¿Por qué yo, hombre, celebro el Día de la Mujer?

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Escribe: David Rey

Me pregunto si, a esta altura, sirve de algo que yo hable respecto de “las mujeres”, de lo que yo pienso que es, en realidad, una mujer. Siendo que todo… “ha cambiado”. Pero haremos el intento.

El caso es que yo no nací demasiado bien… y siempre tuve problemas de conducta en el colegio. Donde sea que fuera, tenía problemas de conducta. Hasta en el Catecismo, con solo decir que tuve que tomar la Comunión con un grupo alternativo porque me habían “expulsado” de mi grupo original. Era un chico inquieto, sumamente travieso, que gustaba de irritar a los maestros y, pues, entretener a mi alrededor. Un payaso malévolo. Realmente era malo, un insoportable.

La palabra “expulsión” siempre fue una constante en mi vida. Y porque me querían “expulsar” de todos lados. Es que yo siempre hice lo propio para estar al límite, claro. Así me ocurrió cuando tenía catorce o quince años, y cursaba el colegio secundario, en Chañar Ladeado. Ya, para mitad de año, “atesoraba” yo nada menos que 24 amonestaciones de un total “tolerable” de 25. Una amonestación más… y chau “Deivid”.

Pero mi naturaleza era más fuerte que yo… y claro que me la volví a mandar. Fue en la clase de Inglés, con mi profesora Susana. No recuerdo qué hice o qué dije… Bah, sí que lo recuerdo, pero no sería saludable mencionarlo ahora. Y Susana… que ya para ese entonces me venía soportando varias, no dudó: “Tenés dos amonestaciones”, me dijo. Se estilaba amonestar de a dos cuando la falta era más grave de lo corriente.

Ergo, ya estaba afuera. Nada menos que expulsado. Me esperaba, entonces, un destino incierto… sin futuro, quizás. Como el de tantos…

Pero el caso es que la que me había expulsado era Susana, la profe de Inglés, ¡más buena…! Susana era tan buena que solamente yo la podía poner mala, y lo logré. Pero no, no lo logré. Yo no podía con mi naturaleza y tampoco la profe pudo con la suya, la de maestra, la de madre y la de mujer.

Sin ser yo un alumno brillante, era entonces el más leído del curso, el que “escribía” como “escritor” (sin mirar el teclado -de la máquina de escribir) y del que se podía conversar sobre temas de literatura, historia, política. Era una ‘bad boy’ con algo de biblioteca encima… Un idealista que se aburría fácilmente, y se portaba mal. En suma, un bueno para nada… al que lo único que le faltaba era que lo echen de la escuela para comenzar a desandar el camino de la exclusión, el resentimiento, las malas compañías, la delincuencia, las drogas, la absoluta soledad de todo ser que se apaga en la incomprensión.

Pero Susana tuvo eso que no todos tienen: el coraje de anteponer la “ciencia” del corazón a la ciencia propiamente dicha. Siendo yo un incorregible completo al que ya habían perdonado la vida infinidad de veces, ¿qué nuevo perdón podría salvarme del oscuro camino que me esperaba si era expulsado del colegio secundario? Aunque no todo el mundo esté de acuerdo con la profe de Inglés, ella misma decidió anular las dos amonestaciones que me había puesto por mi inconfesable falta en su clase. Quizá la lente de su corazón la llevó a ver que yo… en realidad, necesitaba una oportunidad más, y que todo lo que hacía de mal en mi vida era, precisamente, para encontrar ese baño de amor que me faltaba, y que solo ella tenía para brindarme.

Eso es lo que es… UNA MUJER. Aquella persona capaz de sacrificar la lógica misma de las cosas porque su naturaleza la insta profundamente a estar más allá de lo ordinario, de las decisiones duras, de las cuestiones necesarias y de todo aquello cuyo trasfondo resulta irrelevante. No se trata de perdonar porque sí (¡esto es una grave estupidez!); se trata de perdonar porque TIENE SENTIDO el perdón, más allá de que desafíe o directamente contradiga todo lo establecido. Perdonar aunque duela, perdonar porque duele y perdonar para que duela.

Si Susana, la profe, no me hubiera perdonado entonces… difícilmente hoy estaría yo, aquí, escribiendo cómodamente en un teclado mucho menos ruidoso que los de entonces, cuando me “destacaba” porque escribía sin mirar, porque hablaba de libros y porque exponía mis ideales con toda la fuerza del alma.

Si no me hubiera dado OTRA OPORTUNIDAD (del millón que les debo a TODAS MIS MAESTRAS sin excepción), hoy sería un poco más bruto todavía de lo que soy. Pero lo cierto es que no hubiera terminado el colegio secundario, no hubiera sostenido el objetivo -contra viento y marea- de regresar a mi ciudad natal y no hubiera logrado el sueño -contra ochocientos tornados- de recibirme de periodista… y ejercer como tal, y tener mi página web… ¡y hasta de ser censurado por todas las redes sociales por mi trabajo!

¿Por qué yo, hombre, celebro el Día de la Mujer? ¡Y cómo no lo voy a celebrar! Si la Fe es facultad de ver en la oscuridad, el amor de las mujeres es la fuerza que nos anima inundarnos donde se termina la luz.

Susana es, sin embargo, solo una de todas las mujeres a las que le debo la vida, ojo. La experiencia me ha enseñado que siempre que uno está en la lona… siempre, pero siempre… hay una mujer que te saca como a un pájaro embarrado, te quita la mugre de unos bofetazos y te manda de una patada a seguir peleando como el hombre como sos.

Debo esta reflexión, en el Día de la Mujer, a una profe de Inglés, Susana… ¡más buena…! Dato de color, terminé casado con una profesora de Inglés, ¡más mala…!

En fin, bromas aparte… les aseguro que cada 8 de Marzo, tengo ardientes razones para celebrar junto a todo ser bien formado EL DÍA DE LA MUJER. Debieran ser todos los días del año, porque el mundo cada día necesita más de eso… que solo tienen las mujeres cuando todo el mundo lo descarta: CORAZÓN.

La adversidad no se vence con fuerza. Se gana con amor.


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