Escribe: David Rey
El coronel Delmé tenía 82 años y lo encontraron muerto en su celda de Campo de Mayo. Su cuerpo estaba frío; sus camaradas asumen que, por lo menos, hacía una hora que había fallecido.
Hacía ya una semana que Delmé manifestaba dolores en su brazo izquierdo, cosa que evidenciaba con buena anticipación el problema cardíaco que originó su fallecimiento. Lejos de dispensarle la atención clínica correspondiente, las autoridades atribuyeron su malestar a una simple molestia en la espalda.
Estaba ilegalmente detenido por los mal llamados delitos de «lesa humanidad». Llevaba más de diez años preso… sin condena firme.
Quizás Delmé hubiera muerto igual, ya que tenía 82 años. Pero murió solo, despreciado y escondido en un rincón oscuro, sin nadie que le regale una oración, sin las lágrimas de un ser querido y sin la posibilidad de llevarse un beso o el calor de una caricia a la otra vida.
Queridos amigos, perdonen tanta crudeza… pero la verdad que ni un perro se muere así. Honestamente, a estos hijos de puta se les fue la mano con toda esta historia.
El coronel Delmé fue un ser humano al servicio de este país… y se fue de este mundo sin la posibilidad de contar con el más mínimo consuelo a tanta injusticia padecida y a tanto sufrimiento. ¿Qué les costaba, en qué hubiera cambiado que Delmé pudiera morirse junto con su familia?
Queridos amigos, yo, hoy… tengo vergüenza como argentino. Siento que este país está desolado.
Ignominioso absurdo, el de los jueces y el de los organismos de DD.HH., quienes pretenden impartir justicia provocando nada más que injusticias; quienes pretenden curar el dolor causando más dolor aún.
Ojalá, desde la otra vida, el coronel Delmé, junto con los 400 mártires fallecidos en cautiverio, sepan perdonar a este país y devolvernos el sentimiento de Patria… que se fue con ellos.