Sargento Cabral: El honor de no abandonar al camarada caído

"Si las Fuerzas Armadas quieren seguir considerándose la reserva moral de la Nación, deben actuar en consecuencia. La realidad, lamentablemente, muestra lo contrario. Mientras sus camaradas mueren en la injusticia y el olvido, muchos militares activos optan por el silencio y la sumisión".

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Escriben: Presos Políticos Argentinos de Campo de Mayo (*)

A lo largo de la historia, los hombres de armas hemos aprendido una consigna indeleble: jamás se abandona a un camarada caído en combate. Este principio no es solo una frase, sino una guía moral que nos ha sido inculcada desde la formación inicial. Entre los tantos ejemplos, uno resalta con fuerza: el del Sargento Juan Bautista Cabral, quien entregó su vida para salvar al entonces coronel San Martín. Pudo haberse retirado, pudo dejarlo a su suerte, pero eligió la lealtad y el sacrificio.

Sin embargo, los tiempos han cambiado. Desde 2003 hasta hoy, las Fuerzas Armadas han dado la espalda a muchos de sus camaradas. En lugar de honrarlos, los han ignorado. Peor aún, en ciertos casos, los han despreciado, traicionando los valores que deberían defender: la lealtad, el honor y la verdad histórica.

El Ejército actual parece haber borrado con un plumazo la historia reciente, adhiriendo a un relato que nada tiene que ver con el verdadero legado de quienes lucharon por la Patria. Y todo, al parecer, para conservar un puesto y los privilegios asociados a él. Algunos han pisoteado el honor de los patriotas por comodidad, conformándose con beneficios tan triviales como un auto con chofer y el mozo que les sirva café.

Se visten como soldados, pero se comportan como cortesanos de los gobernantes de turno. Han reverenciado a figuras que en los años 70 participaron de acciones violentas contra civiles, y lo han hecho sin el menor gesto de incomodidad. Todo parece valer si a cambio se garantiza estabilidad, un auto con chofer y el mozo que les sirva café.

No se trata de no respetar la Constitución, sino de exigir su cumplimiento. Si las Fuerzas Armadas quieren seguir considerándose la reserva moral de la Nación, deben actuar en consecuencia. La realidad, lamentablemente, muestra lo contrario. Mientras sus camaradas mueren en la injusticia y el olvido, muchos militares activos optan por el silencio y la sumisión. En un hecho elocuente, desde el Cuartel General de la Fuerza de Despliegue Rápido, alguien ordenó colocar camiones para bloquear la vista de los detenidos en la U34 del SPF. Tal vez temen que los jóvenes descubran la verdad detrás del relato.

Muchos de esos jóvenes tienen familiares directos que han sufrido en manos de quienes hoy se presentan como referentes políticos o intelectuales. Sin embargo, en lugar de rescatar la memoria y el honor de esos camaradas, eligen callar para no perder sus beneficios, como ese auto con chofer y el mozo que les sirva café.

Más grave aún fue el destrato sufrido por familiares de detenidos el pasado sábado 26 de abril de 2025, en la Agrupación de Asalto Aéreo. Por disposiciones arbitrarias e intransigentes, muchos debieron caminar más de un kilómetro bajo la lluvia y el barro. ¿Esas actitudes representan la camaradería? Vestir el mismo uniforme no basta para ser considerados iguales.

En los institutos de formación nos enseñaron valores: el amor a la Patria, el honor, la dignidad, la camaradería, el orgullo de vestir el uniforme nacional. Hoy, esa enseñanza parece haber desaparecido. La subordinación, antes una virtud con sentido patriótico, ahora se reduce a obediencia mecánica. Nos marcaron a fuego la subordinación, a tal punto que cuando un jefe se hacía cargo de una unidad promulgaba a viva voz «SUBORDINACIÓN Y VALOR» y los que estaban formados respondían «PARA DEFENDER A LA PATRIA». Pero «sorpresa»: esos jefes que luego fueron generales están libres o en sus casas, y el cabo, preso. Una justicia selectiva parece haber protegido a los altos mandos, dejando caer todo el peso sobre los eslabones más débiles.

Puede un soldado ser tan cobarde como para abandonar a sus camaradas por comodidad personal? El Sargento Cabral no cambió su lealtad por privilegios. Entregó su vida. Perdió lo más valioso para salvar a otro.

Hoy, muchos de quienes se presentan en actos oficiales dan vergüenza ajena. Se desesperan por agradar al funcionario de turno, ,por aparecer sonrientes en una foto o festejar discursos vacíos. Y lo hacen vistiendo uniformes con historia, manchados de gloria, de sangre y y de honor.

Los verdaderos soldados, aquellos que lucharon por la independencia, en los 70 o en el Atlántico Sur, sabían que la Patria y el camarada estaban por encima de cualquier interés personal. Nunca pusieron como prioridad el beneficio propio. Su compromiso era con la Nación.

Hoy, muchos priorizan su comodidad por sobre el deber. Está claro que quienes buscan apenas estabilidad personal están dispuestos a dejar atrás a sus camaradas y, si es necesario, a justificar negociados en nombre del orden. Que algunos mueran o sufran no parece importar. «Daños colaterales», dicen. El dinero lo justifica todo.

Si el Sargento Cabral pudiera ver la realidad actual, tal vez repetiría aquellas palabras que resuenan desde lo sagrado: «Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

(*) Campo de Mayo, 1 de Mayo de 2025

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