Escribe: Enrique Stell
Coronel VGM (R) y Preso Político Argentino.
En una transmisión radial no autorizada entre las islas y el continente alguien dijo: “murió Estévez”, y en el continente entendieron “murió Estel”. Quien recibió la noticia lo fue a ver a mi padre y, con mucho dolor, le dijo:
«Te tengo que dar una mala noticia, tu hijo Enrique ha muerto».
De allí en más la noticia de “mi muerte” se expandió como reguero de pólvora encendida. En mi unidad de revista permanente, el Colegio Militar de la Nación, los oficiales participaron de una misa por el eterno descanso de mi alma. Mis compañeros me daban por muerto. Algunos iban de visita a mi casa, pero no se animaban a preguntar por mí, solamente conversaban sobre cómo estaban enfrentando el hecho de que yo estaba en la guerra. Como notaban que mis familiares me creían vivo, no se animaban a decir nada y se iban sin comunicar la mala noticia.
Un día mi padre tomó coraje, la enfrentó a mi madre y le dijo:
«Te tengo que decir algo».
Y antes de que siguiera, ella lo cortó en seco:
«No me digas nada. Mi hijo está vivo».
Este artículo viene de:
Diario de Malvinas: «Si caigo herido, ayúdeme a morir sin sufrimiento»
Mi familia vivió con la duda hasta el 14 de junio, cuando terminada la guerra encendí un TRC C300 de HF, busqué un radioaficionado, le pedí que me haga un Phone Patch y hablé con mi casa. Mis palabras fueron muy simples:
«Quédense tranquilos que estoy bien, vivo y sin heridas, algún día vuelvo».
«No podía llamar a mi familia para decirles que estaba vivo para no brindar información al enemigo».
Debo decir que la brevedad de mi mensaje hubiera sido diferente si hubiera sabido sobre la información errónea que circulaba por el continente respecto de mi supuesta muerte. Recién me enteré cuando regresé a casa y mi padre me narró la singular historia que comenzó el 5 de junio.
Pese a tener todas las posibilidades de comunicarme con el continente, recién el día 14 de junio hablé, porque sabía que no debía hacerlo antes para no brindar información al enemigo, pero sabiendo que la guerra había terminado y que seguramente tendría que entregar o romper la radio durante los días siguientes, llamé brevemente para dar por finalizada esa necesidad de decirles que estaba bien y con vida.
Muchos militares imprudentes se comunicaban con el continente, decían que estaban bien e ingenuamente pedían que llamen a los familiares del suboficial, oficial o soldado «X» del regimiento «X» para hacerles saber que estaba bien. Esta simple información brinda detalles del “Orden de Batalla” y con estos datos, poco a poco, se conoce el despliegue de las propias tropas en el campo de combate.
Yo no fui un héroe
Los argentinos somos muy proclives al uso indebido de los adjetivos calificativos derivados de “la retórica grandilocuente de los latinoamericanos”. Por esta razón, a todos los que participamos en el conflicto de Malvinas nos llaman “héroes”. Si ello es así, ¿cómo debemos llamar a los que ejecutaron actos heroicos? ¿Superhéroes? Es ridículo, ¿verdad? El empleo de palabras y construcciones verbales que otorgan un énfasis excesivo a determinados aspectos del discurso que no lo merecen, resulta injusto, altisonante y pomposo.
Durante el combate de San Lorenzo, librado el 3 de febrero de 1813 por el Regimiento de Granaderos a Caballo (RGC), sólo los Granaderos Juan Bautista Cabral y Juan Bautista Baigorria cometieron actos heroicos y por eso pasaron a la historia como “los héroes de San Lorenzo”. Pero del combate participaron 125 hombres entre oficiales, suboficiales y granaderos, a los cuales a muy pocos se los recuerda. Además de Cabral y Baigorria, hay otros militares que participaron del combate a quienes se los menciona porque murieron o porque cometieron errores, pero “todos”, los 125 actuando en conjunto, cumpliendo cada uno con su deber, lograron la victoria en solo 15 minutos.
Este es un tema sensible y lo sé, pero entiendo sanamente que los que no cometimos hechos heroicos debemos abstenernos o rechazar que nos llamen héroes, porque les estamos restando méritos a quienes realmente lo fueron.
Héroe fue el Teniente Espinosa, que entregó su propia vida en combate para que sus camaradas se salvaran; héroe fue el Teniente Lauría, que se cargó al hombro a Vilches en medio del combate cuando estaba herido; héroe fue el Padre Kolbe, que asumió el lugar de un condenado a muerte en Auswichtz; héroe fueron Martin Luther King Jr. o Mahatma Gandhi, quienes lucharon por los derechos de las personas y los asesinaron por ello. Estos son héroes.
En lo personal, yo no me considero un héroe, soy simplemente un militar que cumplió acabadamente con su misión y no desarrollé ningún acto heroico. La inmensa mayoría de los que estuvimos en las islas cumplimos con nuestras obligaciones como los 125 integrantes del RGC en San Lorenzo. Hicimos lo que debíamos hacer, con mayor o menor pericia y ése es nuestro mérito, por lo que tal vez lo más significativo de nuestro accionar fue haber cumplido con el “sagrado deber militar” de todo hombre de armas y el mandato constitucional de “armarse en defensa de la Patria”, razón por la cual la mejor calificación que nos pueden poner es simplemente la de “Veterano de la Guerra de Malvinas”.
«No me considero un héroe por haber cumplido con el «sagrado deber militar». La mejor calificación que me pueden poner es simplemente «Veterano de la Guerra de Malvinas»».
Un buen ejemplo de lo que deseo plasmar en este escrito, es lo dicho por el ex Canciller Nicanor Costa Méndez cuando expresó: “La bandera argentina no será arriada mientras corra una gota de sangre por las venas del último soldado argentino que defiende las Islas Malvinas”. Este tipo de expresiones le hacen mucho daño a la moral argentina, genera sentimientos encontrados y constituyen la apología de la subcultura.
Los verdaderos héroes de Malvinas no regresaron a sus casas para contar sus hazañas porque están muertos. Sus restos mortales, identificados o no, están en el archipiélago, en el mar circundante o en el sur del Océano Atlántico. Sabemos perfectamente quiénes son y sus actos heroicos los relatan los libros que narran la guerra. Las almas reposan en el Amor del Señor.
Estos son los héroes que aún hoy siguen combatiendo. Son los integrantes de una guardia eterna que les grita en silencio a los ingleses “¡Las Malvinas son Argentinas!”. Por este motivo debemos oponernos a todo tipo de intento de repatriación de restos. Ellos deben permanecer allí, en el archipiélago. Es la continua y sostenida presencia argentina. Si hubiese fallecido en combate, a no dudar que desearía que mis restos mortales reposen en la turba malvinense con mis camaradas de arma.
Continuará…