Escribe: David Rey
La policía estacionó en la esquina de modo cinematográfico, es decir, como se le dio la regalada gana. ¿Vos llamaste…?, preguntó el uniformado mientras se acercaba a la joven que lo esperaba con impaciencia.
Resulta que «un desconocido», tras aprovechar una distracción, se fue hasta la parte trasera del supermercado, ingresó en la fiambrería por un lateral… se robó un teléfono celular que había sobre una mesada y rajó por el otro lado. Quedó recontra escrachado en las cámaras.
La policía se llevó el material en cuestión y salió a buscarlo… aunque sin suerte por ese día. Tampoco supieron aportar precisiones los vecinos consultados, más allá de que todos coincieron en algo: «No es de este barrio».
La pobrecita empleada de supermercado debería resignarse a haber perdido su teléfono. Hubo, empero, quien le recomendó – sin demasiada convicción – que no dejara de hacer la denuncia…
¡Pero llegarían novedades al otro día!
Uno del millar de policías consultados (el día anterior había sido largo) cayó con la primicia de que el «choro» ya estaba en «cana». Lógico que a esa altura del teléfono ya no había rastro alguno.
«¿Lo agarraron…?», preguntó la joven, con apagada satisfacción.
Hubo, pues, un segundo de más en que el policía demoró la respuesta. Y ese segundo de más que tardó en responder resumió todo el marasmo de indolencia que se vive en la rosarina zona sur.
Dijo, finalmente:
«No, no es que lo hayamos agarrado. El tipo que te robó era un preso que estaba en una salida transitoria. Salió, te robó el celular… y volvió a la cárcel, solito».
Así las cosas…