Tras considerar la enorme repercusión que obtuvo una publicación en mi Muro de Facebook, entiendo oportuno transferir a este medio dichas palabras respecto de las familias de los Presos Políticos en Argentina. Me han reprochado, con buena intención, que también habría que considerar a las hermanas y a los hijos de los mismos. En un principio pensé en referirme a «las mujeres de los PP» y así involucrar a toda la familia, pero ocurre que de este modo dejaría afuera a los hijos y a los padres varones. Pero luego lo pensé mejor: al decir «esposa», indirectamente uno está diciendo «matrimonio», «familia», «institución»… En fin, al decir «esposa» uno se refiere justamente a todo aquello que tan decididamente se han propuesto destruir… y que yo, tan decididamente, me propongo reivindicar.
Como a tantos ya… espero que la siguiente relación sea de utilidad.
NECESITO SACARME ALGO DE ENCIMA porque si no, no puedo seguir trabajando.
Es como que tengo algo dentro del pecho que aprieta de modo insistente.
Como algunos saben, anoche participé de la Mesa de Diálogo Testimonial N° 2 donde en calidad de conferencista tuve mi propio espacio para ofrecer mi testimonio como periodista en lo que respecta a época del 70 como Presos Políticos. Fue un evento maravilloso, incalculablemente útil y enriquecedor.
Pero hubo algo que me hubiera hecho cambiar totalmente la breve disertación que preparé para dicho evento. Algo que no había sentido antes y que honestamente me marcó a fuego.
Las mujeres, efectivamente. Es decir, las señoras esposas de quienes hoy injustamente cumplen pena de cárcel.
He tenido ocasión de intercambiar palabras con ellas, quienes con mucha educación y cordialidad han ponderado mi trabajo.
Y quiero que sepan una cosa y lo tengan bien en claro: soy absolutamente consciente del enorme padecer que se evidencia en sus palabras, en sus ojos e incluso en ese silencio que guardan mientras escuchan, como alguien resignado a que ocurra un milagro.
Yo sé que vivimos en un país de gente indiferente e hipócrita (tal como lo deslicé sin eufemismos en la charla), incapacitada por naturaleza de observar que mientras muchas esposas tienen la suerte de caminar junto con sus maridos, comer con ellos, lidiar con ellos… ustedes, por una infame condena del destino, deben aguantárselas solas, sin aquel hombre con quien compartir un mate, una novela, un atardecer.
Me contaron la anécdota de una señora que todos los viernes, a la noche, parte de la Terminal de Rosario para Buenos Aires, allá se toma una “combi” y tras mucho trajín al fin llega a Ezeiza para estar cuatro míseras horas con su marido. Así, todas las semanas de su vida desde que su marido está preso… sin causa.
En mi vida, quiero que sepan, he visto un sufrimiento tan puro como el de ustedes. Un sufrimiento que se contagia, pero que infunde fuerzas. Jamás he estado enfrente de alguien cuya palpable desesperación… al mismo tiempo sea una convicción tan insobornable. Tristes, dóciles y agotadas… sin embargo constituyen un ejército terrible, imposible de vencer. Como ustedes saben (quién mejor que ustedes para saberlo), este país ya ha perdido el norte, pero todavía las tiene a ustedes. A mí mismo, ante tanta injusticia, a veces me tiembla la moral y de veras a poco me encuentro de dejar de creer que Dios existe… pero me ha ocurrido que a Dios, justamente, lo supe encontrar en cada una de ustedes.
Necesitaba sacarme esto de adentro. Perdón por tan poco. Y gracias por tanto.
No hay patria en la historia que haya sido posible sin dolor. Ustedes son esa Patria.