Reduccionismo de cara a las elecciones

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Por Agustín Ulivarri Rodi (*)

La República Argentina y su pueblo, integrado y sostenido por las innumerables sociedades infra-políticas, se enfrentan una vez más a los actos cívicos más resonantes de una democracia viviente. Así, las elecciones constituyen una de las más vivas expresiones del sistema político y, habitualmente, el pueblo les tiene tan importante consideración que se tiende a reducir el concepto democrático a los comicios mismos.

En mi ensayo Esbozo para la Educación y Democracia me aproximo a una definición de este sistema político, entendiéndolo como el gobierno del pueblo sobre el pueblo, en donde éste da su consenso, a través de la libre designación, para que el poder sea ejercido con autoridad por alguien representante del pueblo, siendo revocable su ejercicio y en respeto de los derechos de las mayorías y minorías, para el logro del Bien Común.

Este concepto surge de entender que el poder proviene de Dios y es apropiado por el pueblo quien lo delega en un representante para la mejor administración y regulación de la sociedad. A éste delegado no le basta con haber sido elegido o tener un apoyo popular muy amplio para ejercer el poder. Pues como decía Edmund Burke “Un gobierno de quinientos abogaduchos de campaña no es bueno para veinticuatro millones de hombres, aunque fueran elegidos por cuarenta y ocho millones…”. Además, el representante debe ser legítimo de iure y de facto, esto es llegar al poder a través de los medios legales – el sufragio – y mantener la fidelidad entre el pueblo y él, respectivamente.

Este representante jamás debe sentirse dueño del poder, pues no lo es y es por esto que se hace más viable una democracia cuando los mandatos están limitados, sin posibilidad de reelección. Es así que el mandato puede ser revocable, si el pueblo o la ley lo demandaren por mal desempeño en su ejercicio.

Por último, el respeto hacia los derechos de las minorías es vital en un sistema democrático, pues es una falacia fascista reducirlo a la voluntad de la mayoría. Las minorías conforman y perfeccionan la democracia, puesto que su existencia evita caer en un absolutismo; por esta razón su lugar en el Parlamento y en la agenda del Poder Ejecutivo son también imprescindibles para el logro del Bien Común.

La democracia, entonces, es abarcadora de gran cantidad de cuestiones y su concepción debe tenerlas a éstas en cuenta. Es así que no participa del reduccionismo al plano del sufragio, puesto que éste es solo un instrumento que, de hecho, se da cada largos períodos de tiempo, cuando en verdad  gobernar es tarea de todos los días. Rebatimos así el argumento populista que sostiene que mientras haya mayor cantidad de elecciones habrá, necesariamente, mayor democracia.

Este posible reduccionismo es tan peligroso que nos lleva gradualmente a entender que todo en la democracia se resuelve a través de la voluntad de la mayoría, y que de esta forma hay mayor participación y conciencia democrática. Sin embargo, la voluntad de una determinada masa funciona como un solo hombre, como un solo poder de respaldo al gobernante, pues en la verdadera democracia no hay mayoría, sino grandes coincidencias, y no hay oposición, sino grandes diferencias. Cada hombre es individualmente libre, cada uno otorga su cuota política en el estado que la proporciona de acuerdo a su educación e interés. Es así que los partidos y estructuras que, más que representar, buscan reducir la participación del hombre y articularla mediante un líder, no son más que carneros del fascismo y artífices de un estado totalitario.

Este reduccionismo, además, abre la posibilidad de que los hombres se acerquen a la política únicamente para el acto del sufragio, un sólo día y cada mucho tiempo, y se olviden durante un importante lapso que las sociedades se sostienen con la voluntad de cada uno de los hombres que aportan cada día su grano de arena para hacer un país más justo, más democrático y solidario, en busca del Bien Común.

Por último, las posibilidades de fraude existentes en los comicios, ya sean directos o indirectos, estadísticos o cualitativos, muy anteriores o inmediatos al acto, dejan claro que la voluntad del pueblo no siempre se verá reflejada en el sufragio, por lo que si consideramos a los comicios como piedra angular de la democracia estaremos abriendo la posibilidad de encontrarnos frente a una sistema falseado.

Ante esto, los ciudadanos argentinos debemos procurar trabajar arduamente en la política a través de la concientización, participación, preocupación y acción. Los resultados  de los próximos comicios serán reflejo de las tendencias que existen en el país, pero no serán utilizados como excusa, ni por los derrotados ni por los victoriosos ni por los neutrales, para justificar el desapego a la cosa pública, al patriotismo ni a la democracia, puesto que todos somos y seremos siempre veedores del poder que, por ley natural, nos pertenece…

(*) Escritor. Autor de la novela «El Carnaval del Plomo».