Persecución ideológica en la Universidad Nacional de Rosario, y contra una mujer

2007

Escribe: David Rey

A la doctora Silvia Malfesi la tenían en la mira, está claro, y la esperaban pacientemente, lo mismo que una sierpe sigilosa aguarda el paso de su presa anhelada. Profesora de Derecho Constitucional, Derecho Administrativo e Instituciones del Derecho Público y Privado en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), esta mujer reúne dos condiciones imperdonables: la fuerza y el carácter que la llevan a prescindir de cuanta pantomima exista para idiotizar y dominar a las personas. Hay que bajarla.

Al menos esto es lo que piensa el llamado “Área de Género” de la institución donde imparte clases desde hace más de 27 años. Le mandaron un mensaje: «Nos comunicamos con usted en su carácter de titular de la cátedra de Derecho Constitucional y Administrativo porque nos han llegado consultas de personas de nuestra comunidad académica que manifiestan una preocupación respecto a los estereotipos de género y belleza presentes en un ejemplo utilizado en el material de estudio de la materia» (sic).

El caso es que la doctora Malfesi utilizó el siguiente ejemplo para explicar a sus alumnos qué es lo que se entiende por “presunción de legitimidad” (como en la Alemania nazi o la Cuba de los Castro, se presume “legítimo” todo cuanto emane del mismísimo Estado; no se discute, se acepta):

«Yo tengo una amiga tan fea… que cuando me pregunta si es bella, le digo: «tenés un corazón de oro»”. A mí, en la entrevista que me concedió, luego me explicaría: “Todos en la clase se ríen con este ejemplo. La ironía quiere significar que, si algo notoriamente no es lo que se presume, la presunción cae. No estoy diciendo qué es la belleza ni la fealdad, solamente hablo de una presunción de belleza femenina».

Pero quizá la metafísica cuántica pueda explicar algún día el enroque mental que padecen los burócratas “de género” para advertir una ofensa en estas palabras. Le han dicho, pues, que «el ejemplo utilizado refuerza estereotipos de género que discriminan a las personas y, particularmente, a las mujeres que no encajan en dichos estereotipos. En particular, minusvalora a las mujeres que no encajan dentro de ese estereotipo construido y promueve una visión no igualitaria de las personas» (sic). De este modo, a la profe, la ponían en penitencia.

«Me dijeron que yo estaba creando un estereotipo. Pero, como les dije, el estereotipo va en contra de una presunción ya que el primero es una idea dura, que no cambia… y yo hablo de una presunción que puede caer. Son cosas muy distintas», me diría a mí en la entrevista que le hice.

El caso es que la doctora Malfesi habló de “presunción de belleza” (algo que se presume por bello, pues, y que, dado el caso, puede no serlo), ¿y qué sabemos nosotros cómo se compone esa -falsa o verdadera- belleza a la ella hace referencia? ¿Acaso Malfesi habló de que esa belleza necesariamente debería encajar dentro de algún estereotipo? De hecho, son las mismas burócratas “de género” las que contaminan el ejemplo de la profesora con vaya uno a saber qué estereotipo en particular.

Winston Churchill se refirió, alguna vez, respecto del caldo espiritual que moviliza a los “de-generados” de hoy día: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”. En rigor, estos burócratas trasnochados todo lo ven (y, ergo, interpretan) según la lente macilenta de su asfixiante pequeñez. No solo que todo lo ven torcido, sino que, además, todo lo tuercen para acomodarlo a la perniciosa idea que tienen de lo que les rodea y de lo que ocurre.

Puede, empero, parecer un hecho menor, acaso una mera discusión semántica o retórica (aunque claro que las personas que denuncian a Malfesi demuestran carecer de calidad para una charla de este nivel de sutileza), pero no deja de ser -y esto es lo preocupante- una señal contundente del hostigamiento y la persecución que los docentes argentinos se aprestan a padecer con “el ojo del Gran Hermano” siguiéndolos a todas partes. Es señal de que la sociedad debe reaccionar de alguna vez por todas antes de terminar rodeados por los barrotes con los que sueñan… aquellos que no aprendieron a soñar.

Por su parte, la doctora Malfesi no es mujer que precise que alguien le diga cómo tiene que pensar o qué tiene que decir, sea este hombre, mujer, extraterrestre o alguno de esos incontables adefesios que componen el vasto escaparate de “géneros” que abonan el nuevo catecismo de izquierda. Y, más despierta que cualquiera, sabe que en su ejemplo de presunción de belleza no es la belleza misma lo que molesta sino la “presunción de legitimidad” que trae a recuento; sencillamente está diciendo que por más que algo que provenga del Estado (indiscutible, para los parásitos que viven de la succión estatal), esto no quiere decir que sea legítimo.

Y no se va a quedar callada, claro (qué mujer se queda callada, alguna vez). Me ha dicho: «Yo disto mucho de lo que actualmente se entiende por ideología de género, tras estudiarlo. Desde mi punto de vista, no se logra la igualdad a través de normas coactivas. Por ejemplo, el «cupo femenino», en mi criterio, desprestigia a la mujer». Y sigue, sin pudor: «Yo considero que todo lo que es área de género no debería existir porque ya existen los cauces procesales idóneos para que una persona que se sienta lesionada vaya, se presente y lo haga. En el fondo yo creo que esto, quizás, tiene la finalidad de imponer una ideología. No valorizan a la mujer, al contrario; la desvalorizan por completo».

Por si fuera poco, la doctora Malfesi, asesta el golpe letal: «Cada uno, con su trabajo digno, su esfuerzo, su sacrificio, con la competencia -que no es mala palabra- se gana su lugar. No se necesita de ninguna norma coactiva para ubicarse. La ideología de género es un disparate que va en contra de la misma igualdad, la termina lesionando».

En fin… de soslayo y bien disimuladas, la estaban esperando, más que evidente. Sabían que en algún momento tendrían la ocasión de caerles encima, a esta… que se vale por sí misma y que pone en duda lo que dice el señorísimo Estado (¿quién se cree que es?). El caso es que cuando una mujer pone el corazón primero, hasta el mismo Carlomagno se reduce a una mera caricatura. Seguirán, pues, las sierpes, reptando lentas y sigilosas… tienen que asegurar el suelo donde se arrastran. La doctora Silvia Malfesi, como un águila, las mira desde arriba, está en otra cosa. Ella vuela en libertad.