Las desviaciones ideológicas del feminismo

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Luce Irigaray.

Escribe: Martín Pezzela (Escuela Filosófica Argentina)

Para entender correctamente el acontecer social y tangible de la mujer dentro del orbe social posterior a la Primera Guerra Mundial, es necesario acotar que esto no es más que la consecuencia próxima de un panorama cultural extremadamente complejo que abarca diversos contextos en diferentes realidades. En resumen, sabemos perfectamente que la lucha por el reconocimiento de la mujer nace en plena época del racionalismo ilustrado con la primera ola del feminismo – que sería después ponderada por Stuart Mill y varios utilitaristas más descendientes de Jeremy Bentham -. Este movimiento planeaba revestir a las mujeres de los derechos legales que garantizaran su participación en los ejercicios sociales de cualquier ciudadano varón (sufragio, oferta laboral, educación…) pero que, dada su condición y la creencia oscurantista de la debilidad y naturaleza imperfecta de la mujer, les resultaba a priori imposible.

A partir de la génesis de la primera ola, el feminismo fue desarrollando nuevos conceptos buscando hallar en los preceptos de libertad fundamentados por Rousseau y otros ilustrados, un consenso intelectual con la doctrina utilitarista que sostenía que toda acción es ética siempre y cuando tenga como principio la utilidad máxima (se entiende que en esta ideología tanto más aplicable sea la utilidad para el mayor número de personas, tanto más está sustentada dicha acción en el parámetro ético) así como con la floreciente ideología igualitarista cuya cumbre sería desarrollada posteriormente por el marxismo clásico, aunque antes ya se veían atisbos, primero con los humanistas que acompañaron los procesos de la reforma como es el caso de Erasmo; los socialistas utópicos como Moro y Campanella; y, por último, los pensadores revolucionarios del siglo decimonónico como el conde de Saint-Simon, Fourier y el primer anarquista… Proudhon.

El surgimiento del marxismo, la teoría antropológica sobre las familias sindiásmicas y monogámicas de la antigüedad – en contraste con las primeras organizaciones familiares y grupos punalúas – desarrollada por Morgan y avalada por Engels, fueron el caldo de cultivo para la transición dialéctica de la primera ola hacia lo que conocemos como la “segunda ola del feminismo”, esta vez su estandarte ideológico se encontraba en el aforismo harto conocido de Engels que reza: <<Mientras que el varón es la burguesía, la mujer es el proletariado>>, queriendo llevar la famosa “lucha de clases” marxista al terreno del sexo biológico dando por primera vez la puntada de la relación existente entre feminismo y marxismo, relación que se verá, a partir de ese momento, en todo el desarrollo ulterior.

Con la esencia revolucionaria y culturalmente subversiva que les dio el marxismo a las mujeres, muchas de ellas se adscribieron a las revoluciones proletarias y a los partidos comunistas incipientes. No obstante, y llegamos al momento de la Primera Guerra, varios círculos intelectuales no veían con buenos ojos a la segunda ola que paulatinamente iba entrando en decadencia debido a contradicciones internas que parecían insalvables. La segunda ola, como bien sabemos, ya no buscaba la equidad solamente legal, sino que estaba enfocada en el ámbito que ellas denominaban no-oficial referente a la sexualidad, a la construcción familiar y, de forma aún más controvertida, en los derechos de la reproducción donde, a su juicio, todavía se encontraban subsumidas al dominio del hombre.

Las teorías psicoanalíticas de Freud (después continuadas por sus discípulos) se mostraban hostiles a la mujer ya que daban a la sexualidad femenina características de carencia con respecto al falo masculino. De esta tesis central se desprende la amonestación de Freud que manifiesta la “envidia de la niña hacia el pene que la acompañará por el resto de su vida”. Freud, en este momento, ya observa la diversidad anatómica entre los sexos, pero subraya en negativo la sexualidad femenina que, en su teoría, desea poseer por todos los medios un falo (éste es simbolizado en el psicoanálisis como una representación de dominio y poder con respecto a lo vacío, a lo inexistente…). En el complejo de Edipo – que es una de las bases del pensamiento psicoanalítico y subraya que en un momento determinado el hombre, a fin de asegurar su identidad sexual, desea a su propia madre mientras que con la mujer ocurre lo mismo, pero con el padre – las mujeres adoptan dos formas derivadas de esa “envidia”: En primera el deseo de poseer un falo dentro de sí misma (que se resumiría, por lo general en el deseo maternal de tener un hijo) y en segunda el deseo de poseer el falo en el lugar anatómico de su carencia lo que, en consecuencia, compensaría su envidia durante un periodo (a esto se debería el gozo de la mujer en las relaciones sexuales). Estas dos formas de deseo fálico desarrolladas a partir del Edipo, serían la definición total de la sexualidad femenina cuya sola esencia insoslayable se encuentra anexada, indirectamente, a su complejo.

Con Jean Jacques Lacan, otro teórico del psicoanálisis, desarrolló el famoso “estadio del espejo”, momento en el cual el individuo, a través de un espejo, es capaz de identificarse a sí mismo y, en un interaccionismo simbólico, desarrolla el yo (identidad). Aquí la mujer (más específicamente la madre) cumple un papel, esta vez como la otreidad (lo otro) por el cual, previo a posicionarse frente al espejo y sentir el júbilo y el éxtasis de la autoafirmación, ella es el modelo, que se presenta a través de los sentidos visuales y de tacto, con el cual se identifica el niño o la niña y es la configuradora de lo que Lacan llama la “Imago corporal” (imagen interna o abstracción corporal mediante procesos psíquicos) que posteriormente posee. Esta relación entre la identidad y la otreidad no resulta suficiente para Lacan que añade una tercera función, la paterna o de la ley (llamada también “orden simbólico) que permite al individuo la unificación del imago corporal para el desarrollo psicológico que deviene con el desarrollo de la edad. En esta concepción lacaniana de la identidad, la ley y orden simbólico unificador del padre tiene preponderancia con respecto a la función primera o materna ya que es quien dirige al espejo hacia la unificación y la interrelación psíquica con el “Ello” y el “Súper-yo”, vital para la subjetivación total.

Ante estas primeras cosmovisiones, surgió una mujer de origen belga llamada Luce Irigaray, pionera del nuevo feminismo, y fue ella quien contradijo a Lacan a través del contraejemplo del espéculo. En su obra, Luce traduce e interpreta la doble alienación que sufre el niño/niña cuando se mira al espejo, la alienación imaginaria (la identidad construida con el reflejo como lo dijimos antes) y la alienación simbólica (que es lo mío capturado en la otreidad, la madre en la función de otro en Lacan). Según Luce, cuando aparece la función del padre, éste se muestra en su rol masculino haciendo gala de una posición de superioridad con respecto al de la madre (que Luce bautiza con el nombre de “orden semiótico” en contraposición con el “orden simbólico” del padre), esto es porque el hombre, al verse en el espejo, observa el falo y, con respecto al reflejo del otro que es la madre, éste se ve a sí mismo en condición de superioridad ya que encuentra la carencia de la mujer con respecto a él. Pero, y aquí es donde Luce critica fuertemente la teoría de Lacan, si se pone un “espéculo” en lugar del espejo, se verá que aquello que el hombre ve como “carencia” es una realidad visible y rica en sexualidad que, en su opinión, hace ver somera al falo masculino y al discurso “falogocéntrico” basada en la premisa freudiana de la envidia del pene. Ella acota que: <<puesto que el hombre no ve nada y no se reconoce puesto que no conoce (no es mujer)>>, al individuo viril le es insoportable la negación de su superioridad visible en el espéculo y, por tanto, siempre recurrirá al espejo para mantenerse en aquella zona de confort que le da su lugar como ente superior, aunque esto sea sólo una quimera.

Después de las publicaciones de varias autoras feministas como Simone de Beauvoir, amante de Jean-Paul Sartre y vocera del filicidio abortista, y Luce Irigaray, el feminismo logró dar un salto desde su decadencia de principios de siglo XX y si bien muchas de estas obras no dieron el impacto académico necesitado (a Irigaray, por su contraposición con respecto a Lacan le costó una expulsión de la Universidad) fueron una chispa que encandilaba el sentir de las mujeres alienadas por el feminismo de la segunda ola. También la influencia posestructuralista de pensadores como Althusser y Foucault (aunque ninguno de ellos se consideraba así, sino como críticos del estructuralismo straussiano) el uno desde una perspectiva de estudioso del marxismo – se concentró mucho en Gramsci – y precursor de la hoy llamada “new left” y el otro como un trasnochado que, para encontrar sustento a la locura que lo aquejaba, quiso ver una superestructura de dominación en las relaciones interpersonales de posición – el médico con respecto al paciente, el policía con respecto al ciudadano y así sucesivamente… – y así justificar a los dementes y a los parias con claras muestras de desviación social, no obstante Foucault y Althusser creían que el individuo no es partícipe de su propia existencia, sino que es el producto focal de un cúmulo de fuerzas externas (hablando desde perspectivas sociológicas, no mecanicistas). También cabe resaltar el impacto que tuvo la teoría crítica de intelectuales de izquierda formados en la Escuela de Frankfurt como Adorno, Horkheimer, entre otros…

Estas nuevas corrientes y la ulterior revolución cultural de mayo en Francia crearon un arquetipo de mujer deleznable para la tercera y última ola feminista que ya nada tenía que ver con los principios de la primera. Incluso ex-militantes feministas como es el caso de Christina Sommers hizo ver la brecha irreconciliable al advertir a la tercera ola como un “movimiento antihombres” y que se alejaba totalmente de sus verdaderos enfoques.

Esta tercera ola es la que domina el espectro del activismo feminista en la actualidad y propone la destrucción total de la familia como núcleo de la sociedad (noción aristotélica universalmente aceptada que propone que el hombre, como animal político, surge desde la familia, luego la aldea y luego el estado); las teorías queer fundadas por Judith Butler que sostiene que el neologismo de “género” no es más que el “sexo biológico” pero ya no determinado en construcciones naturales, sino sociales; el ecofeminismo, doctrina sobre la cual se alzan las figuras de Francoise d’Eaubonne y Beatriz Preciado, y que sostiene la existencia de un “matriarcado originario” (resulta interesante esto, ya que si lo analizamos desde la perspectiva de la historia humana, el historiador Bachofen descubrió la existencia de una tribu casi orgiástica previa al esplendor de la cultura europea con la civilización griega que adoraba a la diosa madre como símbolo de “fertilidad” y “ciclo vegetal” pero que fue derrotado y execrado por otras tribus patriarcales dedicadas a la cría caballar y a las armas) pero desde una perspectiva naturalista – una contradicción titánica si la asemejamos a lo que ponderan en las teorías queer – y un cuidado del medioambiente lo que, en consecuencia, deviene en la justificada crítica en contra de la tala indiscriminada de los árboles, la contaminación y la intervención en ecosistemas vírgenes… pero también en una errónea conclusión generalizada de que la destrucción paulatina de la naturaleza se debe al “dominio patriarcal” que se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad.

En consecuencia de la tesis de que el género es una “construcción social”, sería también factible la aseveración de que no existe el género predeterminado y adscrito, ergo la sexualidad es algo que se desarrolla a partir de la vida en sociedad. Este vacuo silogismo también significaría la entrada en la tercera ola de la “ideología de género” que agrupan a las comunidades LGBTI dando un sustento ideológico al modelo femi-progre de pensamiento, así como también quedaría en duda la legitimidad ética de la familia en el modelo social. Para la familia, ellos proponen una que no esté tampoco determinada por factores naturales, por lo tanto, para que haya convivencia no es necesario que tengan conexión sanguínea ni determinantes genéticos, de ahí la forma de convivencia que proponen llamada “household”. Si bien no se ha hecho opiniones al respecto, sería también coherente pensar que, si la construcción natural ha de eliminarse, los factores de edad tampoco contarían al momento de analizar la sexualidad, sin embargo, sería poco práctico para ellas arriesgar la afabilidad con la que se han mostrado hasta ahora con una apología directa a la pedofilia, además algunas la cuestionan desde la misma construcción social mientras que otras, abiertamente, han admitido que debería permitirse hasta cierto punto.

En cuanto a su arsenal teórico también encontramos la crítica hacia lo que llaman “lenguaje sexista”, con respecto a la estructura de significantes manejados para denotar significados. Según la tercera ola feminista, después de que la filosofía clásica y la sociedad de antaño hayan desarrollado conceptos de unificación entre hombres y mujeres sin percatarse siquiera en la diversidad positiva que existe entre ambos sexos, el desarrollo del lenguaje en dicho contexto se basó en esta concepción patriarcal-sexista que deviene desde el griego y el latín. Debido a los prejuicios culturales instaurados en contra de las mujeres en la época de la Grecia clásica, el helenismo, el oscurantismo, el Renacimiento e incluso, y discutible debido al auge de la primera ola, la edad Moderna. No obstante, como bien comprobamos lógicamente, el lenguaje está definido como un conjunto de signos: la relación existente entre estos signos dentro de un mismo sistema lo llamamos sintaxis (del asunto sintáctico se encarga la lógica matemática que utilizan mucho los neopositivistas desde Russell hasta Wittgenstein); a los signos como referencia al significado mismo, lo llamamos “semántica” y a la relación de un signo con lo que el hombre desea comunicar lo llamamos “pragmática”. Entonces, surge la reflexión, ¿es en realidad entonces el asunto del “lenguaje sexista” un asunto semántico o pragmático? Es generalmente aceptado el hecho de que cuando uno dice “hombre público” o “mujer pública” se está describiendo al primero como un hombre eminente, mientras que denosta a la segunda haciendo referencia a una prostituta. Podría parecer un asunto semántico inmutable, pero si analizamos correctamente el uso de estas palabras depende de lo que se quiere comunicar (pragmática) y el receptor que lo decodifica e interpreta, no siempre al referirnos a un “hombre público” nos estamos refiriendo al “hombre eminente” ni al decir “mujer pública” estamos diciendo directamente “prostituta”, por lo tanto el argumento del lenguaje sexista que hace referencia a un “sistema de minimalidad semántica invariable”… queda totalmente refutado por la cuestión pragmática.

Una vez analizada la cuestión teórica – clave porque es la causa próxima para comprender el rol que ocupa la mujer en sentido práctico – pasamos a analizar su diferente posición en los diversos estratos políticos y posteriores a la Primera Guerra Mundial:

Cabe destacar que la Primera Guerra Mundial comenzó por el magnicidio de Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo debido a la anexión de la provincia Bosnia al Imperio austro-húngaro. Posteriormente el conflicto se extendería a diversos frentes (occidental, donde el eje de las potencias centrales se encontraba en Alemania, mientras que la de los aliados en Italia, Francia, Bélgica y el Imperio Británico; y oriental donde así mismo el poder de las potencias centrales se encontraba en el imperio austro-húngaro, mientras que de los aliados en Rusia) y culminaría con el Tratado de Versalles – que impedía al entonces Imperio Alemán, su incapacidad de rearmarse – y la rendición total de las potencias centrales.

Posteriormente a esto, adquirieron fuerza algunos partidos políticos en la República de Weimar (anterior Imperio Alemán), el Partido Democrático Alemán (de tendencia liberal), el Partido Obrero (de tendencia marxista) y el partido Socialdemócrata (con tendencia de centro-izquierda). La mujer, en ese entonces, estaba supeditada a lo conseguido por el Movimiento Sufragista que, en base a los estandartes de la primera ola y basada en los principios pedagógicos del Emilio rousseano, pretendía lograr una “vindicación de los derechos” de la mujer primero en Inglaterra y después en el resto de Europa. También, además de lo conseguido en materia de derechos, la mayoría de las mujeres se mantenían bajo las consignas conservadoras y tradicionalistas de la Iglesia Católica e incluso después de la Reforma, los protestantes se encontraban imbuidos por la doctrina luterana y calvinista que, si bien discrepan en asuntos técnicos de la ortodoxia cristiana, vinculaban a la mujer como portadora y cuidadora de las futuras generaciones, por lo que la relegaban al hogar y a la devoción tanto de ella como de sus hijos. Esta creencia y reducción de la mujer a la simple cuestión de “madres devotas” hacía difícil su emancipación, ya que muchas mujeres consideraban la enseñanza moral católica y protestante como autorictas in situ.

El régimen de castidad ejercida hacia la mujer no sólo estaba presente en Weimar, sino en el resto de países europeos también devastados por la Primera Guerra y, a pesar del incremento de fuerzas políticas que se manifestaban como afines a la liberación de la mujer (los nuevos liberales desde una perspectiva burguesa, los marxistas desde una perspectiva proletaria y los socialdemócratas desde el colectivo conjunto), la fuerza del tradicionalismo y del liberalismo-conservadurismo al más puro estilo de Burke, minaban los intentos de los new whigs (nuevos liberales que habían captado ideas progres en relación teórico-práctica) por liberar las ataduras religiosas y morales que oprimían a las mujeres occidentales durante la primera mitad del siglo XX.

Después de la revolución bolchevique en Rusia efectuada por las clases obreras arruinadas económicamente por la sinarquía zarista, Vladimir Ilich Ulianov alias “Lenin”, teórico de inclinación marxista y comunista confeso, puso en práctica la concepción socialista narrada previamente por los filósofos Karl Marx y Friedrich Engels para así facilitar la transición dialéctica hacia el comunismo (la sociedad idílica sin clases y el fin de la espiral histórica de la humanidad). Lenin, al igual que sus predecesores, abucheó la filosofía materialista clásica y la concepción idealista total – así como en teoría del conocimiento menospreció al racionalismo metafísico de pensadores eminentes como Descartes, Kant, Hegel (aunque de éste tomaron el sistema dialéctico); el idealismo subjetivo de la representación y sensación de Schopenhauer y Nietzsche a los que consideró una “sucia apología a la burguesía”; a los sociólogos como Weber y Durkheim por haber “desarrollado una teoría para sostener toda la infraestructura burguesa y seguir propiciando, con tesis funcionalistas sin siquiera entrever el conflicto que existe en todo cambio social, la explotación del hombre por el hombre” y al empiro-criticismo de Mach y Poincaré por declararlos “idealistas subjetivos” –, así como también rechazó el socialismo pasivo de los “populistas” naródniki que solo pugnaban por una reforma agraria en contra de la monarquía y los “kulakí” (dueños de la tierra) para que los campesinos lograran hacerse con su propia tierra, Lenin vio en ellos apenas el “principio” para la revolución, pero también acuñó que no habían logrado dilucidar el verdadero propósito y toda la carga ideológica que existe detrás. Lenin también supo observar la realidad de los países europeos que se encontraban en crisis después de la guerra y vaticinó, a la manera de oráculo, que el imperialismo era “la última etapa y contradicción interna que sufriría el capitalismo antes de la llegada del socialismo”.

La mujer en Rusia, y durante la etapa soviética, vio mejorada mucha de su condición aunque tenía que adaptarse a la férrea estética marxista y a la actitud en contra de la homosexualidad a la que consideraba como “antirrevolucionaria” lo que, de una u otra forma y de haberse mantenido, hubiera hecho imposible el salto hacia la tercera ola. Sin embargo, la mujer tenía igualdad salarial con respecto a los hombres en el trabajo, educación en las escuelas, la manutención de sus hijos por parte del padre hasta los 18 años, aprobación del divorcio y, con una indiscutible controversia, el “derecho al aborto”, sin embargo este último no lo reconocieron como derecho indiscutible de la mujer, sino para tratar asuntos de salud pública.

Ante la creación de la Tercera Internacional comunista y el germen marxista que se estaba haciendo notar en las fuerzas obreras (sindicatos, gremios…) con la creación de fuerzas armadas de choque, y todo esto avivado por la Gran Depresión y la miseria en varias naciones europeas. Ante toda esta problemática, Europa necesitaba una alternativa desde la misma clase trabajadora pero que manejara tesis diferentes a las del marxismo por lo que se crearon las fuerzas fascistas en Italia, en Alemania (que en las postrimerías de Weimar se alzaran como el NSDAP o Partido Nacional Socialista de los Trabajadores) y en España.

Los baluartes ideológicos del fascismo se desarrollaron en Italia por medio del tradicionalismo evoliano y el pensamiento de casta de Gentile cuya teoría del conocimiento se desarrolló en base a su propia doctrina del idealismo activo. En Alemania, el ideal fichteano de la supremacía de los pueblos germánicos, el vitalismo, voluntarismo e individualismo nietzscheano, los conceptos de existencia heideggerianos y las ideas raciales del conde francés de Gobineau, generaron el caldo de cultivo para el surgimiento de un ideal supremacista ya visible previamente en la sociedad Thule, pero que hasta el momento no había adquirido importancia política. En España, a diferencia de los otros dos países, el fascismo no encontró un baluarte intelectual fuerte, lo tuvo apenas con Ramiro Ledesma Ramos, fundador del movimiento NacionalSindicalista (JONS) revitalizado con el ideal chauvinista que lo caracterizaba tanto a Ledesma como a su co-ideario Onésimo Redondo (conocido militante de las JONS); después esto, el chauvinismo ya presente en el NacionalSindicalismo se añadiría la ideología ultra-conservadora, católica y, en ocasiones, carlista de la Falange española fundada por Antonio Primo de Rivera con lo que posteriormente se fusionaría dando como origen a las FE-JONS de corte claramente fascista que sería clave en la conclusión de la guerra civil española y en la instauración del franquismo.

Hoy en día se considera que el fascismo, en toda su expresión, resultó un retroceso hacia todos los avances que se había logrado en materia de “derechos de la mujer” dada su condición de “deconstrucción de monarquías tardías”, pero, dadas las ideologías nacionalistas presentes, la mujer era el “ejemplo” próximo de nación, era portadora del valor y la castidad referente al identitarismo de un pueblo determinado. Entonces – y en detrimento de lo que se dice – podemos decir que no tiene ninguna relación el rol de la mujer en la época del fascismo europeo con las monarquías, si bien se ensalza la figura de la mujer aristocrática adaptada a la familia monogámica, es sesgado pensar sólo en el hecho práctico de ver solamente a la mujer como “esposa y madre ejemplar”, ya que dicha aseveración no es concomitante con la esencia que adquirió la mujer con respecto del ideal de nación (defendida por todos los movimientos fascistas de la época) donde, de forma honrada, reconoció ser la portadora de dicha esencia. Sin embargo, existieron grupos, especialmente los ustachas en Yugoslavia (grupo supremacista religioso que admitía la supremacía croata por su ascendencia germánica en comparación con el “linaje” serbio) aliados de los nazis y fascistas que admitían la “inferioridad espiritual” de la mujer con respecto al hombre y sostenían que su única función era el hogar, así también sentenciaron con la pena capital el aborto tanto a la madre como al médico que lo practicase.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el feminismo de la segunda ola siguió teniendo la responsabilidad de la defensa de la mujer que, día a día, tanto en Europa como en América fue viéndose con muchísimos más derechos que antes, y que ahora ya existe casi una total equidad con respecto a oportunidades y realidades entre sexos. No obstante, la militancia y los plantones activistas a partir del Mayo francés y de la nueva ola, no debe ser vista como la continuación del feminismo, sino como un movimiento que despoja a la mujer de su propia esencia y realidad.