Victoria Villarruel revolucionó el Campo de la Gloria en San Lorenzo. ¿Por qué?

La vicepresidente participó del 211º Aniversario de la épica batalla junto con el gobernador Maximiliano Pullaro.

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Escribe: David Rey

Todo estaba en perfecta calma hasta que llegó Victoria. Entonces, todo el mundo pareció despertarse de una tórrida siesta en el Campo de la Gloria. Incluso el mismísimo gobernador Maximiliano Pullaro, que aguardaba junto al resto de las autoridades, parecía somnoliente bajo la sombra protectora del Convento San Carlos. Uno de los termómetros electrónicos que ornamentan el lugar precisaba que hacía más de 40 grados de temperatura, ya casi las 19 h de un 3 de Febrero más, pero a 211 años del único combate militar que el General José de San Martín libró en suelo argentino, ahí mismo, en la ciudad de San Lorenzo.

Los primeros en darse cuenta de que estaba arribando la vicepresidente Victoria Villarruel fue un grupo de jóvenes que atravesó, de repente, el jardín que rodea al Convento. Allá venía la mujer, a paso resuelto, el cabello libre y con la misma sencillez que mantuvo hasta el final y que ni el calor logró desdibujar. Después de que el gobernador la recibiera, con quien mantuvo una breve y amistosa charla, y tras acceder a los innumerables pedidos de posar para una fotografía, Victoria fue el norte de toda una tupida comitiva que realizó un recorrido por el mítico claustro. Allí firmaría el libro de visitas de honor, se tomaría más fotografías con la gente, escucharía a quienes le reclamaran algunos segundos de su tiempo y recibiría el regalo que mejor le sienta, es decir, un ramo de flores, que abrazó con una enorme sonrisa.

Pullaro, Villarruel y el resto de las autoridades, en San Lorenzo.

Mujer

Luego, pues, lo de siempre… o, mejor dicho, lo de nunca. Porque tuvieron que pasar 10 años para que las más rutilantes autoridades nacionales y provinciales se reunieran en aquel sitio sagrado donde empezó todo, donde comenzó a tomar forma aquel embrión que pasaría a llamarse Argentina. Tras las ofrendas florales que fueron depositadas a la par de la llama votiva que honra a nuestros primeros héroes (entre ellos, el Sargento Cabral, que entregó su vida para proteger la del General San Martín), el acto conmemorativo por el 211º Aniversario del Combate de San Lorenzo tuvo el rigor y el matiz que le es inherente, en toda su magnitud. Desde paracaidistas (que la propia Victoria y el gobernador fueron a abrazar en medio del campo donde aterrizaron, en todo momento bajo una indeleble lluvia de aplausos) hasta niños de a caballo, todo el mundo quiso probarse y desfilar frente de la entretenida mirada de la vice.

En fin, los que quieran más detalles de cómo fue la cosa, deberán buscar videos en YouTube o esperar hasta el próximo 3 de Febrero, y rezar porque vuelva Victoria, claro. Este artículo no es para describir tamaño acto -tarea titánica, imposible, digna de una novela de Tolstoi- sino para rescatar un hecho no menor y bien significativo: lo que Victoria es capaz de lograr con su sola presencia. Es que todo parece amoldarse a como debería ser o a como nunca debiera haber dejado de serlo. Mujer en fin, la vicepresidente no precisa andar diciendo qué se debe hacer o que no; todo se ordena por sí solo y todo el mundo parece entenderse entre sí como por telepatía. “¡Victoria, Victoria!”, gritaban los papás para que la vicepresidente, a lo lejos, alumbrara a sus hijos con una sonrisa. “¡Victoria, Victoria!”, gritaban los niños para saludar a esa mujer a la que vieron hablar con tono firme por televisión, y que quizá les recuerde a las directoras de sus colegios, cuando les hablan “en serio”, pero con amor.

Campo de la Gloria en la ciudad de San Lorenzo, Santa Fe, Argentina.

Amor a la verdad

Pues, ¿qué tiene esta mujer para lograr semejante adhesión, en la que se congenian el cariño, la admiración y, lo más importante, el respeto? ¿O acaso no vivimos en una época de ídolos de barro y gráciles ilusiones que todo el mundo parece abonar irreflexivamente? Bueno, Victoria tiene… lo que tuvo siempre: amor por la verdad (tal lo acredita su trabajo de años), y -valga la redundancia- la valentía o el coraje de anteponerla donde sea, como sea y frente de quien sea. Esto solo, para los tiempos que corren, hacen que una persona sea absolutamente distinguible del resto, más aún dentro de un espectro dirigencial bien acostumbrado al correctismo político y a las frases de utilería que repiten todos de memoria.

Victoria tiene una voz que se levanta del suelo con la suavidad de una gaviota pero que, de pronto, vemos pasar a vuelo rasante como un águila impertérrita. Los mismos ojos que se encorvan de ternura para saludar a un niño, son los mismos que pueden fijarse en el interlocutor con la inexpugnable severidad de quien sabe dónde se dirige, y no pierde tiempo con estorbos. Victoria siempre fue así -algo que, claro, le granjeó tantos amigos como enemigos-, pero ahora último la hemos visto “así” en los debates a vicepresidente, en los que fue la única que habló con convicción y en los que, incluso, se dio el gusto de destruir y arruinar definitivamente la carrera política de su eventual contrincante Agustín Rossi. Cuando éste la quiso “correr” con el tema de “los militares”, y aprovecharse de ella, la tierna gaviota se volvió águila, pero acá ni precisó mirarlo: “No hablemos de los setenta porque salís esquilado”, le advirtió, callándolo para siempre.

A Victoria todo el mundo la ha visto respondiéndole al músico que la insultó en el Festival de Cosquín, cuando éste pidió al público que no se parara porque “no había llegado nadie” al tiempo que arribaba la vicepresidente (¡como una ciudadana más!). Entre risas, la mujer confió a la prensa: “Yo creí que estaba haciendo una broma. Que decía ‘que no se pare nadie’, pero para que se paren todos”. Ante la insistencia de la prensa por ahondar sobre esta cuestión, ahí pudimos ver el momento exacto en que la mirada de Victoria cambió de bondadosa a inexorable: “La verdad es que no vine a discutir con Carabajal sino a apoyar el trabajo en Cosquín, a todas las escuelas que son beneficiadas gracias a este festival”. La destreza con que Victoria responde a quienes le desprecian es una gran virtud que tiene, puesto que logra virar a su favor toda la operación que se montó para perjudicarla. La mujer consigue publicidad gratis.

La vicepresidente Villarruel con el gobernador Pullaro.

Un ejemplo… como nosotros

Por último, algo no menor y que explica el nivel de adhesión que ha logrado es su manifiesto e imperturbable apego a “lo argentino”, a lo “tradicional” si se quiere. Es que lo “tradicional” que representa esta mujer no es el matiz conservador o de derecha que pretende endilgársele sino su cercanía con aquello que es profundamente argentino, entre lo que cuentan, justamente, nuestras tradiciones. Pero el “modo” de Victoria, su natural sencillo, se emparenta o tiene muy buena sintonía con la gente humilde, quienes a pesar de lo que suele escupir la prensa, no dejan de apreciar que se puede llegar a ser como Victoria sin ser “estrafalario” como todo lo que ofrece el escaparate televisivo. Victoria nos demuestra que “eso lindo y nuestro” que tenemos adentro de nuestro corazón no lo tenemos que “despreciar” sino todo lo contrario: es lo único que importa.

Los niños pueden ver que se puede llegar a ser “alguien importante” sin gritar como energúmenos sobre un escenario, los adolescentes tienen la evidencia de que para el éxito no hace falta desfigurarse el cuerpo ni peinarse o vestirse como extraterrestres, y los padres claro que tienen a mano el mejor ejemplo del mundo para formar a sus hijos, ante tanta agresión de los medios de comunicación. Encima, Victoria, profundamente argentina, exhibe su pelo marrón -siempre suelto y sin “chirimbolos”- como un certificado de nacionalidad, como un emblema criollo que la congratula como a una más, una más de nosotros, pero allá arriba, con nosotros.

¡Hasta la próxima!

Victoria Villarruel, la vicepresidente, estuvo en la ciudad de San Lorenzo para poner las cosas en su lugar, y para participar del aniversario. Allí empezó todo, así… como nos mostraron los Granaderos a Caballo, cuando se lanzaron con un grito de guerra para emancipar a todo un continente. En la oscuridad que hoy proyectan los elevados árboles que circundan el Campo de la Gloria, Victoria se retira mientras que una densa muchedumbre marcha tras ella, esperando por verla otra vez, esperando que la camioneta que la lleva se detenga y que ella baje para seguir saludando, sacándose fotos con los niños. Se escucha “¡Victoria, Victoria…!”, se escucha por todos lados. San Lorenzo vuelve a ser lo que es, el primer escalón, el más arriesgado, el más difícil. Y el único.

Gente humilde, jóvenes curiosos, padres apasionados… en fin, niños todos, prosiguen la marcha que ordena el General San Martín después del triunfo, un huracán de patriotismo que nadie pudo frenar. Así, así de bravos, así de argentinos, y así, exactamente así de humildes, curiosos y apasionados, sin otra fuerza que el corazón, es la misma gente que todavía sigue gritando “¡Victoria, Victoria!”, 211 años después y, como entonces, desafiando la oscuridad del destino.


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