Por Agustina McWhite
No todo el mundo es agradecido, quizás sea por esa razón que el papa Francisco está ocupando el lugar de máxima jerarquía dentro de un sagrado orden social. Este puesto no es nada más ni nada menos que ser el representante -para los católicos- de Dios en la Tierra. Ha de ser por ese motivo, junto con el perdón – entre otras cualidades cuidadosamente cultivadas que tienen estas personas- que ha llegado tan lejos.
La respuesta del sumo pontífice llegó a tiempo. Es clara, sencilla, sin ningún tipo de artimaña o como decimos los argentinos «sin mala leche», es decir, de buena fe.
Si el mate es digestivo, más digestivo que el café, es un regalo que Francisco le hace a su cuerpo día a día para digerir la negatividad, nocividad y soberbia que tiene que soportar personalmente y hasta por escrito de Cristina Fernández.
¿Ves, Cristina? El trabajo que hace Francisco no es nada fácil: a él le toca dirigir el camino de millones y millones de personas que probablemente están en busca de la alegría, el perdón, el amor y el consuelo. Están agradecidas. ¡Menuda misión! ¡Caray! yo no quisiera estar en sus zapatos-
Él no hace de sus cartas política, ni se viste de luto para dar la homilía, él intenta desde su investidura transmitir paz, tranquilidad y amor. ¡Hasta él mismo dijo que no deberíamos estar tristes!
En cambio, vos… lo tuyo es diferente. Tu trabajo es tan fácil, que no podríamos llamarlo deber: Transmitís rencor, arrogancia, vergüenza, contás una hermosa historia de mentira, lo cual te transforma inmediatamente en una cuentera, pero en una que hace tan bien su trabajo que el título de mitómana se adapta mejor: disfrutás del mentir y ya es algo innato. Atemorizás – o hacés el intento- y sos atrozmente orgullosa, -¡cuidado que el orgullo anuncia la caída!-. Ganando votos partiendo del hecho agravante de regalar planes sociales -del bolsillo de los dignos trabajadores, alimentando de esta manera la haraganería. Pero mira qué sencillo es tu «trabajo». ¡Yo podría hacerlo también! Así… así lo hace cualquiera.
Pero volvamos a quien es noticia, a quien es luz, a quien realmente nos interesa:
Sin olvidarse nunca del que está debajo y del que está arriba, Bergoglio nos demuestra una vez más su caballerosidad, valentía y su amor. Nos enseña cómo debemos actuar cuando nos encontramos con personas altaneras como la presidente de Argentina y salir victoriosos. Además de desmitificar, perspicazmente, la máxima que versa: «Quien a hierro mata, a hierro muere».
Espero que disfruten la carta, que de «asombrosa»… no tiene nada. Lo que sí tiene es educación, honradez y coherencia -que acaso eso la engrandece-.