengan el valor para hacerlo, y que ellos puedan ver su reflejo en ustedes, porque ven justamente lo débil y equivocados que están, y la falta de coraje que ellos tienen respecto de asumir la situación. No hay peor cosa para cualquier persona que ver en el otro la libertad que vos tenés miedo de conseguir”.

Pero ese imbécil, en su calidad de tal, tiene su “externa motivación”, la que lo “avala” y “congratula”. Esto es, pues, la única ventana por la que mira el imbécil, es decir, la televisión -por extensión, los medios masivos de desinformación.

En rigor, ese 25 de Mayo de 2021, donde fuimos injusta, desproporcionada e ilegalmente reprimidos y arrestados por la policía en el Monumento Nacional a la Bandera, esos mismos medios de comunicación que desde toda la vida se la pasaron reprobando el “accionar policial” donde sea que tuviera lugar (ya sea en los años 70, ya sea en la actualidad), los mismos medios que siempre idealizaron desde terroristas a delincuentes menores, son precisamente los mismos -los mismos- que aprobaron, aplaudieron y felicitaron la brutal represión contra personas que fueron detenidas, justamente, por pensar distinto. Así de simple.

Además de esto, son los mismos medios -en gran medida financiados por farmacéuticas y demás espurias corporaciones- que sin descanso alguno insisten, insisten e insisten con que antes no se moría la gente y que ahora sí, por culpa de ese coronavirus maldito que nos obliga a tener que usar bozal y mirarnos con desconfianza entre todos nosotros, ¡porque tenemos que cuidarnos entre todos!

Los mismos medios capaz de armarte un cuento de hadas con el “Kiko de Zona Sur”, son los mismos que idearon toda una película de terror donde justamente nosotros venimos a ocupar el lugar de los malvados hollywoodenses, los perversos que se juntaron en el Monumento “para enfermar a la gente” (más allá de que ninguno de todos nosotros haya desarrollado ni el más mínimo síntoma, innecesaria aclaración) y que fueron “justamente” REPRIMIDOS por las fuerzas “del orden” (las otrora repugnantes integrantes de aquel “plan sistemático de represión, desaparición, masticamiento caníbal grupal…”).

Y los medios así están todo el día. Todos los días. “666 muertes en Uganda”, “666 casos en Sri Lanka”, “666 contagiados en Punta Canabria”, “666 nuevos fallecidos Acacia del Norte”, “666 estornudos sospechosos en Alkaska Subtropical”  … Y, cuando queda un espacio entre tanta mortandad ininterrumpida, se las agarran con los oscuros, maléficos y perniciosos “negacionistas”, “antivacunas”, “terraplanistas” y “superhijosdeputistas” culpables de todos los males del mundo: es decir, nosotros.  

El imbécil no sabe si el vecino tose o tiene diarrea, solo escucha lo mismo que ve en los medios: ruido, y el ruido lo atosiga. El ruido le hace buscar su propio canal de escapatoria, su propia liberación, su propia desesperada contribución a la causa a la que quiere (necesita) pertenecer (los imbéciles necesitan pertenecer a algo, algo grande, mayoritario, incontable, indemostrable…). Y llega, pues, la ocasión salvaguardadora: “No tiene que ver con una cuestión de asesoramiento, absolutamente para nada. Tiene que ver con una cuestión «personal», sí «sobre gustos, claramente»”.

El imbécil sabe que Rosario3, La Capital y las demás patrañas periodísticas locales, en lugar de amonestarlo por ser una basura discriminadora, realmente un hijo de puta que llama a la empresa para ensuciarte en lugar de hablar con vos primero, lo pondrían en un pedestal junto con el “Kiko, la coca y el pupu”, sus adláteres morales, sus ideales consagratorios. El imbécil no decide nada… ya decidieron por él. El imbécil solo hace caso, es su misión, su sagrado deber, su ideal. En fin, el imbécil sabe que, gracias a los medios masivos de desinformación, cuenta -esta vez- con permiso para odiar. Se lo dan todos los días. “Así que bueno… te dejo un saludo y gracias”.