«Videla hizo el trabajo que todos los argentinos le pedimos»

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Escribe: Mario Carotti (*)

Me patea el hígado la cobarde hipocresía de un pueblo que repudia a sus soldados.

Comienzo afirmando que no creo que Jorge Rafael Videla haya sido inocente. Habrá merecido ir a la cárcel, como muchos de los que han estado en el gobierno. Seguramente él hubiera aceptado ese destino, como aceptó tantos otros siendo soldado. Pero no merecía el desprecio y la mentira. Lo digo de nuevo, con todas la letras: HIPOCRESÍA. La hipocresía de quien se esconde, de quien se avergüenza, de quien quisiera olvidar lo que hizo. No me refiero a lo que hizo Videla, sino a lo que hizo esta sociedad. Porque a Videla lo pidieron. Por mas que traten, frenéticamente, de reescribir la historia, usar las aulas, el cine, los libros, todo lo que tengan a mano… conmigo no funciona.

Yo estaba ahí y tengo memoria. Y no me refiero a la memoria de los obreros, líderes sindicales, soldados, chicos, adolescentes, policías, estudiantes y empresarios asesinados por la subversión, sino a la memoria de haber visto a una sociedad entera pidiendo que alguien los rescatara del baño de sangre «liberador» al que nos sometían aquellos «jóvenes idealistas».

No hay Pacho O’Donnell, Beatriz Sarlo, Forster o Feinmann que puedan convencerme de lo contrario, porque por más prosa y filosofía que le metan, yo la vi a nuestra Presidente firmando el decreto que pedía aniquilación, con la aprobación de aquel parlamento, peronistas y no peronistas. Y TODOS éramos bien conscientes de lo que significaba «aniquilación» en aquellos años de fuego. No, no se hagan los boludos, que son patéticos. Que venga uno de aquellos hoy, a mirarme a los ojos y a decirme que no entendía lo que estaba pasando y lo que iba a pasar.

Yo lo vi a Balbín diciendo que ya no era hora de votos sino de botas. Lo leí en las revistas, lo escuche por la radio, lo leí en las editoriales de los diarios (todos, no solo La Nación). También en el diario de Timerman y su hijo, el que hoy es canciller. Era el clamor de la calle. Y no solo en Barrio Norte (a Barrio Norte llegué bien más tarde; mi infancia y mi adolescencia son de Villa Martelli y Munro).

Videla no fue un general al mando de un ejército extranjero de ocupación, ni esto fue la Francia de 1939. Videla era bien argentino y nuestro, y vino con los suyos a hacer el trabajo que todos les pedimos. El problema es que hoy no tenemos los huevos para reconocerlo. Lo enterraron en vida en Marcos Paz para que no nos recuerde como somos. Para no tener que mirarnos en el espejo.

Hoy se habla del 24 de marzo de 1976 como de un día terrible pero en el fondo, lo que esta sociedad más quisiera olvidar de aquel 24 de marzo es el suspiro de alivio, la sensación de esperanza, el sentimiento generalizado de que llegaba la salvación. Yo estaba allí, y lo recuerdo perfectamente.

Tal vez Videla mereció ir a la cárcel. Como soldado, tuvo la responsabilidad del mando y del comando, y debió pagar por los crímenes de aquellos años. Le tocó pelear una guerra y la peleó, e hizo lo que se esperaba de todo soldado: ganarla. Esa fue su tragedia y la tragedia de este pueblo.

Pero por favor, no me mientan. Ni siquiera lo intenten. Yo no tengo problemas en mirar al pasado y reconocer como fuimos. Se ve que para la mayoría, ese es un ejercicio insoportable. Pobre Argentina, un pueblo que desprecia a sus soldados no merece tenerlos.


POSDATA: Y por favor no me vengan con que había que juzgarlos y meterlos en la cárcel. En primer lugar, esto era una guerra, y pregúntenles por ejemplo a los norteamericanos, que entienden bien cómo es esto de ganar guerras, de los drones y de Guantánamo (por no mencionar a los dark sites) que se hace con un combatiente enemigo. En segundo lugar, juzgarlos y meterlos en la cárcel es exactamente lo que se había logrado hacia 1973, y lo primero que hizo Cámpora fue dejarlos sueltos a todos. Lanusse convenció a los suyos de que ese era un sacrificio aceptable, si conducía hacia la pacificación. Seis meses después esto era un baño de sangre a manos de los indultados de 1973. El resto es tragedia conocida. Uso el término «tragedia» en su sentido griego, la épica de los hombres sometidos a un destino inescapable, en manos de dioses que los conducen invisiblemente.

(*) Excadete del Liceo Militar «General San Martín». Radicado en Estados Unidos.